¿Qué puede hacer un líder, político o empresarial, cuando tiene el enemigo dentro de casa, incrustado en el seno de su propia organización? 

Una gran empresa, un partido político o una organización sindical o empresarial y no digamos ya un país constituye un entramado extraordinariamente complejo, conformado por miles o hasta millones de personas que, para ser gobernado, debe contar con una hoja de ruta clara y una dirección hacia la que todos, desde el capitán hasta el último grumete, deben remar al unísono. Pero no siempre ocurre así. 

En España, vivimos una situación política inédita en los últimos 43 años de democracia: la de un gobierno de coalición con ministros pertenecientes a dos partidos diferentes, PSOE y Unidas Podemos, que no siempre cuentan con intereses convergentes y que en no pocas ocasiones muestran en público sus diferencias, cuando no sus discrepancias de menor o mayor calado. 

En el caso que nos ha ocupado más recientemente: ¿Qué puede hacer Pedro Sánchez con nada menos que un vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, cuya formación plantea enmiendas al Proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado -como la relativa a los desahucios- como si formara parte de la oposición dura siendo a la vez parte del propio Gabinete? Esto es sin duda un hecho político completamente kafkiano que jamás se ha visto en ningún país del mundo. Un gobierno que se hace oposición a sí mismo será sin duda objeto de estudio por parte de futuros manuales de ciencia política. No me cabe duda. 

Os puedo asegurar que como italiano he vivido muchos, muchísimos gobiernos de coalición, algunos muy conflictivos y complicados, sin embargo ni en el más surrealista gobierno que ha tenido el país transalpino, la coalición entre el partido de extrema derecha, la Lega y el ultraizquierdista Movimento Cinque Stelle se llegó a un desfase semejante.

Un gobierno que se hace oposición a sí mismo será sin duda objeto de estudio por parte de futuros manuales de ciencia política

Cabe suponer que, desde el punto de vista estratégico y de cara a la consecución de objetivos, este tipo de disfunciones son una catástrofe. Un desastre que solo puede acrecentarse más si cabe cuando uno o varios "lugartenientes" del "comandante en jefe", por apoyarme en terminología militar, tienen que salir en su apoyo.

Hemos visto en los últimos días a Margarita Robles, ministra de Defensa y uno de los miembros más sólidos del gabinete enfatizar en varias apariciones televisivas que: "El presidente del Gobierno es Pedro Sánchez", como si hiciera falta recordarlo, y criticar con dureza a sus socios de Podemos cuando, de forma implícita, exigía que "nadie se arrogue la representatividad social exclusiva de los ciudadanos". Más leña al fuego, como se ve y más leña para el fuego de una oposición que se frota las manos ante las "autolesiones" de un equipo de dirección que aparenta cualquier cosa menos unidad. Repito que no es la mejor técnica -aunque presupongo que Robles se comporta así por su cuenta y riesgo y no por encargo de su líder- puesto que en pocas horas se provoca la lógica reacción; una destacada representante de “los otros”, en este caso Ione Belarra, responde atacando a la primera y acusándola de ser “la ministra favorita del PP y de Vox”. Todo muy poco edificante. Como si gustar también a la oposición fuera un delito...¡absurdo!.

Diagnosticado el mal. ¡Vayamos con los remedios!

Hay varios caminos para solucionar el problema, claro, y se resumen en dos: la vía del diálogo o la del enfrentamiento abierto. Ambas vías pueden llegar a no ser incompatibles puesto que a veces, si no se profundiza e implementa la primera, inevitablemente deviene la segunda. Yo recomiendo siempre, desde mi experiencia como formador de líderes y como experto en complejos procesos de negociación en conflictos de muy diversa índole, la primera de ellas: diálogo, diálogo... y después, más diálogo. 

Teníamos entendido que el presidente y el vicepresidente segundo del Gobierno, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, comían cada jueves para, entre otras cosas, dejar constancia del “buen rollito” personal entre ambos -tras aquellas apelaciones del jefe del Ejecutivo durante la campaña a la “falta de sueño” que podría provocarle el líder morado- y con objeto también de que la coordinación y el engranaje de las piezas “intergubernamentales” funcione a la perfección. No tengo información acerca de si estos almuerzos se siguen produciendo, pero debo decir que, si tuviera que aconsejar a ambos líderes, les insistiría en que esta es la mejor ruta por la que pueden navegar si quieren llegar a buen puerto.

En la cabeza de ambos líderes hay dos intereses diferenciados: el primero es el de que su ejecutivo conjunto llegue a buen puerto; el segundo son sus respectivos intereses electorales

Es evidente que en la cabeza de ambos líderes hay dos intereses diferenciados: el primero es el de que su ejecutivo conjunto llegue a buen puerto; el segundo son sus respectivos intereses electorales, además del común interés para servir a los españoles que doy por descontado. Y tengo para mí que tal vez a Sánchez, que al final es quien representa la cabeza del poder ejecutivo le interesa más el primero y a Iglesias le ocupa más, por el contrario, el segundo. Es natural, aunque no creo tampoco que sean acertados los análisis que circulan desde hace meses, casi desde el inicio, de que en cuanto surgieran fricciones, más que previsibles entre los “morados” y los del “puño y la rosa”, los primeros abandonarían la “moqueta” y se echarían a la calle a encabezar las protestas contra los recortes motivados por la crisis económica derivadas de la pandemia… ¡de los que ellos mismos no querrían ser corresponsables!

Estoy convencido de que el presidente ha consumido cientos de horas dedicadas a este camino. Y no creo que Iglesias -fuera del papel público que a veces gusta de encarnar- sea un descerebrado al que guste poner en aprietos gratuitamente a quien le ha puesto a su derecha -o a su izquierda, como se prefiera- como vicepresidente segundo y máximo responsable en España de Asuntos Sociales. Me queda por ver hasta dónde en la cabeza de Iglesias domina la parte de “hombre de Estado” y qué porcentaje ocupa la segunda, la de hombre de partido que, por definición, viniendo de una tradición esencialmente comunista tiene la veta revolucionaria a flor de piel.

El líder no lo tiene fácil ante esta tesitura; hasta el analista menos avispado sabe -y en Podemos no son tontos- que, si el gobierno cae, caen todos, entendiendo “caída” como pérdida del poder, lógicamente. Por ello, y de esto sí tenemos alguna información al respecto, lleva tiempo lanzando mensajes en todas las direcciones posibles, pero sobre todo en la de los díscolos, apelando a la unidad de acción. 

¡Ay del líder que fomenta la división!

Si elegir en cada momento por parte del máximo responsable el camino del diálogo o la ruptura -y dentro de cada una el nivel y la modulación de cada vía- es un arte extraordinariamente complejo, explorar caminos de pura “trapacería” en materia de gestión de Recursos Humanos como el colocar a ambos lados del vértice dos figuras enfrentadas, es una pura locura. Me viene a la cabeza, como ejemplo arquetípico, la estrategia de Mariano Rajoy de colocar a su derecha a Soraya Sáenz de Santamaría en el Gobierno y a un nivel de equiparable rango, como responsable diaria del partido a Dolores de Cospedal.

El resultado fue una enorme tragedia política que en absoluto benefició al líder gallego, porque como es sabido, ambas “lideresas” no se soportaban. Un líder nunca debe dividir, así como tampoco le aconsejo que se rodee de perfiles “bajos”, por ser suave… ya saben; el líder que pone al menos avispado de la organización como “sub”, para que no le haga sombra. Mala estrategia, sin duda, que acaba también con enormes desperfectos para todos, empezando por quien tomó la absurda decisión de nombrarle a sabiendas de que era el menos capaz.

El “buen rollito” funciona... hasta que la paciencia se agota

¿Es la solución contemporizar? ¿Nadar y guardar la ropa para -desde el punto de vista de comunicación- no dar una sensación aún peor de la que ya se traslada por sí sola? ¿O es mejor dar un puñetazo en la mesa y dejar claro al díscolo o díscolos que si persisten en sus deslealtades pueden quedar fuera del núcleo duro... o de la organización? So pena de que, si no se actúa así, la cohesión en el equipo de gobierno o en un Consejo de Administración puede verse cada vez más deteriorada. En este caso, el enfrentamiento entre los ministros más técnicos (Calviño o Escrivá contra los más 'sociales' e ideologizados -de IU y Podemos, claro- como Garzón o Montero entre otros) lejos de amainar, arrecia.

Colofón necesario: olfato, intuición y mano firme

Insisto; el diálogo es imprescindible. Y solo la confrontación abierta -normalmente por la extirpación de los miembros gangrenados del núcleo de dirección o de poder- debe ser el último de los recursos. Excuso decir que siempre es delicado expulsar a perfiles del más alto nivel -o enseñarles el camino hacia la puerta- por el elevado caudal de información sensible que atesoran, por su delicada función dentro del engranaje de la organización y por el número de fieles –“efecto simpatía”- que podrían arrastrar con ellos.

Estoy convencido de que Pedro Sánchez que, a la vista está, es hombre dotado de un olfato extraordinario para “leer” cada situación y a cada uno de sus más directos colaboradores sabrá cuáles son los “tempos” que debe dedicar a cada una de las fases expuestas. Y más seguro estoy aún de que los de Podemos no van a romper el gobierno mañana… porque serían los más perjudicados. Aunque repito que las sobreactuaciones no son buenas para el conjunto. Y es ahí donde el líder deberá fajarse y empezar amplias dosis de mano izquierda… y si no son suficientes, comenzar a utilizar en alguna medida también la derecha.

¿Qué puede hacer un líder, político o empresarial, cuando tiene el enemigo dentro de casa, incrustado en el seno de su propia organización? 

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