Pedro Sánchez tiene un avión de tormentas y Pablo Casado tiene un retrete del fin del mundo. Ya habrán visto la foto de Casado en Instagram, una foto que a lo mejor quería ser de espejo de Rocky Balboa y se quedó en un “antes de” de afeitadora de teletienda. La política ya no es política, sino estas fotos de fama rapera de uno o de estreñimiento patriótico de otro. Debe de ser la moda de Iván Redondo, que es un señor de peluquín que ha terminado concibiendo toda la política como un publirreportaje de peluquines, y al que ahora copia toda la gente de la comunicación política, que quizá es gente calva o de ideas calvas. La verdad es que todo esto ocurre porque ni Iván Redondo ni los demás asesores tienen sentido del humor. Si lo tuvieran, verían enseguida las posibilidades cómicas de esas fotos de supuesta gloria o luto y las descartarían. Aunque entonces, claro, también se verían ellos el peluquín. Los partidos tendrían que contratar a más humoristas y a menos calvos de LinkedIn con sus diagramas de Venn también calvos. 

Casado no tiene suerte. Primero no lo distinguían de Rivera, luego no lo distinguían de Abascal y ahora puede que no lo distingan del Sánchez que se pone marabúes para posar en la gloria o en la tragedia

Pablo Casado no hace un grave duelo de cowboys con él mismo o con la desgracia, allí, ante el secamanos del lavabo (“are you talking to me?”). Pablo Casado sólo parece estar en un apuro de tripas o ante esa tristeza introspectiva e irreparable del gatillazo. Es que es un lavabo, señores. Se ven las puertas de retretes donde uno imagina piececitos de Ally McBeal o a un viajante de comercio que venía ya en un autobús de La Valenciana con retortijones. Es que es un retrete, y Pablo Casado está dando allí el pésame con todo el chorro del grifo abierto, como el que no puede mear. Pablo Casado no es Deckard en Blade Runner, escupiendo en el lavabo una sangre a la vez de heroísmo e impotencia con música de Vangelis. Sólo parece un novio mareado o corneado en la boda, o un ejecutivo suicida, o un soplón del FBI. El semblante es serio, pero imaginando el sonido de una cisterna de fondo no se puede estar de pésame, a menos que despidas a un canario o a esa ensaladilla que no debiste comer. Y un héroe atormentado al que sorprende de repente la señora de la limpieza, amenazante como si la aljofifa fuera un helicóptero, no parece tan heroico.

Es un lavabo, es un retrete, aunque sea su retrete del fin del mundo. Casado tiene mirada de cirujano sobrepasado, ha dejado correr el agua como sus pensamientos y tiene allí el jabón como una medicina que no sirve, como si España sólo se pudiera lavar las manos, pese a todo, con arena. Puede que esa fuera la intención. Pero es que está en un retrete, se respira retrete incluso en blanco y negro, rasca a retrete como un listín telefónico de los que se ponían en los retretes. El jefe de la oposición se interroga sobre la vida en un retrete, como un personaje tirado de Aronofsky. Los espejos son muy simbólicos, están ahí el yo, el destino, el fantasma, el reverso del mundo y de uno, está el loco como cuando el Joker se mira al espejo, está el miedo de los monstruos que viven en los espejos. Pero es que es un retrete, y uno no espera filosofía cartesiana ni psicología de boxeador ni épica de la fatalidad; uno no espera un epitafio, un homenaje a los caídos con crepúsculos de laurel ni una estatua ecuestre, sino que termine ese hombre de La Valenciana con un libro de crucigramas en la mano, o que salgan La Trinca o Los toreros muertos cantando algo.

Casado no tiene suerte. Primero no lo distinguían de Rivera, luego no lo distinguían de Abascal, como distinguir una barba aquea de una babilónica, y ahora puede que no lo distingan del Sánchez que se pone marabúes para posar en la gloria o en la tragedia. El fin del mundo no se puede maldecir ni masticar ni llorar desde un retrete, como si fueras una animadora de instituto americano. Pero así está la política. Debe de ser la moda de Iván Redondo, que no tiene sentido del humor, es decir inteligencia, y por eso sigue llevando a Sánchez y queriendo ligar con peluquín.