Pablo Iglesias parecía ser el vicepresidente de las chapitas, con ministerios de lucha y de lepra simbólicas, pero ya va tomando el poder de verdad, se lo va robando a Sánchez o se lo va permitiendo Sánchez, que concede lo que sea con tal de que lo dejen tranquilo ahí pintándose las uñas de Lolita de la política (Sánchez se mira mucho las uñas, y en el Congreso lo usa como desprecio y como espejo cuando no tiene a mano réplica ni tocador). Pablo Iglesias, que se dice tan pegado a los problemas de la gente, a los botones y pelusas de sus bolsillos o a las destemplanzas de sus ingles, ya dijo en aquellas primeras negociaciones que él quería los telediarios, el BOE, el CIS, el CNI, la policía, esas cosas de primera necesidad. Iglesias siempre quiso el poder en el sentido de control y autoridad, no para plantar jardines ni para administrar la cesta de la compra. En una de esas conferencias que daba al principio, con el mismo pelo de araña pero todavía con la carita fina, nos decía: “Pa ti la Consejería de turismo, dame los telediarios y tú te dedicas a gestionar los campos de golf en Andalucía, que dan muchos puestos de trabajo y lo que tú quieras”. Las prioridades, ya ven.

Pablo Iglesias al final es como un Fraga de la izquierda, con su ministerio de información y con “la calle es mía”

Iglesias se va a sentar en la comisión que controla el CNI, que es casi más importante fiscalizar el silencio y el secreto que dirigir la verdad. Por eso Iglesias lo pedía en el mismo pack revolucionario. Todas las revoluciones, y en general toda la antipolítica, parten de su mentira, de su impotencia y de su fracaso, por eso se concentran tanto en manipular cómo se percibe la realidad y se olvidan de querer actuar en la realidad. En este sentido, Sánchez es tan revolucionario como Iglesias. En esa oscuridad de cabaret que da el proyector de cine, esa oscuridad claqueteada, esa oscuridad de persiana y diapositivas y porno en la que uno se imagina aún esas cosas de los servicios secretos, se van a sentar Iglesias y también Carmen Calvo, fumándose la luz, fumándose la verdad y fumándose el revólver, porque los dos, el pablismo y el sanchismo, son antipolítica y son peliculeros.

Iglesias con su idea o su ideal del poder tiene primero una dimensión teórica, general. Pero es que Iglesias recibiendo material antiterrorista o dosieres con amantes y fotopollas tiene también otra dimensión práctica y muy concreta. Por la parte teórica, habría que decir que Pablo Iglesias al final es como un Fraga de la izquierda, con su ministerio de información y con “la calle es mía”. La derecha y la izquierda, cuanto más se quieren apartar, más se acercan, hasta encontrarse exactamente en el mismo lugar, como dos esquimales peleados. Iglesias quiere ese mismo poder encurtido que han querido tantos, todos esos que acaban militarizando la ideología y los retratos, con panoplia de fusiles, cananas y estrellas de lata. La cosa es si Sánchez le está dando poder de verdad o sólo algo para tenerlo entretenido, o sea, de nuevo si Sánchez se está vendiendo a sus socios o engañándolos. 

En los sillones del CNI, Iglesias puede sentir ese poder entre militar y dentista que le gusta. A la vez, desde sus ministerios camiseteros, lo institucional ya no se distingue de lo ideológico. El Ministerio de Igualdad, por ejemplo, ha tuiteado un cartel sobre la brecha salarial en el que sale gente con banderas rojas y ese puñito en alto de haber estrujado el racimo del señorito. Es como si Sánchez le hubiera dado a Podemos el geyperman agente secreto y el libro de colorear, para que vaya jugando a las revolucioncitas. Pero si atendemos a la dimensión práctica de ese Iglesias metido en el servicio secreto, las dudas y los jueguitos desaparecen.

Ahora que Iglesias va a recibir todo el material de inteligencia que maneje España, lo mismo referente a sus odiados Venezuela o Irán que a sus admirados Estados Unidos o Israel y demás colonias de Europa y más allá; lo mismo sobre el yihadismo que sobre el independentismo radical, pueden imaginarse las expectativas que se van a generar en todos ellos. Sí, y justo después de la escenita de reina de Saba que se marcaron Ábalos y la vicepresidenta venezolana. Iglesias hojeando dosieres con un marcador y sonriéndose mientras el proyector traquetea con su luz a vapor, eso sí que va a generar conflictos diplomáticos. Y zafarranchos en la DEA, en la Casa Blanca, en el MI-6 y hasta en la ONU fotocopista de Bibiana Aído. Todo esto hace imposible sostener eso de ‘le damos el CNI y el libro de colorear para que se distraiga’. Ya no se trata de la última jugada ni del último cantinfleo del maestro del engaño y de la resilencia. Sánchez sabe las consecuencias internacionales de este movimiento y ya podemos constatar que le traen sin cuidado.

Pablo Iglesias nunca será vicepresidente de las chapitas. Ya va tomando no el poder, sino lo que es más importante y lo que él quería: el control. Lo mismo, sin darnos apenas cuenta, un día veremos el retrato de algún patilloso revolucionario presidiendo los salones y los teatros. En todo caso, los países civilizados ya nos van viendo así. Pero no exageremos, no nos pongamos conspiranoicos. Antes que cualquier patilloso guerrillero, sabemos que en ese retrato estaría Sánchez vestido de almirante o de cenefa, con sus panoplias de trabucos de guapo y de puñalitos de dolorosa.

Pablo Iglesias parecía ser el vicepresidente de las chapitas, con ministerios de lucha y de lepra simbólicas, pero ya va tomando el poder de verdad, se lo va robando a Sánchez o se lo va permitiendo Sánchez, que concede lo que sea con tal de que lo dejen tranquilo ahí pintándose las uñas de Lolita de la política (Sánchez se mira mucho las uñas, y en el Congreso lo usa como desprecio y como espejo cuando no tiene a mano réplica ni tocador). Pablo Iglesias, que se dice tan pegado a los problemas de la gente, a los botones y pelusas de sus bolsillos o a las destemplanzas de sus ingles, ya dijo en aquellas primeras negociaciones que él quería los telediarios, el BOE, el CIS, el CNI, la policía, esas cosas de primera necesidad. Iglesias siempre quiso el poder en el sentido de control y autoridad, no para plantar jardines ni para administrar la cesta de la compra. En una de esas conferencias que daba al principio, con el mismo pelo de araña pero todavía con la carita fina, nos decía: “Pa ti la Consejería de turismo, dame los telediarios y tú te dedicas a gestionar los campos de golf en Andalucía, que dan muchos puestos de trabajo y lo que tú quieras”. Las prioridades, ya ven.

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