Las vacaciones se acaban y los españoles nos enfrentamos a una situación desconocida hasta ahora. Lo que nos deprime no es la vuelta a la rutina (¡ojalá!), sino el regreso a la incertidumbre más absoluta.

A menos de dos semanas de que comience el curso, ni los padres, ni los profesores, ni, por supuesto, los niños, saben cómo van a ser las clases este año: ¿presenciales? ¿virtuales? ¿mitad y mitad? Tampoco sabemos cómo será la vuelta al trabajo (quien tenga la suerte de tenerlo) ¿Qué medidas se establecerán en las empresas? ¿Y en el transporte público?

El Covid, no sólo no ha sido derrotado, como anunció en junio un eufórico Pedro Sánchez, sino que nos ha acompañado durante todo el verano, haciendo de España el país campeón, otra vez, en contagios, hospitalizaciones y... Sobre las muertes todavía no sabemos nada, porque el Gobierno ha renunciado a dar esas cifras. España es posiblemente el único país europeo que no tiene un sistema de información unificado entre comunidades para conocer los datos sobre la evolución del virus día a día. Pero en el Gobierno no se ponen nerviosos: ahora son la comunidades autónomas las que deben asumir las responsabilidades. ¡Ah! se siente.

Pero este final de verano, al margen de la desolación que nos procura, también ha tenido su puntito frívolo, como si la vida continuara a pesar de todo. Y no me refiero al affaire de Ponce y Ana Soria. Hete aquí que la ministra de Igualdad, Irene Montero, se nos ha descolgado en las postrimerías de este tórrido agosto con una entrevista en la revista Diez Minutos. No en ElDiario.es, como sería lo natural, ni siquiera en Público, ni en El País. No, en Diez Minutos.

De nuevo tenemos que recurrir al maestro McLuhan: el medio es el mensaje. Así que si uno da una entrevista a una revista del corazón es para hablar de esas cosas. Aunque, claro, al ser la entrevistadora Rosa Villacastín, la conversación aborda necesariamente otros asuntos como, por ejemplo, la opinión de la ministra sobre la huida del rey emérito o sobre el acoso que ella y su marido sufren en el chalet de Galapagar.

Bautizaba ayer Rubén Arranz a Montero como "La Preysler del proletariado". Todavía no lo es Rubén, pero apunta maneras.

La entrevista, con los posados de rigor, no aporta gran cosa, aunque nos permite comprobar lo satisfecha que está la ministra de sí misma. Su compromiso social era tan consustancial a ella que a los 15 años ya se había afiliado a las Juventudes Comunistas. Precoz en todo.

La ministra de Igualdad se lamenta en Diez Minutos de que algunos partidos utilicen la crispación para aprovecharse de la situación "más crítica en cien años"

En lo que insiste es en decir que ella no ha cambiado, a pesar de ser ministra, del chalet, e incluso de ser tema de portada de una revista como Diez Minutos. Y, para demostrar que ella sigue siendo aquella joven que salió a la calle el 15-M para gritar "No nos representan", le da una tarascada a don Juan Carlos, por no haberse quedado "dando el callo" en España. "No se puede desligar la figura de Juan Carlos de los Borbones", añade como un inequívoco guiño a la III República.

Sin embargo, lo más sorprendente es cuando se queja de las concentraciones que sufren casi a diario a las puertas de su casa ella y su esposo. ¡Cuidado! no confundir con los escraches que ellos defendieron, que esos están "amparados por los jueces", argumenta. Esto es otra cosa, porque "contra nosotros, vale todo", se lamenta.

Y añade: "Hay formaciones políticas que en una situación tan crítica, la peor en cien años, creen que la crispación o la generación de odio puede serles útil".

Resulta sorprendente que una persona tan preocupada por la memoria histórica se haya olvidado, por ejemplo, de la guerra que asoló a España entre 1936 y 1939; o de la terrible postguerra; o incluso de la brutal dictadura de Franco; por no remitirnos a hechos más recientes, como el golpe de Tejero. Tampoco me explico como una periodista ya con años de experiencia no le llamara la atención sobre este desliz impropio de una ministra del gobierno de España.

Pero, claro, las entrevistas en el cuché no son para afear, reconvenir o poner en aprietos al entrevistado, sino para que se luzca en todo su esplendor.

Tal vez por ello, Villacastín no le preguntó nada sobre la imputación de los miembros de la dirección de Podemos por presuntos delitos de malversación y administración desleal; o sobre el desagradable asunto del móvil de Dina Bousselham; o sobre el abultado coste de la nueva sede del partido; o sobre ese impuesto a los ricos del que ya nadie habla.

Cada uno tiene que asumir su rol. La periodista, amable y cómplice. La entrevistada, confidente y un tanto atrevida: "He aprendido a que me guste la moda". Esa es la perla que se esconde casi en el último párrafo de esta exclusiva veraniega.

Las vacaciones se acaban y los españoles nos enfrentamos a una situación desconocida hasta ahora. Lo que nos deprime no es la vuelta a la rutina (¡ojalá!), sino el regreso a la incertidumbre más absoluta.

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