La normalidad no es que convivamos con el virus como con ratones de alacena, ni que encallen culos de galeón en la playa, sino que vuelva la política de las cosas de comer, incluido el procés. El domingo la gente tuvo que votar en plazas de toros y polideportivos, con reglas y gestos como de volapié o de voleibol, porque el bicho no puede parar la economía pero sobre todo no puede parar la rueda de la política. Antes de que los infectados tengan recuento, vigilancia, cuidados o remedio, los políticos tienen que asegurar su asiento y los presos sediciosos tienen que salir a hacer su verano con acordeón, como la pandilla de Chanquete, entre libertaria y espetera.

Ha vuelto el procés con un fondo borrascoso de virus que hace que Torra parezca un faraón bajo una plaga, con sombrilla aborlonada. El virus así, regionalizado, sin las comandancias madrileñas que lo dirigían todo antes, es puro procés, o sea una oportunidad para el martirio y para la confrontación, más otra imparable infección que les lleva España como de niñas jerezanas o guardias civiles. Torra sale con mascarilla y lo que parece es Marta Ferrusola arrugando la nariz en un parque de chiquillos castellanoparlantes. Ahora que tienen un virus propio, se puede plantear la necesidad científica de la república para vencerlo, y se puede señalar que Madrid lo vuelve a impedir con sus jueces quitinosos. También conviene sacar a los presos para que hagan de sabios apalomados, como Simón; de abuelitos con jersey de pelotillas, como Simón; de cura con galleta mojada en la mano, como Simón; y de héroes esteparios hacia una aurora de tajada de melón, como Simón.

Ahora que tienen un virus propio, se puede plantear la necesidad científica de la república para vencerlo, y se puede señalar que Madrid lo vuelve a impedir con sus jueces quitinosos

La Generalitat ha concedido el tercer grado a unos presos que ya estaban en la cárcel como en una villa olímpica, entre el frontón, el naipe y la quinoa. No podemos decir que nos choque: héroes de la independencia en cárceles que dependen de la Generalitat independentista y con funcionarios juramentados de la causa independentista. Es la misma contradicción, o la misma coherencia, que hay en que sublevados incorregibles y reincidentes sigan manejando las instituciones catalanas para insistir en la sublevación. A la espera de lo que haga la Fiscalía (ay, la Fiscalía, ¿de quién depende?) y de la última palabra del Tribunal Supremo, todos los graves delitos de estos Mandelas de butifarra parecen ahora, de repente, sólo una concentración de selección de fútbol sala. 

La normalidad era esto, Torra que vuelve a aparecer con su mosquitera de siempre, esa mosquitera de asco y raza, entre ronchones de agravios y urgencias siempre como digestivas, para señalar a Madrid como un predicador señala a Babilonia y para rebelarse contra los jueces de élitros acharolados, españolazos negros como tunos. La normalidad era pasar de estar luchando por la vida o por el último adiós a que vuelvan de sus cautiverios filisteos estos héroes de ventanuco de fraile y cielos escolásticos, que salen ahora más bien como en pandilla de tenistas.

El virus será la siguiente metáfora de la lucha contra el Estado español, y su república parecerá así un remedio a la vez contra el franquismo y contra el paludismo de sus pantanos

El virus será la siguiente metáfora de la lucha contra el Estado español, y su república parecerá así un remedio a la vez contra el franquismo y contra el paludismo de sus pantanos. Sus héroes, libres de cárcel o de balneario, libres por poco o por mucho, pero libres al menos simbólicamente, demostrarán al pueblo catalán que ya no mandan esos guardias/tanquetas de las ruedas de prensa, que se giraban a las cámaras como torretas, ni Sánchez con sus discursos de macabra suavidad, de ala de ángel de velatorio.

La normalidad era esto, Torra de nuevo, ya anacrónico, como un personaje de Alfonso Arús con gafotas, y otra vez Junqueras, como si volvieran los besos de domingo de beata vieja o de Chanquete. No se fijen en el virus, que está igual o peor. El virus siempre fue político y la normalidad es, por supuesto, sobre todo una necesidad política. Así que fíjense en la política. Se han renovado parlamentos y afianzado patriarcas, se ha completado el ciclo de Podemos, Sánchez ya está con los presupuestos y hasta el procés ha vuelto con su lejía de bote amarillo contra gérmenes y contra disidentes. Esto era la normalidad, la vuelta a las cosas de comer. Si hace falta, llegaremos a tragarnos el virus con tinto de verano, como los tudescos moscos de Quevedo. Pronto lo veremos de lo más normal. Ya se encargarán de irnos acostumbrando.