El pobre Rey recibía a la nueva España de las ocho naciones y de un partido por cada campanario sin que se le notara que hay más de un tercio del Congreso que quiere acabar con él y con la Constitución. Quien no quiere abolirla quiere pintarla con los colores de las tribus, dividirnos en empalizadas y tótems con cabeza de pájaro; o al contrario, acabar con las autonomías y volver a la España morrocotuda dirigida desde los ministerios feos de la Castellana, siempre con algo de cuarteles o de hospicios para provincianos.
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