Ya está claro quién ha ganado este extraño debate de una moción de investidura que tenía un probable perdedor, no en términos numéricos pero sí en términos políticos, y que no era ni el proponente de la moción de censura ni tampoco el propio censurado sino un tercero contra el que iba dirigida indirectamente la moción y que, sin embargo, ha acabado alzándose como vencedor absoluto de la contienda parlamentaria: Pablo Casado, el hombre que ha ganado rotundamente este debate y ha dejado completamente descolocados al resto de participantes en él.

La cosa venía muy mal encarada para el líder del PP porque, dado que se sabía de antemano que era una moción sin ninguna posibilidad de salir adelante, había acuerdo general en que lo que aquí se iba a dirimir era el liderazgo moral de la derecha. Digo moral porque en términos de escaños la duda no existía. Pero sí había la sensación –quizá la convicción- de que Vox le estaba comiendo el terreno al Partido Popular porque los planteamientos del grupo verde estaban formulados con una contundencia que muchos votantes del PP añoraban y cuya blandura argumental reprochaban a su partido.

Casado ha demostrado ser muy consciente de lo que se estaba jugando en el tablero del hemiciclo del Congreso e hizo por eso un espléndido discurso

De hecho, cuando ayer subió a la tribuna Ignacio Garriga para defender la moción de censura contra Pedro Sánchez con un discurso, por cierto, mucho mejor atado y más estructurado que el que luego hiló el candidato Santiago Abascal, pareció que las críticas al Gobierno no podían haberse hecho con más eficacia que la que empleó el hoy candidato de Vox en las futuras elecciones catalanas.

En ese momento empezaron a ponérsele las cosas aparentemente mal a Pablo Casado, que a esas alturas seguía sin desvelar el sentido de su voto que ya se sabía que sólo podría oscilar entre la abstención y el No.

Casado estaba, y de hecho lo ha estado desde hace muchos meses, atrapado en una pinza muy peligrosa para él y para su partido entre Pedro Sánchez y Santiago Abascal y ésta de la moción de censura iba a ser la ocasión en que la pinza se cerrara sobre su cabeza y destruyera su trabajo por confirmarse de una vez por todas como el líder indiscutible de la oposición conservadora al Gobierno del PSOE en coalición con el ultraizquierdista Podemos liderado por Pablo Iglesias.

Esta mañana se ha visto que en absoluto era cierto que a Pablo Casado “no le importara nada”, como decía él mismo, esta moción de censura que no era, en palabras de su secretario general, más que “una tomadura de pelo”.

Vaya si le importaba. Casado demostró hoy que era muy consciente de que él podía ser la víctima propiciatoria de este movimiento político de Abascal contra Pedro Sánchez que se jugaba en el trasero del líder del PP. Era hoy cuando podía perder la primogenitura moral y política del liderazgo de la oposición.

Por eso ha hecho el mejor discurso de toda su vida pública, no sólo en su parte inicial, de la que ahora hablaremos, sino en su réplica a un Pablo Iglesias tan anonadado y tan descolocado como el propio candidato de Vox a la presidencia del Gobierno, al que literalmente no le salían las palabras cuando subió a la tribuna para responder al líder del PP. La diferencia con el vicepresidente del Gobierno es que éste hizo un esfuerzo ímprobo por disimular su estado de perplejidad supina y malenhebró un discurso sin sentido, errático y que acabó hablando de cosas que no tenían nada que ver con el debate que allí se estaba produciendo. Los papeles que había traído le eran ya inservibles y se notaba.

Pablo Iglesias dijo nada más empezar que Pablo Casado había hecho un discurso brillante y moderado, propio de la tradición canovista española. Y es verdad que lo hizo. Por su parte, Santiago Abascal, demudado, confesó que “no  esperaba” que Casado hubiera hablado como lo hizo contra Vox y contra él personalmente.

Luego Casado explicó el por qué de sus palabras. El PP lleva dos años, dijo, soportando los insultos de los del partido verde que desde muy al comienzo viene ridiculizándole a base de etiquetarlo como “la derechita cobarde”, apelativo que ha compartido buena parte de los antiguos votantes del Partido Popular que, justamente por esa razón, han trasladado sus votos a Vox.

Éste era el momento de levantar la voz y la cabeza para defender el modelo de España que los populares quieren. Un modelo, dijo, que nace de la concordia que se impuso durante el -hoy denostado por muchos- proceso de transición política y que ha perdurado como clima de convivencia en España hasta bien entrado el siglo XXI.

Si no lo hacía hoy, si no le plantaba cara a un Santiago Abascal que hay que decir que patinó ayer en un puñado de cuestiones que le dieron a Casado la coartada perfecta para trazar una línea divisoria clara entre Vox y el PP, ya podía dar por muerto su proyecto de llegar un día a La Moncloa. Era ahora o ya no sería nunca.

Vox tendrá su sitio en la política española pero no ocupará el liderazgo en el ámbito de la derecha

Abascal no calculó bien, o quizá sí lo hizo, las consecuencias políticas que para la derecha española iba a tener el desenlace de este duelo entre dos partidos de ese espectro político, que era lo que en definitiva se dirimía en esta moción de censura contra un Pedro Sánchez que no tenía allí otro papel que el de observador de un pulso a muerte y por eso definitivo entre un partido de derecha radical y otro de derecha moderada.

Casado ha demostrado ser muy consciente de lo que se estaba jugando en el tablero del hemiciclo del Congreso e hizo por eso un espléndido discurso en el que fijó la posición de su partido con letras de fuego, que determinará en el futuro de manera indubitable la identidad y el modelo de actuación de esa formación política.

Es verdad que fue muy duro con Abascal, quien no daba crédito a lo que estaba oyendo, pero para Casado era una cuestión de mera supervivencia. “No somos como usted porque no queremos ser como usted. Así de sencillo”, le soltó al líder de Vox como una síntesis de su exposición política en la que no dejó de enumerar las numerosas iniciativas que su partido había planteado en los meses que llevamos de legislatura y las torpezas o las bravuconadas cometidas por su interlocutor.         

Es posible que los dirigentes del partido verde, que tienen ahora que intentar recuperarse del chaparrón recibido, jueguen a partir de hoy con la posibilidad de devolver el golpe a Casado en los gobiernos autonómicos y en los ayuntamientos en los que el PP gobierna gracias a su apoyo y cuya retirada supondría la caída de esos gobiernos.

Pero esa sería una jugada arriesgadísima porque nadie tendría duda de que se trataba de una venganza que tendría como consecuencia, para colmo de males, que esos gobiernos pasaran a manos de la izquierda. No tendría buena venta esa reacción y aunque Santiago Abascal aseguró en el transcurso de su intervención que no harían semejante cosa, no hay que descartar que en muchos lugares de España los dirigentes de ese partido estén ahora mismo rumiando el modo de ejercer la revancha.

No fue Pedro Sánchez ni ninguno de los intervinientes en el debate los que derrotaron moral y políticamente a Vox. Fue Pablo Casado el que, además, remató la reivindicación  de su modelo político cuando respondió a un patidifuso Pablo Iglesias que no tuvo ni remotamente la ocasión de lucirse con un discurso radicalmente descalificatorio de ambos partidos, Vox y el PP, además de Ciudadanos como propina, como el que seguramente traía preparado.

Se acabó el desafío. Definitivamente. Vox tendrá su sitio en la política española pero no ocupará el liderazgo en el ámbito de la derecha. Ese lugar se lo ha ganado con todos los pronunciamientos el presidente del Partido Popular. Si es cierto, como decía esta misma mañana un antiguo ministro de los gobiernos de Mariano Rajoy, que “un líder es el que está dispuesto a asumir riesgos y efectivamente los asume", no hay duda de que Pablo Casado pertenece desde hoy a ese reducido grupo. Los riesgos que corría en este debate de una moción de censura contra Pedro Sánchez, pero que en realidad era en la práctica contra él, eran enormes. Pero los ha asumido con valentía y con convicción. Y ha ganado. He aquí un líder.

Ya está claro quién ha ganado este extraño debate de una moción de investidura que tenía un probable perdedor, no en términos numéricos pero sí en términos políticos, y que no era ni el proponente de la moción de censura ni tampoco el propio censurado sino un tercero contra el que iba dirigida indirectamente la moción y que, sin embargo, ha acabado alzándose como vencedor absoluto de la contienda parlamentaria: Pablo Casado, el hombre que ha ganado rotundamente este debate y ha dejado completamente descolocados al resto de participantes en él.

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