A los muertos los vigilan mariposas y helicópteros, drones municipales y ángeles libélula. En los cementerios de Madrid el cielo se ha vuelto fronterizo o federal, ese federalismo que se ha inventado Sánchez y en el que, según el sitio, hasta los muertos tienen que tener permiso para salir (los muertos salen y barren sin querer las hojas del otoño con el espíritu, como una novia que barre el jardín con el vestido). Los muertos y los vivos tienen encima, en vez de cruces o candeleros, drones y semáforos, como si en el cementerio fuera a empezar una carrera de carruajes con las tumbas. El Gobierno ha tardado diez meses en sacar unos semáforos que te dicen el color del peligro como tonos de vergüenza, pero no aclaran qué medidas hay que tomar cuando saltan. Así que ni los vivos ni los muertos saben muy bien qué hacer y así están, atropellándose todos, muertos, vivos, abejorros, tumbas derrapando y angelotes como hidroaviones de bomberos.

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