Tengan mucho cuidado ahí fuera con los bulos. Cuando salgan de casa temblando en plástico como un pez naranja de feria, cuando estén por los hospitales resoplando rápido su frío y su muerte como un caballo de guerra, cuando vayan a la compra con una mascarilla de colcha de Bob Esponja, tengan cuidado sobre todo con los bulos, que nos jugamos la vida. Puede ser fatal estar por ahí y no saber que ese joven médico que dicen que ha muerto es en realidad Jordi el Niño Polla, el actor porno; o creer que a Carmena le han traído a casa su propio respirador, como si fuera un masajeador de pies. Puede ser fatal estar guardando una cola, con el virus como un francotirador, o en el metro como dentro del estómago repugnante de un insecto gigante, y tragarte no un miasma, sino el bulo de que Pedro Sánchez tiene toda una planta del Hospital Puerta de Hierro reservada para sus familiares. Sí, poca broma con todo esto. No se jueguen la vida, cuídense de los bulos mientras van a la calle o al trabajo protegidos con un matamoscas y un bozal hecho con un calcetín. 

A Sánchez le preocupa mucho esto, los bulos, la desinformación, que el Niño Polla nos desmoralice, que creamos que todo ha venido por una brocheta de murciélago, que confundamos los muertos en bolsas de plástico de Ecuador con los nuestros, que son de buena ebanistería, nuestros terribles ataúdes sin sitio y sin reposo que le parecen a él a lo mejor sólo zapatos del Papa alineados, una cosa de misa de zapatos. El otro día en el Congreso, con su gravedad trivial de capellán de hospital, Sánchez nos decía que eso de la desinformación era cuestión de “salud democrática”, como un cura de la peste nos hablaría aún de la “salud espiritual” entre las escrófulas. Al virus, y a los médicos, y a los que tiemblan en las UCI o en las pescaderías o en los vagones hermanados por la misma condensación o el mismo futuro, les afectan bastante menos las falsas noticias sobre el Ramadán que las decisiones de Sánchez. Pero no sólo se trata de esto. Es que Sánchez, mientras predica esa salud que consiste sólo en no criticarlo a él, como esa virtud que consiste sólo en no criticar al señor párroco, suelta trolas en sagrado. 

Los errores, las exageraciones y los engaños que afectan en realidad al virus, a la vida y a la muerte, son los de Sánchez y los de su equipo de especialistas de cine

Sánchez nos dice que ha actuado antes que nadie en Occidente, y no es verdad. Y que su Gobierno es el único que notifica todos los positivos y todos los fallecidos por el virus, cosa que tampoco es verdad y además es falaz: notificar un positivo o un fallecido implica hacer el test, pero no se han hecho test a todos los contagiados ni a todos los muertos. Desconocemos su número y andan en un limbo poco importante para ellos, ése de los ataúdes que no hemos visto ni anotado, como si fueran zapatos marrones que el Papa o Sánchez no se han puesto. Tampoco el famoso estudio de Oxford nos pone a la cabeza de nada, como afirmó el presidente. Sánchez es de ese tipo de gente que cree que pronunciar Oxford ya le hace un poco de allí, le viste como de allí y le pone incluso peluca, así como si fuera Sir Isaac Newton (Newton era de Cambridge, pero Sánchez no lo sabrá). Es, en realidad, como ese tipo de gente que se cree que pronunciar kárate en los billares te hace karateka.

Los bulos de Facebook te pueden llevar a hacer gárgaras con agua caliente, o al descubrimiento de la obra del Niño Polla, o a hacerte cómplice de una teoría loca que mezcle el virus con el terraplanismo y Jordi Hurtado. Sin embargo, las mentiras de Sánchez, con talco de peluca y cuenta de la vieja, suman al desastre su avilantez, su contumacia y su cultura de inglés por fascículos, y llevan a hacerte cómplice de todo esto mismo. Quiero decir que en el hospital y en la calle la desinformación verdaderamente peligrosa es la suya; que los errores, las exageraciones y los engaños que afectan en realidad al virus, a la vida y a la muerte, son los de Sánchez y los de su equipo de especialistas de cine, con peluqueros de peinado de terremoto y científicos de bola de plasma y militares de Loca academia de policía. Lo que afecta a la vida es que el Gobierno conmine a las empresas a proteger adecuadamente a sus trabajadores cuando no hay quien encuentre un guante ni una mascarilla. Y todo así. Lo más peligroso ahora es decir que Sánchez lo está haciendo bien.

Sánchez tiene todo el poder y todos los recursos, pero a él lo que le preocupa es que por Whatsapp digan que su familia se va a Huete o el troleo de cuentas con avatar de huevo. Le preocupa eso y lo de la lealtad, que ahora llama “desescalada en la tensión política” pero es lo mismo: que no lo critiquen aunque lleve esta crisis como el tren de la bruja. “Desescalada de la tensión”, a pesar de las tundas de Lastra a la oposición y de los discursos presidenciales llenos cada vez más de metáforas bélicas y cañonazos nacarados y horteras de guapo de West Point. Sánchez tiene todo, no sé que más necesita, aparte de ganar tiempo como ya dijimos. Pero ya saben, mantengan la confianza y hagan caso al presidente. Ahora que se volverá a llenar el metro, y que las casetas de obra serán como trabajaderas de costaleros, y que sólo encontraremos mascarillas del pato Donald, tengan mucho cuidado ahí fuera, sobre todo, con los bulos. Puede ser fatal si nos creemos que el virus mutó con el 5G o que lo del Niño Polla es una terapia efectiva.