Illa no parece un filósofo, sino un reverendo de la horca. Pero Ángel Gabilondo sí parece el filósofo que es, de ahí que no encaje en la política. Ángel Gabilondo es como un Confucio vasco que habla entre siestas como entre esas tablillas de caligrafía china escritas con patitas de pájaro. Dicen que no es político, que no hace oposición, no gusta a nadie porque parece un abad con cinturón de cuerda, que avasalla o cansa o aburre de humanidad o consideración o matices, ahí entre lóbregas parábolas hegelianas o quizá tomistas. Ahora, Gabilondo ha pedido que el Gobierno no intervenga Madrid, o eso se le ha entendido entre acotaciones. Más bien viene a decir que hay que llegar a un acuerdo, que no se puede tomar Madrid sin Madrid, como con Panzers. Gabilondo no sólo es un filósofo, sino que la política le ha cogido ya con una edad y unos trienios en los que las verdades salen solas, como pelos en las orejas.
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