Recuerdo que en la capilla ardiente de Rubalcaba estaban también sus envenenadores, o estaban sobre todo sus envenenadores, indistinguibles de los amantes galantes, como haciendo juego con aquellos salones de divanes goyescos, secretito en el arpa, ujieres de sopera y bustos romanos del Congreso. Pedro Sánchez conversaba con Rajoy ante el ataúd de Rubalcaba, ante la sombra de viuda en un invernadero que dejaba Susana Díaz y ante la presencia de perchero de sus chaquetas que tiene Zapatero, y era como si todos hubieran bebido de la tacita de cianuro del otro y ya nadie supiera quién había acabado con quién. Decía Umbral que en los velatorios se va a matar al muerto, pero allí casi todos habían matado y casi todos iban para muerto. El caso es que lo que parecía Rubalcaba no era el difunto, sino el único que había sobrevivido a la conspiración.

Rubalcaba veía a Sánchez como un “radical de izquierdas”, según desvela Iceta en una biografía del ex secretario general que publica Antonio Caño. Parece una frase de abuela, y a lo mejor lo es. Desde González, que era “Dios” (así se refería a él Fernando Múgica, según conversaciones reveladas en su tiempo), el PSOE sólo ha tenido guardafincas, meritorios y huerfanitos. Al Partido se le iban cayendo las letras y los líderes hasta que sólo quedaba el Partido sin más. Rubalcaba era eso, el Partido, lo único que quedaba en ese letrero de cine o de hotel desclavijado que era el PSOE. Incluso después de Zapatero, que casi deja pelado al socialismo como el bonzo que él quería ser, quedaba Partido, o sea Rubalcaba.

Rubalcaba guardaba la casa y conservaba la honra y la fama del PSOE como esos pianos y esas jaulas cubiertos con sábana de las haciendas en decadencia, pero desde González no había un líder verdadero. Lo de Zapatero fue un personalismo sin autoridad, una flojera general de hombros y de política, una especie de desmayo que tuvo el PSOE y que dejó marca pero no descendencia. En realidad, el único liderazgo fuerte que ha tenido el partido desde González ha sido Sánchez, que es como decir que desde César no hubo nadie interesante en Roma hasta Calígula, pero creo sinceramente que es así. Aunque no puedo estar de acuerdo con Rubalcaba en eso de que Sánchez sea un “radical de izquierdas”. Sánchez, simplemente, no tiene ideología.

Rubalcaba no tuvo tiempo de conocer bien a Sánchez. Rubalcaba escapó de la conspiración como de esas cenas con asesinato, muriéndose el primero, y se llevó ese viejo PSOE suyo de viejas cancelas y viejos llavines como a su viñeta con San Pedro, ésa que hacen todos los viñetistas. “Le expliqué a Pedro Sánchez que España necesitaba un Gobierno sólido y dejamos de hablar. Bueno, me dejó de hablar”. Así contaba Rubalcaba, a finales de 2016, la ruptura. Poco antes, en septiembre, Susana había echado a Sánchez de la secretaría general con esa especie de motín de vendimiadores andaluces, traídos como en camioneta (recuerden a Verónica Pérez, la “única autoridad” que parecía una dama de honor de la presidenta andaluza, o a Mario Jiménez, su fiel capataz de rancho). Pero hasta eso se podía aún defender ideológicamente.

Rubalcaba escapó de la conspiración como de esas cenas con asesinato, muriéndose el primero, y se llevó ese viejo PSOE suyo de viejas cancelas y viejos llavines

Rubalcaba escapó de la conspiración como de esas cenas con asesinato, muriéndose el primero, y se llevó ese viejo PSOE suyo de viejas cancelas y viejos llavinesRubalcaba, que inventó lo del “gobierno Frankenstein”, todavía podía hablar de lo mejor para el país. Y hasta Susana, que sólo quería echar a Sánchez, siempre cuidó su veredita hasta la Moncloa con un españolismo de tronío y un socialismo ortodoxo más cerca de González que de Zapatero. González, “Dios”, también había declarado públicamente su desagrado ante un posible gobierno de coalición con ese leninismo con poncho de Podemos. Quiero decir que González, Rubalcaba y Susana, tan de hierro en la política, todavía usaban argumentos ideológicos y de Estado contra Sánchez. Y recalco lo de Susana porque ella era en la política, hasta la llegada de Sánchez, la pura ambición salvaje y mortal, la ambición con cerbatana. Pero hasta ella necesitaba un marco ideológico estable y bien definido para convencer. Por eso se iba al Ritz con una labor de rejería muy trabajada, a tocar las castañuelas con las pestañas, a encandilar y a tranquilizar a los empresarios con un socialismo predecible y un poco de jubilado guiri.

A Sánchez lo veían como un izquierdista peligroso porque parecía un izquierdista peligroso. Hay quien sigue diciendo que lo es, pero Sánchez podría ser todo lo contrario si le viniera bien. Simplemente, la extrema izquierda y el nacionalismo le ofrecen ahora instrumentos de demolición que el centro-derecha de botafumeiro no ofrece. Por ejemplo, el asalto bananero a los demás poderes del Estado o una educación centrada en la botijería local y el bostezo intelectual para que no se cuestionen sus alianzas plurales y sus contradicciones, que podrían así durar una generación entera. El reproche de Rubalcaba a Sánchez era, pues, un reproche aún presanchista. Toda la crítica ideológica a Sánchez es presanchista, o sea desfasada y desnortada. La crítica a quien le sirve decir cualquier cosa y su contraria debe ser ya sólo ética y estética.

No sé si Rubalcaba falleció creyendo aún que se enfrentaba ideológicamente a Sánchez. Me gustaría pensar que con él murió esa inocencia, si no fuera por la candidez con la que otros siguen manifestando, incluso ahora, lo mismo. En aquella capilla ardiente, con lágrimas de velón y rosas carnívoras, muchos temblaban con su té de velatorio o de veneno en la mano o en el alma. Pero sólo Sánchez había ido a matar al muerto, a matar a la política y a matar al PSOE.

Recuerdo que en la capilla ardiente de Rubalcaba estaban también sus envenenadores, o estaban sobre todo sus envenenadores, indistinguibles de los amantes galantes, como haciendo juego con aquellos salones de divanes goyescos, secretito en el arpa, ujieres de sopera y bustos romanos del Congreso. Pedro Sánchez conversaba con Rajoy ante el ataúd de Rubalcaba, ante la sombra de viuda en un invernadero que dejaba Susana Díaz y ante la presencia de perchero de sus chaquetas que tiene Zapatero, y era como si todos hubieran bebido de la tacita de cianuro del otro y ya nadie supiera quién había acabado con quién. Decía Umbral que en los velatorios se va a matar al muerto, pero allí casi todos habían matado y casi todos iban para muerto. El caso es que lo que parecía Rubalcaba no era el difunto, sino el único que había sobrevivido a la conspiración.

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