Allí estaban los grandes del Ibex, con su presencia poderosa de desconocidos (la fama es para los horteras, el verdadero poder tiene pinta de concejalillo o de dama de orfeón que sólo conocen los suyos). Allí estaban los grandes del dinero, que en realidad sólo parecen señores que van de menú, y no habían venido para conjurarse, para robarnos ni para salvarnos. No. Allí estaban los grandes de España atendiendo a boberías, las boberías de Sánchez. E incluso apreciándolas. Ana Botín se mostró muy de acuerdo con el presidente, que sólo había hecho un monólogo de hipidos y tarjetitas de cumpleaños desde su bronceado tartésico con reflejos de cazador de ánfora. Hasta el dinero se nos va a volver bobo. Casi prefiere uno al rico con una punta de zapato sucia siempre por principio, para ofrecerla al limpiabotas como un cáliz, que el rico extasiado con boberías. Si al dinero ya no le importa el dinero, sino las escenografías de galán de claro de luna, esto va a ser la ruina total. Ana Botín quizá va siendo ya lo que decía Fernán Gómez del teatro: “En Madrid, el teatro son unas señoras”. Y allí estaban los grandes del Ibex, como ese público de merceros y dueñas de las zarzuelas, de claque ante la romanza goyesca y balconera de Sánchez.

Sánchez ha vuelto apareciéndose en la Casa de América, o sea el Palacio de Linares, que tiene muchos sitios y estilos para aparecerse. Allí hay capillas verticales, salones de clavecín, jardines a pedales de agua y teatros griegos tecnológicos y halógenos, por si uno quiere parecer un cartógrafo, el fantasma de una doncella con virginal o un emparedado en rayos UVA. Sánchez se apareció en el teatro semicircular con luz de planetario, con los ricos y los pelotas así como contemplando estrellitas más de picadero que de astrónomo, proyectadas sobre él. Sánchez parecía caminar con voz suave de documental por entre catástrofes cósmicas, agujeros negros y planetoides de lava, que es lo que nos espera. Se trata de hacernos creer que lo que tenemos encima son lejanos cataclismos y, en todo caso, que él los puede atravesar como una cortina de macarrones, apenas le presten un cañón de luz.

Allí estaba el dinero, allí estaban los banqueros con pinta de darte el sablazo a ti, los empresarios como con mancha futura de lubina en la corbata, y Ana Botín como una Pitita abducida ya por los horóscopos o los rosarios de papa de Sánchez. Estaban los sindicatos del alpiste y hasta James Rhodes, que es como la mascota cultural o al menos levemente cultural del sanchismo, como el gato que se pasea por el piano de la casa y al que Bach y Chopin le suenan por supuesto igual, o sea a pisada de gato. “Tal vez soy ingenuo, pero no puedo evitarlo. Para mí este tío es auténtico as fuck”. Eso ha dicho sobre el presidente el avispado pianista, enamorado de la fritura, del porrón, de los tunos y de Sánchez seguramente por las mismas razones folclóricas, románticas o mesoneras, como un guiri de Los Morancos o como Doña Croqueta. Uno entiende que esto lo diga Rhodes, pero no que venga a decirlo Ana Botín, aunque haya estudiado también piano, al menos para llegar al Schumann de las señoritas.

Sánchez pretende quedarse sin oposición mientras la epidemia se extiende por culpa de otros pero se repara gracias a sus invocaciones de mago de cucurucho

 Sánchez, entre la hipnosis de las galaxias, la voz de médium y el saloncito de arpa, está a punto de convencer al dinero, a Ciudadanos y ya veremos a quién más. Me refiero a convencerlos de él mismo, porque no ha exhibido más propuesta ni más ideas que sentarse con fondos así como parabólicos para que le lleguen todos los aplausos. Desde su parábola o mandorla en la Casa de América, alrededor de la que flotaban el dinero y el poder hechos quizá música, sensibilidad y matemática, como una gran fuga encargada por un emperador, Sánchez repetía lo de la unidad. La unidad, la unidad, sonando como esas flautas de eco rebotadas en el barroco de hueso del palacio. Unidad en qué y para qué, debería haber preguntado algún señor de banco estrellado y servilletón de restaurante vasco, o la misma Ana Botín, en vez de dedicarle a Sánchez una cadencia de violín deshilachado. Qué significa unidad, si el mismo Sánchez reconoce una España cuasifederal donde las autonomías poseen todas las competencias y el presidente queda en esa cómoda posición que sólo tiene la divinidad, esa gloria incongruente en la que la omnipotencia no se distingue de la inacción o del azar.

Allí estaba el gran dinero, ante un número de mago o una despedida de soltera, llenos igual de colitas de conejo. No se trata de que haya o no un mando único, se trata de que haya un plan. Y no hay más plan que ese Sánchez en el foco, haciendo de divo en calzones. Si se encargan las autonomías, deberían tener herramientas y recursos materiales y legales. Pero el Gobierno ha soltado el volante sin que haya un plan. Sólo les queda Sánchez con un esmoquin de cintura para arriba, como un camarero porno. En realidad, ni siquiera durante el estado de alarma hubo plan. Con todos encerrados ante el ángel de la muerte, Sánchez tampoco hacía nada, sólo esperar a que escampara posando como un ballenero heroico en la tempestad.

Ahora que ya no hay épica, sólo fracaso, Sánchez ya no quiere ser capitán. Es más útil dejar que se estrellen sus enemigos. Pero a pesar de no mover un dedo, pide unidad, es decir, pleitesía a su divinidad impotente, que no deja de ser divinidad. Pretende quedarse sin oposición mientras la epidemia se extiende por culpa de otros pero se repara gracias a sus invocaciones de mago de cucurucho. A estas boberías atiende ya hasta el gran dinero. Allí estaba, aplaudiendo a Sánchez como a una pija de gran lazo tocando el cumpleaños feliz en un piano de hojaldre, ganchillo y tripas de gato. Están todos invitados al espectáculo.

Allí estaban los grandes del Ibex, con su presencia poderosa de desconocidos (la fama es para los horteras, el verdadero poder tiene pinta de concejalillo o de dama de orfeón que sólo conocen los suyos). Allí estaban los grandes del dinero, que en realidad sólo parecen señores que van de menú, y no habían venido para conjurarse, para robarnos ni para salvarnos. No. Allí estaban los grandes de España atendiendo a boberías, las boberías de Sánchez. E incluso apreciándolas. Ana Botín se mostró muy de acuerdo con el presidente, que sólo había hecho un monólogo de hipidos y tarjetitas de cumpleaños desde su bronceado tartésico con reflejos de cazador de ánfora. Hasta el dinero se nos va a volver bobo. Casi prefiere uno al rico con una punta de zapato sucia siempre por principio, para ofrecerla al limpiabotas como un cáliz, que el rico extasiado con boberías. Si al dinero ya no le importa el dinero, sino las escenografías de galán de claro de luna, esto va a ser la ruina total. Ana Botín quizá va siendo ya lo que decía Fernán Gómez del teatro: “En Madrid, el teatro son unas señoras”. Y allí estaban los grandes del Ibex, como ese público de merceros y dueñas de las zarzuelas, de claque ante la romanza goyesca y balconera de Sánchez.

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