Para cuando Sánchez llegó, en carruaje negro y saludando con la mano en el pecho, como un señor de Las lanzas o un comendador con cruz de Santiago o quizá sólo el cocinero de todos ellos, Lastra y Ábalos ya se habían encargado de reducir a cenizas de rímel y cretona a Ayuso. Sánchez, pacificador y descendente, como el papa en helicóptero, dijo venir “a ayudar, no a juzgar”, después de que a Ayuso la hubieran juzgado, condenado y machacado sus mandados y sacamantecas.

En el Congreso, Sánchez hace lo mismo. Sale con esa voz de confesionario que se ha trabajado, diciendo cosas como “tender la mano”, una mano grimosa, acuosa y cefalópoda de viejo verde, mientras Lastra o Simancas se han dedicado a pasear al viejo dóberman por los tobillos de la vieja derechona, que tiene tobillos de señora bien, gordos y agradecidos igual que sus churros. Ahora, incluso después de esa paz versallesca, de museo de reloj y alfombra y cera rojas, el PSOE firma el manifiesto manifestante contra las medidas de Ayuso que, según el verbo líquido o lascivo de Sánchez, él apoya. No es incoherencia, sino sanchismo. El sanchismo es una especie de teología que gusta de exponer sus contradicciones, a la vez en ricos copones ceremoniales y en sermones de la montaña para pobres de espíritu o de mollera.

Ayuso era un objetivo desde que Sánchez olvidó el virus y se dedicó a lo que sabe, a esa política como de parchís, infantil y sin corazón

Lo de la Puerta del Sol fue un paripé institucional y consular con escenografía de hotel ginebrino, tratado de Maastricht, campeonato de ajedrez o asesinato en el Orient Express. En realidad, Sánchez venía a darle jaque mate o matarile a la reina de encaje negro de la derecha, allí en su propia casa, en su propio suelo ajedrezado, en su propio canapé propicio para venganzas rococós como en Las amistades peligrosas. Contaba Cristina de la Hoz en Twitter que, por lo que le llegaba, la idea de tanta bandera fue de Moncloa, que la CAM ni siquiera tiene tantas. Sánchez, sin embargo, se diría que las usa como servilletas o embozos de cama de su eterna suite presidencial. Ante un acerico de banderas, pues, Sánchez no hacía otra cosa que darle a Ayuso una muerte artúrica o japonesa, de ritual, seda, sable y aguja. Todavía anda la presidenta recogiendo banderas como alfileres caídos o abanicos ensangrentados de Madama Butterfly.

A Ayuso le preparan un puñal sobre un cojín, como una corona, y manifestaciones como un Ganges de pobreza, y un apartheid de cuponeros en Vallecas, mientras Sánchez dice que la apoya y ella parece por fin la mártir, la mariposa negra clavada, la Cleopatra yacente, la viuda nacarada que salía en los retratos. Sánchez la ha humillado y Ayuso no ha respondido porque no puede, porque es tarde, porque el veneno de Sánchez y del bicho la han paralizado a la vez. Podemos y el PSOE hacen con la epidemia lazaretos de clase y guetos de tocar el banjo con los pies y morcillería de sangre de pobre, y Ayuso todavía tiene que dar las gracias a Sánchez con pequeños pasitos de japonesa con miedo en su casa de papel.

La verdad es que el presidente del Gobierno no puede llegar diciendo que viene a ayudar. El Gobierno no es un vecino remolón que al final accede a regarte las plantas o a cuidarte un gato ciego. El Gobierno no es un cuñado en la barbacoa ni un voluntario de la Cruz Roja. Un Gobierno no puede ayudar, no tiene que ayudar, tiene que gobernar, tiene que liderar, tiene que solucionar, cosa que no tiene por qué consistir necesariamente en formar ese castillo de popa en el que salía durante el estado de alarma Sánchez, con catalejo dorado, mapas inventados y un séquito patapalo de oficiales y loros, como en una película de corsarios o balleneros. La batalla política y técnica contra la inacción de Sánchez tendría que haber empezado por ahí, por exigirle recursos y planes, que no dejara de ser Gobierno para dedicarse sólo a los pazos franquistas y a la berza nacionalista. 

España no es todavía ningún estado federal, aunque al PSOE y a sus socios les gustaría que esto quedara dividido en cantones o mesones. Que una comunidad pueda gestionar las endoscopias no significa que pueda gestionar una pandemia, ni en materia legislativa, ni científica, ni económica, ni logística, ni humana. Tampoco podría gestionar una guerra, y no encuentro nada más parecido a una guerra que esto. Ayuso quería hacerlo mejor que Sánchez, cosa que no era difícil, pero a lo mejor eso simplemente no se podía hacer sola en Sol como sola en Nochevieja, con un empecinamiento orgulloso, descalzo y triste. Ayuso era un objetivo desde que Sánchez olvidó el virus y se dedicó a lo que sabe, a esa política como de parchís, infantil y sin corazón. Las contradicciones no matan a Sánchez, que saluda con la mano en el pecho a la vez que apuñala con espadín complutense. Ayuso no exigió y ahora no sólo no se puede quejar, sino que tiene que suplicar. Sánchez la ha asesinado entre banderas, con saña, simbolismo e ironía, como a una muñequita de la Legión. Allí quedó Ayuso con sus grandes ojos abiertos de desconcierto y estocada rojigualda.

Para cuando Sánchez llegó, en carruaje negro y saludando con la mano en el pecho, como un señor de Las lanzas o un comendador con cruz de Santiago o quizá sólo el cocinero de todos ellos, Lastra y Ábalos ya se habían encargado de reducir a cenizas de rímel y cretona a Ayuso. Sánchez, pacificador y descendente, como el papa en helicóptero, dijo venir “a ayudar, no a juzgar”, después de que a Ayuso la hubieran juzgado, condenado y machacado sus mandados y sacamantecas.

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