El Partido Popular se mueve últimamente como pollo sin cabeza y lo peor es que su cúpula directiva no parece ser consciente de ello. Sin pretender exagerar porque son casos muy distintos, deberían examinar la trayectoria de Ciudadanos para entender por qué ese partido pasó de tener unas magníficas perspectivas de futuro político a caer en la más triste irrelevancia, y bajando...

Lo que le pasó a Albert Rivera y a quienes le rodearon acríticamente durante demasiado tiempo es que al final no supieron quiénes eran como partido ni a qué propósitos servían como tal. Y lo que resultó fue que los votantes que les habían aupado con entusiasmo y esperanza concluyeron que Ciudadanos había dejado de ser útil, que no servía ni para componer un pacto legislativo de centro izquierda con el PSOE ni tampoco para conformar una opción de centro derecha con el PP capaz de medirse electoralmente con los partidos de izquierda. En una palabra, que no servía para nada. En consecuencia, le retiraron su apoyo.

No es éste el caso de momento del Partido Popular pero se nota en él la falta de unas cabezas con tanta convicción como experiencia que delimiten claramente el espacio en el que el partido se debe mover de modo que quede clara para todos los ciudadanos, sean sus votantes o no, su identidad política. Lo que no puede ser es que en unas ocasiones se comporte como un partido de centro con solera y un peso específico y a continuación se le vea actuar como una formación de novísimo cuño enardecida en la defensa de cuestiones que, por decirlo de un modo suave, suponen una verdadera estupidez.

Pablo Casado y su núcleo dirigente deberían seleccionar las cuestiones realmente graves que preocupan a los españoles y poner todo el acento de su papel de oposición en ellas. Pero no pueden estar montando un número de griteríos y amenazas cada lunes y cada martes porque al final lo que va a suceder es que van a anestesiar a la gente, que no estará dispuesta a vivir como si el país tuviera permanentemente metidos los dedos en un enchufe y les dará progresivamente la espalda.

Eso les aproxima peligrosamente para su supervivencia electoral al partido que está situado a su derecha, Vox, hasta el punto que sus perfiles se solapan en ocasiones hasta hacerse indistinguibles. Eso es exactamente lo que ha pasado con el asunto del pin parental, que ha sido abordado incluso con más serenidad y más eficacia para sus intereses por los de Santiago Abascal que por el propio Pablo Casado.

Han perdido demasiada gente valiosa dentro de sus filas en demasiado poco tiempo y no parecen estar preocupados

Con una particularidad y es que los presidentes autonómicos del PP -la de Madrid ha sido clara y rotunda en este aspecto- sostienen que el problema que denuncia Vox sencillamente no existe. No se explicaría de otro modo que no hayan registrado no cientos sino miles de denuncias de padres católicos, agnósticos o musulmanes en, por ejemplo, la Comunidad de Madrid con mucho más de un millón de niños escolarizados y donde no existe oposición parental de ninguna clase por las charlas que se imparten a los menores para que conozcan y acepten las diferencias de todo tipo entre ellos. Y, sobre todo, las respeten y no caigan en la tentación de excluir a quienes no son, o no se sienten, como la mayoría.

Vox ha denunciado prácticas realmente perseguibles y sancionables si se produjeran en algún colegio de España. Pero sus denuncias no aportan datos concretos -en qué colegio de qué comunidad y con qué contenido demostrable- que permitan a las autoridades educativas tomar cartas en el asunto. Es más, se ha demostrado que algunos de los vídeos distribuidos por las terminales de Vox no se han producido en nuestros colegios y de hecho no se han realizado en nuestro país.

No se comprende, por lo tanto, la reacción de Pablo Casado a la desafortunada frase de la ministra Celaá, formulada con evidente torpeza y si matización alguna según la cual "los hijos no pertenecen a los padres". Porque lo mejor que se le ocurrió al líder del PP para discutir una afirmación por tantos motivos discutible fue comparar al Gobierno de PSOE-Podemos con el régimen cubano y preguntarle retóricamente a la ministra si nuestros niños pertenecen entonces, como se impone en Cuba, "a la revolución".

Una sobreactuación evidente que ni siquiera fue seguida por quienes dentro de su partido tienen responsabilidades de gobierno en distintas autonomías. Una sobreactuación que acercó al PP tanto a Vox que provocó las felicitaciones de Iván Espinosa de los Monteros a Pablo Casado, de quien dijo que esperaba que continuara en esa línea. Claro, porque si los populares siguen esa senda se mimetizarán con el partido de la derecha radical y morirán a sus puertas.

El resultado de tanta desmesura ha sido un coro desafinado de voces en el que cada uno de sus componentes entona la melodía que mejor le parece y en el tono que mejor le cuadra. Un caos.

Es solamente un ejemplo de la deriva a la que está expuesto el Partido Popular si sus dirigentes no miden muy bien los tiempos y los tonos de su labor de oposición y a eso no contribuye sino todo lo contrario la dejadez de que están haciendo gala no escuchando las voces de quienes tienen más experiencia que ellos y saben bien administrar y combinar la crítica firme con la defensa de posiciones políticamente moderadas.

Los jóvenes suelen padecer una inseguridad que les empuja a comportarse con un exceso de seguridad, sobre todo para encubrir su frágil realidad. Y creo que algo similar les ocurre a los miembros de la dirección nacional del PP. Han perdido demasiada gente valiosa dentro de sus filas en demasiado poco tiempo y no parecen estar preocupados por esas pérdidas de militantes que, de haber permanecido activas dentro de la casa popular, la habrían dotado de una mayor solidez ideológica y argumental, algo imprescindible en un partido que se pretende alternativa de gobierno.

La lista de militantes de peso que podrían haber aportado su conocimiento y su experiencia a un partido necesitado de recomponerse para volver a ser siquiera la mitad de lo que fue es ya demasiado larga y los huecos dejados por quienes abandonaron el partido para irse a la actividad privada o no se han llenado o no se han llenado bien.

Los últimos en despedirse han sido Isabel García Tejerina y Rafael Catalá, víctimas, como tantos otros en en pasado reciente -hablo de un año y medio- , del error que estoy apuntando aquí: el ninguneo. No se les ha escuchado, no se les ha consultado, no se ha apreciado el valor de su experiencia seguramente porque los jóvenes dirigentes se creen con la suficiente valía, la suficiente solidez y la suficiente energía para sacar adelante este partido partiendo de una base de mínimos.

El PP tiene que saber quién es y dónde se coloca en el panorama político español. Más que nada para que puedan percibirlo con claridad sus posibles votantes

Se equivocan. Como los adolescentes, a quienes les crecen repentinamente los brazos y las piernas y durante un tiempo se ve claramente cómo no dominan con eficacia sus extremidades, al Partido Popular le está pasando en política algo parecido. Con la diferencia de que este partido tiene muchos años ya a la espalda como para volver a sufrir por segunda o tercera vez los horrores de la pubertad.

Lo que le sucede es que ha dejado marchar a muchos, demasiados, de los mejores y no ha sabido sustituirlos por personas de su misma valía sino por gentes que, en términos generales, no alcanzan ni de lejos el nivel de sus antecesores. Y es probable que la sangría continúe porque yo veo ya a alguno más acercándose a la puerta de salida.

Si Pablo Casado no se rodea de un núcleo sólido y potente; si no elabora una estrategia propia de un partido netamente situado en el centro o en el centro derecha, y si no acompasa sus mensajes y sus reacciones a esa identidad de moderación, cosa que no excluye de ninguna manera la contundencia, la subida de esos 23 escaños que le salvó de la catástrofe puede acabar convirtiéndose en un espejismo dentro de cuatro años.

El PP tiene que saber quién es y dónde se coloca en el panorama político español. Más que nada para que puedan percibirlo con claridad sus posibles votantes. Tiene algo de tiempo pero no demasiado porque en este año 2020 hay elecciones en Galicia y en el País Vasco y en ambas comunidades se juega una buena parte de su futuro.

El Partido Popular se mueve últimamente como pollo sin cabeza y lo peor es que su cúpula directiva no parece ser consciente de ello. Sin pretender exagerar porque son casos muy distintos, deberían examinar la trayectoria de Ciudadanos para entender por qué ese partido pasó de tener unas magníficas perspectivas de futuro político a caer en la más triste irrelevancia, y bajando...

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