Necesidad obliga. Dice la vicepresidenta tercera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital que hemos avanzado más en estos meses que en los últimos años en lo de trabajar y vivir digitalmente. Todos nosotros o teletrabajamos, o sabemos de alguien que lo hace.

El teletrabajo en la música también surgió por necesidad, pero ya en los 80. Y fue la tecnología la que llevó las capacidades de producción antes reservadas a los grandes estudios hasta las pequeñas habitaciones de todo tipo de personas con intereses creativos. Yo mismo fui uno de esos bedroom deejays que desde su casa hacían por encargo cintas para amigos y familiares. Como muchos otros jóvenes entonces, acabé lanzando varios megamixes para discográficas de varios países producidos enteramente en mi dormitorio, además de poner una antena en el balcón y llegar a hacer radio para el barrio en el 84.

La necesidad de la sala de grabación o el estudio de radio se tambaleaba en las tiendas especializadas, que aparecieron en calles de ciudades como Barcelona (Sepúlveda) , Madrid (Barquillo) o en las capitales de todo el planeta. Para tocar un sintetizador o una caja de ritmos no necesitabas una sala de grabaciones carísima. Al abrigo de esa popularización de la electrónica de la música (y de la música electrónica) nació y creció el tecnopop en el mundo, pero no fue lo único.

1977. El boom de la música disco aparece al ritmo de Travolta en la pista de la película “Fiebre del sábado noche”. Recordemos que en aquella época la música para bailar se hacía con orquesta. O sea, batería, trompetas y violines. Y todos músicos profesionales, claro. Pero eso cambió de repente. La gente creaba música en su domicilio. A rebufo del fenómeno “disco” abren sus puertas locales en todo tipo de garajes, fábricas vacías o incluso en algunos baños públicos. En New York no todo quisque entraba en Studio 54, así que la ciudad tuvo un boom de espacios en los que se agolpaban cada sábado candidatos muy voluntarios y propensos a sufrir esa famosa fiebre. En otras ciudades no se quisieron quedar atrás. En Chicago, uno de esos locales era una fábrica de tres plantas que retumbaba al ritmo de la incipiente música electrónica que llegaba muchas veces en forma de cintas de cassette hechas en casa por los poseedores de algunos de esos aparatos que emulaban las orquestas de antaño. Casa, en inglés es house y el local se llamaba Warehouse. Ahí consta que nació la “House Music”. Dos mil almas se agolpaban a razón de dos dólares y medio sin posibilidad de baile más allá del salto vertical. Cuenta la leyenda que ni los agentes del orden cabían para desalojar cada fin de semana la escena.

El mago al cargo, predecesor de los David Guetta de hoy, era un tal Frankie Knuckles, hoy ya convertido en mito. Como regalo, si alguien quiere verle “pinchar” y hasta bailarle una sesión entera en NYC en 2013, un año antes de morir, aquí la tiene. La bailará junto a otros más de tres millones de views:

En aquellos locos principios de los 80, con una Roland TR 909 como creadora de ritmos, un giradiscos y algo de gracia, cualquier cosa que sonara podía ser remixada y llevada a las pistas de cualquier fábrica de noches muy olvidables por acción de los psicotrópicos. Esa fiebre no tardó en convertirse en movimiento, y hasta los productores más punteros de los años siguientes añadieron un toque “casero” a sus éxitos a base de remixes con no demasiados medios realizados por DJs… que, por cierto, teletrabajaban desde casa.

Las discográficas no tardaron en darse cuenta de que podían ganar literalmente millones, invirtiendo apenas los dólares que costaba la cinta, y surgieron éxitos como los de “Technotronic” o “Snap”, ya en los 90. Dejó de ser noticia que los artistas tuvieran estudio propio. Cada vez hubo más, y más sencillos a medida que avanzaba la tecnología. Los ordenadores personales convirtieron la creación musical en un videojuego. Cuando este movimiento llegó al levante español ya se había transformado en algo bastante diferente llamado “sonido máquina” y acabó degenerando en aquel “bakalao”.

De toda la “ruta” que siguió el sonido House desde Chicago en los 70 a lo último de Swedish House Mafia me detendré en una producción que creo que bien merece formar parte de nuestra playlist musical. No pertenece estrictamente al movimiento, pero se contagió del espíritu, convirtiéndose en uno de esos “himnos” de baile con los que quedar bien si te toca poner música de los 90 en cualquier fiesta. Robin Stone, la cantante, tenía un gripazo de campeonato mientras grababa, pero hasta gustó esa voz rota y sufrida. ¡Qué cosas tiene el teletrabajo!