Veo orgulloso a los muchachos madrugar en Logroño para reparar los desperfectos ocasionados por seres que claramente no respetan mucho a los demás. Mientras, me detengo en cómo poner música a esa situación. Dan ganas de soltar un improperio de thrash metal contra los segundos o un himno de agradecimiento dedicado a los primeros.

Pero me centraré en ese espacio público entre edificios, ahora a veces desierto, que tanta música ha dado... llamado calle. Si pienso en artistas que comenzaron a dar sus primeros pasos esperando donativos en la “rue”, me salen la mayoría, y si recurro a alguna canción relacionada con una en concreto, me encuentro con muchas.

He recordado a cierto músico que comenzó siendo callejero y que tuvo un solo éxito dedicado a una calle concreta. Se trata de un sonido muy especial que a muchos nos recordará a cierta campaña publicitaria de cuando era legal anunciar tabaco, y en las cadenas públicas de TV. Un velero, con nombre idéntico a la marca en cuestión, era sobrevolado en el mar por un helicóptero en una época sin drones. Y de repente se hacía eco en todas nuestras casas el resonar de un saxofón, una y otra vez al cabo del día.

Gerry Rafferty fue un niño escocés maltratado por un padre alcohólico y violento. Y el muchacho heredó en parte esa faceta que no puso fácil su carrera musical hasta morir de enfermedad hepática hace ya algunos años. Como muchos, comenzó abriendo la funda de su guitarra en la acera, esperando el donativo. Eran los 60 y quien más quien menos, todos los músicos con inquietudes pop montaban un grupo: en este caso, los Humblebums. No se moleste el lector demasiado en buscarles porque no pasó nada con ellos. El escaso don de gentes de Gerry le colocó de nuevo en la calle antes de formar parte de otro proyecto que marcaría su vida: los Stealers Wheel, tampoco muy populares.

Si digo que ese grupo marcó su vida no es porque junto a ellos saboreara las mieles del éxito rotundo más allá de haber sido recordados en alguna película de Tarantino, sino porque los muchos pleitos legales que mantuvo con la banda le tuvieron años en el dique seco, con cintas en los cajones. Los juzgados se hallaban en Londres y el cantautor debía viajar desde Glasgow con frecuencia, así que nada mejor para hospedarse que el hogar de un buen amigo con cama libre justo en la “calle del panadero”. Curiosamente, aunque su nombre representa un muy digno oficio, sencillamente tomó su denominación del apellido de quien la concibió. Baker Street es el tema que añadimos hoy a nuestra lista.

Seguro que al llegar al segundo 25, el sentido auditivo ha llevado al lector al anuncio y a tantos momentos vividos décadas atrás. Se trata de uno de los más famosos “riff” de saxofón de la Historia de la música pop. ¿Fue realmente nuestro escocés el creador?

Lo cierto es que el intérprete, Raphael Ravenscroft, era un conocido músico de estudio que acabó trabajando para todo tipo de bandas durante los 70 y los 80 como Pink Floyd, Abba o Marvin Gaye. Sin embargo, y a pesar de ser él quien sopló aquel saxo, se dice que replicó una línea tonal que originalmente era de guitarra. Ambos se atribuyeron el éxito, pero curiosamente eso no supuso un problema en su relación personal. Tanto es así que el saxofonista actuó en el funeral de Gerry. Y eso a pesar de haber cobrado solamente 27 libras (y con dificultad) por su trabajo contra las más de 80.000 que se recaudaron en derechos de autor.

Si olvidamos el pequeño detalle de que Sherlock Holmes es un personaje de ficción, diríamos que se indica claramente en los libros que tenía su residencia en el 221B de Baker Street. Por cierto, otro personaje ficticio, en este caso mucho más actual, tenía también justo ahí su casa: el doctor House. El célebre doctor, si fuera real, ya habría descubierto la cura para esta pesadilla y posiblemente para la enfermedad de aquellos que tienen tan mal perder en nuestras calles ante algo inevitable.