Están ya cortándoles la cabeza a las estatuas, que quedan como severos hombres con cuello de María Antonieta. Colón es ajusticiado igual que un polizón y las películas ya no son sueños, como pensaba Méliès, sino que vuelven a ser brujería. Hasta nos van a prohibir a Escarlata O’Hara por llevar unos pololos que siguen oprimiendo o enjabonando razas. La gente que ajusticia a la historia en las estatuas o en las películas es como la que cree ajusticiar a las ideas en sus efigies. El miedo a la inteligencia suele manifestarse en esa iconoclasia de la libertad. O sea, que hay que acabar con Escarlata como con aquellos budas gigantes de Afganistán.

Se habla del puritanismo como si fuera una cosa de braga alta y monóculo caído de espanto en la sopa, pero el puritanismo es toda moral pública dominante construida contra la razón y contra la libertad, y que sostienen emplumados guardias y sacerdotes con implacables amenazas y sanciones. El puritanismo no castiga tanto el hecho como la publicidad de esa libertad (pongamos como ejemplo la libertad sexual), por eso siempre dio lugar a grandes y satisfechas hipocresías. Como la ostentación de esa libertad es más significativa que el hecho moral en sí, los guardianes se concentran sobre todo en los iconos públicos, más que en los comportamientos privados. Por eso ahora es más importante no parecer racista, machista, homófobo o facha que no ser verdaderamente racista, machista, homófobo o facha.

La inteligencia proporciona el contexto y la madurez ética que nos permite poner una película de guerra sin tener luego que invadir al vecino

El racismo no está en una estatua de Colón, con su dedo metido en el ojo del indígena, ni está en los pololos de Escarlata O’Hara, burbuja de blanco y rosa plisada por la esclava. Nadie salvo un imbécil podría ver justificado o animado el racismo por semejantes cosas. La inteligencia proporciona el contexto y la madurez ética que nos permite poner una película de guerra sin tener luego que invadir al vecino, o ver porno sin esperar que la enfermera con cremallera hasta la cruz roja se nos desnude, o mirar la historia sin salir a vengarnos de los bedeles de los museos del vestido. Eso, si queda inteligencia.

Lo corriente no es que Lo que el viento se llevó sirva para que un débil de mollera alimente su racismo, ni Lolita sus impulsos pedófilos, sino sólo para que los puritanos señalen al pecador por sospecha o por tibieza, aquél que no ha renegado con suficiente fuerza de los iconos que el propio puritano elige. Para que crezca el dominio del puritanismo, esos iconos son por supuesto cada vez más numerosos y exagerados. De la misma forma, las declaraciones públicas, los autos de fe, los actos de alineamiento y de contrición también son cada vez más escandalosos, absurdos y ridículos. Ahí está HBO intentando explicar que la esclavitud estuvo mal, antes de que la tramposa música de Max Steiner nos haga confundir los campos de algodón con fiestas de zanfoña.

Cortan la cabeza de Colón, que cae como una campana de misión, o le cortan el columpio a la señorita Escarlata, que se cae como si fuera La Bombi. La historia se aplana y se reescribe, orwelliana y lícitamente, por nuestro bien, claro. Vuelve a insinuarse la pureza del arte heroico frente a la podredumbre del arte degenerado y se nos invita animosamente a que toda obra humana esté al servicio de una pedagogía ejemplarizante y castrada, incluso contra la realidad o la creatividad.

Creo que algunos defienden que las injusticias se transmiten de pueblo en pueblo y de generación en generación sólo para legitimar cualquier venganza

A pesar de todo, no sé si otorgarle tanto poder a ese puritanismo de monóculo que se cae por cualquier teta o cualquier taco. No sé si de verdad pretenden borrar la historia desde aquí al hombre de Cromañón para que la nueva humanidad sólo cuente desde 2020 como desde el diluvio. Creo que se trata más de señalar a falsos pecadores que de que impere la virtud. Creo que no es una guerra de la historia, hecha por estatuas ecuestres, sino del presente, hecha por partidos que buscan una hegemonía bastante vulgar y limitada en el próximo telediario. Creo que algunos defienden que las injusticias se transmiten de pueblo en pueblo y de generación en generación sólo para legitimar cualquier venganza presente o pasada que les convenga. Creo que buscan el conflicto de identidades colectivas para sustituir al ciudadano libre como sujeto fundamental de la res pública. Y, por supuesto, creo que le tienen miedo a la inteligencia, que sirve para destapar sus trucos, y a la libertad (Erich Fromm), que nos obliga a tomar decisiones éticas en vez de seguir dogmas, mandamientos, castigos, perezas y ceremonias automáticas de manada. Esto, claro, sin menospreciar que haya pulcros y verdaderos imbéciles haciendo vudú en las bibliotecas o en los museos, poniéndole o quitándole pololos al arte y ajusticiando a señores de estación de metro o a bobos leñadores de musical.

Están ya cortándoles la cabeza a las estatuas, que quedan como severos hombres con cuello de María Antonieta. Colón es ajusticiado igual que un polizón y las películas ya no son sueños, como pensaba Méliès, sino que vuelven a ser brujería. Hasta nos van a prohibir a Escarlata O’Hara por llevar unos pololos que siguen oprimiendo o enjabonando razas. La gente que ajusticia a la historia en las estatuas o en las películas es como la que cree ajusticiar a las ideas en sus efigies. El miedo a la inteligencia suele manifestarse en esa iconoclasia de la libertad. O sea, que hay que acabar con Escarlata como con aquellos budas gigantes de Afganistán.

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