El mejor amigo de Sánchez todavía no estaba enchufado porque no todos los enchufes aquí consisten en tomar la misma sillita de playa y el mismo transistor de conserje que parece que van heredando todos los enchufados de España. Hay enchufes egipciacos, catedralicios, babelianos, que necesitan levantar primero toda una Dirección General con edículo art déco, o un puente de hierro ministerial con los cierros del Paraíso, o una gran máquina de escribir antigua, alta y cementada como un rascacielos de King Kong. Sánchez ha tardado en traerse a su amigo desde ese ultramar y esas Américas edificadas a base de cementerios de arquitectos, con sus lápidas hasta el cielo (los arquitectos están siempre como haciendo su mausoleo, soñado en perspectiva cónica). Ha tardado porque al amigo del alma no se le puede poner en una ventanilla con un ventilador, ni siquiera en una agencia o un despacho que ya hubieran usado Roldán o Bibiana Aído. Su amigo se merece algo nuevo, brillante e incluso dadá, no vaya a ser que le confundan con un enchufado cualquiera.
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