España no sabía que era feliz hasta que llegó el Covid-19, no sabía que nuestras peleas políticas, deportivas y sociales eran la sal de una vida cómoda en la que disponíamos de lo más básico. Los humanos nunca creemos poder perder lo que alcanzamos con facilidad. En una semana se nos ha prohibido hasta salir a pasear por la calle, circular en coche con tu pareja, pasear al perro demasiado lejos o demasiado tiempo, se nos coarta parte de la libertad conseguida con esfuerzo durante décadas por un bien mayor: la solidaridad con los demás. Somos un pueblo solidario, pero también somos ciudadanos de la calle, los parques, los bares y las terrazas. Nunca en España nos vimos en una situación como esta desde la Guerra Civil, confinados en casa y con miedo a morir. 

El enemigo no es humano, ni siquiera se puede pactar un alto el fuego con él, y sin embargo dicen los científicos que vive entre nosotros hace más de 5.000 años. Aseguran los virólogos que al menos desde el año 3.300 antes de Cristo existió el Betacoronavirus, 300 años después el Deltacoronavirus, más tarde en el 2.800 a.C. el Gammacoronavirus y en el 2.400 a.C. el Alphacoronavirus. Y así hasta el Covid-19 que ya ha vuelto a mutar.

Estados Unidos y China se lanzan acusaciones mutuas sin pruebas, buscando ganar el premio mayor: quedarse con la hegemonía económica en el planeta

Hoy el mundo se hace dos preguntas: ¿cuándo podremos con él y porqué apareció? ¿dónde está el paciente cero?

Estados Unidos y China se lanzan acusaciones mutuas sin pruebas, buscando ganar el premio mayor: quedarse con la hegemonía económica en el planeta. Porque de esto va este virus, de un nuevo orden mundial. 

Es casualidad que el virus aparezca en Wuhan, ciudad que dispone desde hace dos años del Laboratorio P4, un edificio de cuatro plantas, de los más avanzados laboratorios biológicos del mundo, que investigan los virus más letales.

Es casualidad que justo en octubre pasado se celebraran en Wuhan los VII Juegos Mundiales Militares que reunieron a más de 9.000 atletas, todos ellos miembros de los ejércitos de 104 países. La delegación de Estados Unidos fue de 280 militares.

Es casualidad que China estuviese a punto de superar a Estados Unidos en todo antes del coronavirus, en tecnología, PIB, corporaciones mundiales, exportaciones, reservas de oro, …

Es casualidad que el primer efecto económico mundial del coronavirus fuese suspender el Mobile World Congress donde una empresa China líder, Huawei, iba a presentar el 5G antes que ninguna empresa norteamericana, mientras Donald Trump avisaba a sus aliados que usarlo ponía en riesgo a la OTAN.

Y también debe ser casualidad que sea justo China quien consigue hacer desaparecer primero el virus en su país y crear en tiempo record la vacuna para ofrecérsela al mundo. O que sea capital chino el que esté comprando grandes corporaciones en el mundo a precios de saldo gracias a la bajada de las Bolsas con la pandemia. Demasiadas casualidades. 

Y nosotros, simples mortales confinados en casa en cuarentena, quizá estamos ayudando a hacerse aún más ricos y poderosos a los dos que pretenden establecer un nuevo orden mundial. 

En las guerras, y esta parece ser económica además de sanitaria, siempre mueren los soldados, pocas veces los generales. Lo habitual es que sean varones jóvenes con la vida por delante. Esta pandemia se lleva a los más débiles, los que más necesitan ayuda, los inmunodeprimidos, hipertensos, diabéticos, con patologías cardiovasculares, embarazadas, pacientes con VIH, trasplantados, oncológicos, tanto hombres como mujeres y de cualquier edad, aunque los más vulnerables los mayores de 60 años. 

No quiero pensar que se les escapó el virus de los laboratorios de Wuhan y ni siquiera lo reconocen. O que un militar de Estados Unidos lo llevó a Wuhan en los Juegos Mundiales militares casualmente o a propósito. No puedo creer que un país haga algo así para evitar que otro sea hegemónico en la economía mundial, pero tampoco que el otro se aproveche de ello para apropiarse de las compañías líderes en el mundo a mejor precio. 

La especie humana no ha podido caer tan bajo.

En cuanto esto termine saldré a la calle y dejaré de oír el eco de mis pasos por la acera y el piar de los gorriones, volveré a ver el cielo contaminado y a oír las risas de los niños en los parques y quizá no sabremos nunca el origen de una pandemia que nos cambiará la vida a todos y para siempre.