Fray Junípero o Cervantes son atacados como el bronce de paloma que son y como la historia inubicable que representan, en San Francisco y en España. La condición infantil de nuestras sociedades hace que, como los niños, sólo conciban el presente, un tiempo circular y de cachorro que únicamente llega hasta su memoria y hasta sus manitas de manopla. La historia inubicable es todo lo que está más allá, las cosas viejunas en general, gente con gola y luto de terciopelo, alabarderos con morrión y prognatismo, misioneros con el nido del Espíritu Santo en la cabeza, reyes belfones y galgueros, generales con vellocino de pastor, escritores con lacito de caligrafía en el cuello, próceres de peluca empolvada, políticos de cine mudo y nobeles con cara ya de medalla de Nobel. Toda esa gente que vive en los siglos de las rotondas, que a muchos les parece el mismo siglo ancho y la misma Edad de Bronce, y que puede ir de Viriato a los últimos tranvías.

La estatua, o sea la historia que se ha quedado ahí como árbol de piedra, es algo que siempre tiene que derribar el que está inventando un mundo nuevo, un paraíso de la clase o de la raza o de la justicia o de los sexos o de lo que toque, y que por supuesto comienza en ellos. Las estatuas son provocaciones porque hablan de una civilización humana que ha ido edificándose cascote sobre cascote, error sobre error y faro sobre faro, y que no sale de una simple receta dogmática y abracadabrante. Por eso en realidad no importa que una estatua sea esclavista o veneciana o católica o castrense o poética, basta con que sea una estatua ajena, como si fuera un dios ajeno al celoso Jehová. No es que en San Francisco alguien confundiera a Cervantes con un conquistador de botella de brandy, es que es un icono del mundo antiguo que hay que destruir como un templo pagano.

Las ideologías del infantilismo y del adanismo promueven la demolición de la historia, o las ideologías que pretenden demoler la historia promueven el infantilismo y el adanismo, que viene a ser la misma cosa. Y si usan la historia es como llavero o como pisapapeles o como munición, tergiversada y ametrallada al gusto del dogma.

La estatua, o sea la historia que se ha quedado ahí como árbol de piedra, es algo que siempre tiene que derribar el que está inventando un mundo nuevo, un paraíso de la clase o de la raza

La sociedad infantilizada no concibe ya un mundo sin wifi, va a concebir que Aristóteles tuviera esclavos, o que Alejandro Magno o César masacraran naciones enteras para hacerse sus mosaicos, o siquiera que Picasso o Einstein fueran unos pichas bravas. No lo concibe no por los hechos particulares de sus personajes, indistinguibles para ellos como las épocas, sino porque la historia inubicable, la historia ajena a ellos, es escandalosa en sí. Es decir, todo el pasado es escandaloso, igual con sus estatuas con caballos cojoncianos, con sus pinturas de dioses y bueyes violadores, con sus poetas patriarcales de dama con arpa o con sus simples frailes de sopa y Ave María guaraní.

Cervantes no es ya que represente a España como un sello de queso manchego en el propio mapa, o como una silueta de tinta que hace de sujetalibros de la historia (en Barcelona ya lo escracharon como si fuera un legionario manco, facha desde Lepanto). Quizá lo que más represente Cervantes es el mundo explicado como perspectiva (don Quijote, Sancho), o sea como interpretación, como hermenéutica. El mundo subjetivo pero en el que es posible la ética, o sea una ética de la libertad. Esto es lo que hace de Cervantes un genio subversivo que se salta siglos.

El que pintarrajeó “bastardo” en su estatua de San Francisco seguramente no sabía esto, o simplemente no sabía quién era Cervantes. Tampoco los podemitas de Mallorca creo que conocieran a fray Junípero Serra o lo distinguieran de aquel fraile barométrico que teníamos antes todos. Y el caso es que nada de esto importa para lo suyo.

Estos puritanos adanistas ven el pasado como enemigo porque muestra al ser humano no como teorema, sino como obra inacabada, y deja demasiados moldes que no se ajustan a su panteón de identidades preasignadas

Hay una España viejuna y un mundo viejuno hechos de gente con espadón o gorguera o pluma de ganso o sombrero de copa que está por las glorietas o por las fachadas, haciendo de reloj de sol y parando con su sombra de manecilla de hierro las revoluciones adanistas. No importa quiénes fueron ni qué hicieron ni cuándo. Son lo mismo Cervantes, Fray Junípero, Jefferson o Churchill. Son gente hecha como de cañón y fascismo, da igual el material o el siglo. Son gente que impide hacer tabula rasa con el mundo, que no deja que el niño social y político crea que descubre el misterio de la existencia mordiéndose su pie de leche.

Estos puritanos adanistas ven el pasado como enemigo porque muestra al ser humano no como teorema, sino como obra inacabada, y deja demasiados moldes que no se ajustan a su panteón de identidades preasignadas. Todo el pasado es escandaloso y el mundo está esperando ser derribado como una estatua. Eso es realmente lo que piensan y lo que quieren. Quemarían a Cervantes, que ardería como una rosa de papel, y quemarían igual a fray Junípero que al higrómetro de fraile, sin distinguirlos, con el mismo festejo y la misma ignorancia.