A Sánchez le ha tocado el fin del mundo, el fin del mundo del que se reía como se ríen de la muerte todos los guapos. Un día uno está vivo, el planeta está vivo, el país está vivo, y de repente estornudas o te cae un meteorito o te gobierna Sánchez con las luces apagadas para hacer el amor, y se acabó todo. Me acuerdo de algo que escribió Umbral no recuerdo dónde: “Estamos vivos de milagro. Lo científico sería morirse enseguida”. Umbral se miraba hacia dentro, se medía por dentro esa lucha continua de insectos y paramecios y arborescencias de sangre y haces eléctricos que es la vida, y concluía que lo increíble era que aquello no reventara o no colapsara, que no nos despachurrásemos al momento en ese montón de tierra y lombrices que somos, ese saco rajado que arrastramos por la existencia.

Sánchez se reía de lo del Gobierno del Apocalipsis pero ahí está, con todos los signos y ajenjos que anunció Rivera

Estamos vivos de milagro, nosotros y a lo mejor España. Que funcione todo esto, el riñón filtrando cebada, el corazón haciendo el rocanrol de los viejos, el cerebro desarmando y armando el universo una y otra vez como un friki con el cubo de Rubik, la economía que es un casino de locos, la democracia que es como una casa japonesa toda de papel y mariposas… Que funcione o medio funcione esto es milagroso. Lo científico sería morirse enseguida, y también que gobernara el gorila más bestia. Sin embargo, es más difícil morirse que seguir vivo, y el feo y egoísta mono desnudo ha levantado construcciones tan sutiles como el arte o los Derechos Humanos. O sea que el viejo rocanrol resiste, y la orina convive con el deseo, y la poesía discute con la matemática, y todavía despertamos entre goznes dentro del pellejo donde ocurre todo eso. Y seguimos flotando en esa casa de papel de la democracia, entre gorilas y entre pedradas. Es que ni la vida ni la democracia son un milagro, han requerido tiempo y evolución. Si estamos vivos y somos libres, es por insistencia de nuestra naturaleza.

A Sánchez le ha tocado el fin del mundo, con virus mutantes, invasiones marcianas chavistas y meteoritos indepes que deja Torra directamente de su bolsillo en la Moncloa, radiactivos y espejados como un lagarto de Gaudí. Sánchez se reía de lo del Gobierno del Apocalipsis pero ahí está, con todos los signos y ajenjos que anunció Rivera como un San Juan Evangelista rubio pasado por Malaquías. Estamos vivos y somos libres por insistencia, decía yo, pero aunque la vida y la democracia son lo común, no son automáticas. Lo que ocurre con Sánchez, con el coronavirus, con los zombis o con el miedo en general, es que, como en las películas, los que sucumben primero son los que entran en pánico, los pasotas, los frívolos y los negacionistas sobrados. Morirse no es tan fácil, a menos que uno se empeñe en ir haciendo balconing por la vida o invitando a zombis a las mesas de negociación o a los aeropuertos con luna de guadaña.

Lo científico no es morirse enseguida, salvo para los poetas, que tienen la obligación y la costumbre de contar lo que es estar muerto antes que nadie. Lo científico tampoco es que ganen los gorilas, salvo cuando los demócratas no hacen nada. Con Sánchez, o con el coronavirus, lo científico no es arrojarse por el balcón ni encerrarse en la nevera ni negarlo con un meme. Lo científico es medir los actos, los hechos, y que el estornudo tenga el peso del estornudo, y las mentiras el peso de las mentiras, y el coronavirus el tamaño del coronavirus, que es el de una peca en un mundo donde muere más gente en los semáforos que en las epidemias.

A Sánchez le ha tocado el fin del mundo y a nosotros nos ha tocado Sánchez. Y no sé si consuela pensar que Sánchez está en el grupo de los pasotas, de los frívolos y de los guapos que están con la rubia y no se enteran cuando llega el muerto viviente con media y suficiente mandíbula, así con andares de Junqueras. De todas formas, aunque esté Sánchez ahí, España no está viva de milagro, está viva por costumbre. La vida es eso, costumbre. Es eso que sigue pasando cotidianamente por dentro mientras nuestro poeta o nuestro loco piensa angustiosamente en toda esa agua movediza que lo mantiene en pie y que se puede derramar en cualquier momento. Un poco como la democracia, casi tan frágil y casi tan obstinada como la vida. Pero recuerden esto: ni de los que entran en pánico, ni de los pasotas, ni de los frívolos, ni de los negacionistas sobrados. Ésos son siempre los sesos más fáciles y jugosos para los virus trompeteros y para los políticos.

A Sánchez le ha tocado el fin del mundo, el fin del mundo del que se reía como se ríen de la muerte todos los guapos. Un día uno está vivo, el planeta está vivo, el país está vivo, y de repente estornudas o te cae un meteorito o te gobierna Sánchez con las luces apagadas para hacer el amor, y se acabó todo. Me acuerdo de algo que escribió Umbral no recuerdo dónde: “Estamos vivos de milagro. Lo científico sería morirse enseguida”. Umbral se miraba hacia dentro, se medía por dentro esa lucha continua de insectos y paramecios y arborescencias de sangre y haces eléctricos que es la vida, y concluía que lo increíble era que aquello no reventara o no colapsara, que no nos despachurrásemos al momento en ese montón de tierra y lombrices que somos, ese saco rajado que arrastramos por la existencia.

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