Otra vez con Madrid, otra vez contra Madrid, objeto de deseo destructivo de la izquierda, del independentismo y ahora del Gobierno de la nación. Madrid como piedra en el zapato que sus adversarios políticos creyeron en los meses de septiembre y octubre que por fin iban a poder pulverizar políticamente a cuenta de lo que parecía un fracaso irresoluble en su lucha contra el coronavirus.

Pero ese sueño se les fue desvaneciendo poco a poco a medida en que las cifras de contagios y la tasa por 100.000 habitantes iban disminuyendo hasta colocar a esta comunidad entre las que más éxito están teniendo en la lucha contra la segunda ola del virus. A partir de esa constatación han dejado de hablar de Madrid, parece como si la Comunidad se hubiera desvanecido entre la bruma de los contagios.

La política de restricciones por áreas básicas de salud lleva semanas dando resultados constatables y muy positivos y, aunque sería insensato echar las campanas al vuelo porque este virus es muy traicionero, es evidente que la respuesta del presidente del Gobierno en octubre pasado imponiendo a Madrid un estado de alarma como reacción a la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que 24 horas antes había tumbado el confinamiento decretado por el ministro de Sanidad  a través de una simple Orden Ministerial, algo a lo que la presidenta madrileña se había resistido con uñas y dientes, fue una especie de airado escarmiento a la señora Díaz Ayuso.

Con tanto acoso, con tanto ataque, se va a provocar el nacimiento en esta comunidad esencialmente libre y abierta de un sentimiento de víctima que jamás se ha visto

Un escarmiento que por otra parte no sirvió de nada porque la medida permitió que los madrileños se movieran libremente por la Comunidad, cosa que no podían hacer con las restricciones que el gobierno de la Puerta del Sol había impuesto anteriormente y volvió a imponer en cuanto el estado de alarma específico para Madrid -y para ninguna otra comunidad, con datos a esas alturas mucho peores que los de la madrileña, que había iniciado ya la escala descendente- dejó de estar operativo.

La situación llegó al punto de que el ministro de Sanidad, Salvador Illa y el doctor Fernando Simón, ante los datos crecientemente positivos que proporcionaban las autoridades sanitarias de Madrid, se permitieron la libertad, la osadía y la ofensa de poner en duda su veracidad. Lo nunca visto. Dos días más tarde ambos se veían en la bochornosa obligación de desdecirse y reconocer que los datos suministrados eran ciertos. Si eso no es un acoso político, no sé qué nombre podría ponérsele.

Y ahora vienen con los impuestos. Quieren a toda costa que Madrid los suba a pesar de que, como explica aquí con claridad meridiana Olga Rodríguez, el déficit de Madrid es el menor, junto con Andalucía, de todas las comunidades del régimen general. Y, en concreto, la mitad que el de Cataluña, que tiene 15 tributos propios frente a los tres de la comunidad madrileña.

A eso lo quieren llamar “armonización fiscal” pero es un ataque a Madrid por sus excelentes datos económicos, cosa que a muchos les parece un agravio comparativo insoportable. Pero resulta que la cesión a las comunidades autónomas de las competencias sobre determinados impuestos y la creación de nuevos tributos de ámbito autonómico por decisión de los distintos gobiernos territoriales fue el resultado de una presión continuada del catalán Jordi Pujol que consiguió que esas competencias tributarias cedidas se consideraran en su día por todos como el colmo de la descentralización y un ejemplo del extraordinario acierto de esta España de las autonomías.

Sí, eso es cierto siempre que los buenos datos fiscales no se produzcan en la comunidad de Madrid. No hemos visto nunca al independentismo protestar por el superávit que presenta el País Vasco o Navarra, que gozan de un régimen especial. Ni siquiera del superávit de Canarias, que tiene su propio tratamiento. Eso no les preocupa ni les irrita. Les irrita Madrid, que con una presión fiscal notablemente más baja que otras comunidades, obtuvo el año 2019 la mayor recaudación de todo el Estado.

Y ahora se da la insólita, grotesca e intolerable situación de que el Gobierno se va a someter a la pretensión del independentismo catalán de “acabar con el dumping del paraíso fiscal” que dicen ellos que es Madrid. Y llega tarde el presidente Sánchez: ya no tiene la oportunidad de disimular el origen de lo que es un ataque en toda regla a los madrileños porque, antes que a él, ya hemos escuchado a Gabriel Rufián poniendo sobre la mesa semejante pretensión. Por eso ahora, intente lo que intente, ha quedado claro que, si decidiera abordar la famosa “armonización” contra Madrid sería porque se somete a lo que reclama ERC a cambio de aprobarle los Presupuestos.

Bien podía el Gobierno atender lo que argumenta la Confederación Empresarial de Madrid, CEIM, que dice que, si se quiere abordar la famosa “armonización fiscal”, han de buscarse las referencias en las comunidades que se ha demostrado que han tenido prácticas de éxito y no al revés, igualar a todos por abajo, una tendencia muy propia de este talante envidioso del progreso ajeno.

Una "armonización", por cierto, que no se puede imponer a Madrid por el procedimiento de pactarla con los partidos independentistas y sin el acuerdo del otro partido que gobierna las comunidades, que es el PP. Eso no es de recibo.

Y el argumento al que Sánchez ha recurrido desde Mallorca, según el cual los barones del PP están de acuerdo en, digamos, atar corto a Madrid por sus logros económicos, es un error mayúsculo porque ha supuesto el toque a rebato de Génova y no va a haber ningún presidente autonómico de ese partido que vaya a acudir en su auxilio sino todo lo contrario: todos cerrarán filas con Díaz Ayuso. Ahí ha estado muy torpe el presidente. Por esa vía no se va a librar de ninguna manera de la mancha que le ha echado encima su socio Gabriel Rufián.

A este paso, con tanto acoso, con tanto ataque, se va a provocar el nacimiento en esta comunidad esencialmente libre y abierta de un sentimiento de víctima que jamás se ha visto por estos pagos. Y eso que Madrid es la primera contribuyente, con enorme diferencia sobre las demás, al Fondo de Compensación Interterritorial destinado a corregir desequilibrios económicos entre los distintos territorios que componen España y a hacer efectivo el principio de solidaridad. Pero nadie nunca en esta tierra ha emitido la menor protesta por encabezar esa clasificación.

A ver si con tanto hostigamiento van a acabar provocando un nacionalismo madrileño que, al grito de “¡Cataluña nos roba!” acabe aglutinando a los ciudadanos de Madrid en defensa de ellos mismos. Y digo lo de "Cataluña nos roba" porque aquella patraña del "España nos roba" dio muy buenos resultados a sus instigadores en la Generalitat, porque lo de Rufián ha sido el acabóse y porque Sánchez no se podrá librar a partir de ahora de esa imagen del independentismo asaltando a Madrid, el gran enemigo de la secesión en términos políticos y la joya más preciada de la corona, eternamente codiciada por los socialistas. 

En otras palabras, que con esta política van a poner a Isabel Díaz Ayuso en casa. Y, en la medida en que esta comunidad gobernada desde hace décadas por el PP es, junto con Galicia, la tarjeta de visita de una manera de gestionar las arcas públicas con éxito indiscutible, también le van a poner un piso a Pablo Casado.

Deberían pensárselo despacio, no vaya a ser que el tiro les salga por la culata porque esta batalla tendría la particularidad de ser larga y sostenida y que llegaría, tribunales mediante, hasta las próximas elecciones generales. Advertido queda.

Otra vez con Madrid, otra vez contra Madrid, objeto de deseo destructivo de la izquierda, del independentismo y ahora del Gobierno de la nación. Madrid como piedra en el zapato que sus adversarios políticos creyeron en los meses de septiembre y octubre que por fin iban a poder pulverizar políticamente a cuenta de lo que parecía un fracaso irresoluble en su lucha contra el coronavirus.

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