Los dedos disparan miradas, así que a lo mejor Mónica García estaba echando un mal de ojo o haciendo una greguería con su pistola de guiños. Mónica García, de Más Madrid, se puso a disparar pestañazos con la mano, o tiros con los ojos, con unos dedos engatillados que ahora ella excusa por una artritis o algún otro frágil mal de arpista o de felino heridos en su “pata de terciopelo” (André Gide, creo). Estaba haciendo una garra de robar pájaros o dinero, dedicada al PP, y de repente se transformó en una pistola amartillada igual que sus cejas. Ella dice que sólo imitaba un gesto que le hacía alguien del PP, como al otro lado de la colina, y que el pulgar artrítico o reumático o encasquillado lo ha liado todo. Pero sí que parecía una pistola, sobre todo porque ella actuaba como esa gente que no sabe de pistolas y hace el gesto de disparar empujando con el brazo, para ayudar a la bala, y se pone entre de perfil, bizca y legañosa.

En política las manos toman ya forma de pistola, como las palabras. Pero siguen siendo gestos y palabras. Yo no sé si la diputada autonómica quería disparar al consejero Javier Fernández-Lasquetty con la corrupción, con confeti o con ironía. Desde luego no creo que quisiera hacerlo con bala, pero el tiro sale hasta sin bala en este ambiente de caza mayor política. Las manos van solas, como las de los zahoríes, y toda la violencia parece un calambre, una artrosis. La gente levanta la mano para hablar o para señalar e interpretamos ahí la pistola como si interpretáramos una sombra chinesca o una mancha de Rorschach. También Ayuso habló de un estado de alarma “a punta de pistola”, así que parece que estamos todos en una cabaña de cazadores o en un campo de minas. Pero no todos están igual, y ésa es la cuestión.

Hay violencia verbal, hay violencia mímica, pero sobre todo hay violencia real. Estamos hablando aquí de un gesto mecánico o ambiguo que nos parece una exageración equiparar con la intención de un disparo, pero Sánchez negocia y se aviene con los limpiaplatos de ETA. Y en Cataluña hemos visto guerrillas patrióticas que han llegado a la bomba de olla exprés, diseñada como un batiscafo. El mismo Podemos ha llamado a tomar las calles y las ha dejado mojadas de cristales y llamas. A Alberto Rodríguez, el popular rastafari de Podemos, lo ha citado ha declarar el Supremo, acusado de patear a un policía. Nuestro vicepresidente Pablo Iglesias lo ha apoyado con esta frase: “Ni un paso atrás, hermano”. No es una frase que reclame presunción de inocencia, ni que exprese confianza personal, sino una convicción de lucha justa, quizá contra el policía o quizá contra el juez, en todo caso contra un enemigo de guerra. Una convicción como la que demostró en su tuit de homenaje al Che, un “ejemplo para la historia de la liberación de los pueblos y la justicia social”. Ese Che que dijo en la misma ONU: “Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”. Y nuestro vicepresidente se despedía de él lanzando como su boina de pelo: “Hasta siempre, comandante”.

Nos ha asustado un gesto de disparo, confuso aunque sostenido y casi escultural, como el de un arquero, y no nos asusta que la violencia esté verdaderamente ahí, en las doctrinas, en los telediarios y en los puntapiés

Nos ha asustado un gesto de disparo, confuso aunque sostenido y casi escultural, como el de un arquero, y no nos asusta que la violencia esté verdaderamente ahí, en las doctrinas, en los telediarios y en los puntapiés. La violencia física, quiero decir, no la mera descortesía más o menos pendenciera, faltona y buchona. Ahora se dice mucho eso de que la política ha bajado al barro o a algún otro sitio húmedo o disentérico, desagradable no por peligroso sino por inelegante. Eso del barro de la política, además, los echa a todos a la misma alberca, con lo que ya no distinguimos a nadie entre la pez. Me refiero a no distinguir al que defiende el ladrillazo, las hogueras, el golpe de Estado, los Kaláshnikov y el pimpampún de Zorro caqui del Che, de otro que ha llamado al de enfrente matón, dictadorzuelo o moñas. No, no están todos en el mismo barro.

Tenemos ahí la violencia, la que es real, física, dogmática, igual que tenemos la antipolítica y el antipensamiento abatiendo cada derecho y cada logro de la modernidad democrática, y resulta que lo que casi nos mata es un tiro de corcho o una peineta del gallinero político. Tanto es así que los moderados son los de la liquidación de la separación de poderes, los de la negación de la ciudadanía en favor de las masas o las razas, o los de los fusilamientos como justicia social. Son los moderados porque hablan bajito, encorvados y frotándose las manos, como un campesino ruso. Los radicales y los ultras, en cambio, son los que denuncian todo esto o simplemente van a los toros vestidos de limpio.

Mónica García hacía una pistola de manopla o unos tiros de soplar velas, con sus dedos como con férula de hueso o de culata. Quizá pensó que la Asamblea de Madrid no tiene todavía tiros para turistas, como el Congreso. Quizá no eran tiros, sino una estilización del corte de mangas o de los morros en puchero. O sí era un disparo, pero un disparo de nieve, como en la canción de Silvio Rodríguez, donde hay quien entiende “un disparo de Nievi”, supuesto apodo de un mítico francotirador soviético. Un disparo de nieve en el barro de Madrid casi parece una cursi concesión a la belleza, como una pisada de unicornio, también de Silvio. Pero la violencia y el fanatismo reales no son así, no están en los meros gestos sino en las intenciones y en los hechos. Y no se puede decir que ahora no se vean venir, como un disparo del tal Nievi o de otro emboscado con fusil, cigarrillos y paciencia.

Los dedos disparan miradas, así que a lo mejor Mónica García estaba echando un mal de ojo o haciendo una greguería con su pistola de guiños. Mónica García, de Más Madrid, se puso a disparar pestañazos con la mano, o tiros con los ojos, con unos dedos engatillados que ahora ella excusa por una artritis o algún otro frágil mal de arpista o de felino heridos en su “pata de terciopelo” (André Gide, creo). Estaba haciendo una garra de robar pájaros o dinero, dedicada al PP, y de repente se transformó en una pistola amartillada igual que sus cejas. Ella dice que sólo imitaba un gesto que le hacía alguien del PP, como al otro lado de la colina, y que el pulgar artrítico o reumático o encasquillado lo ha liado todo. Pero sí que parecía una pistola, sobre todo porque ella actuaba como esa gente que no sabe de pistolas y hace el gesto de disparar empujando con el brazo, para ayudar a la bala, y se pone entre de perfil, bizca y legañosa.

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