Ayuso ya tiene su Piramidón, que es como llamaban en Madrid al hospital Ramón y Cajal, emergido como de la cantera de un faraón, enorme y enterizo, entre la ciencia y la magia. Aquello fue muy criticado por grande, caro, raro y lejano, pero luego allí se hicieron vanguardia, investigación y hasta milagros de santo que no era santo, sino el cabezón de Ramón y Cajal que llenaba todo el jardín o todo el horizonte como si el cielo sólo fuera una moneda. El hospital de Ayuso se diría que también se ha levantado para la posteridad, y lo que parece ahora es un piso piloto al que sólo van enfermos y médicos invitados o futuros, como matrimonios invitados o futuros.

Ya decía yo el otro día que Ayuso es sobre todo presencia, y ella quería estar en la pandemia con algo presenciable, o sea evidente, innegable e inesquivable. Es decir, no tanto con estrategias epidemiológicas, que eso es ciencia de minibar, algo que tiene el tamaño de una jeringa como de un chupito, sino con algo visible, grande, anublable y envidiable, como un haiga. Y posible, claro. El virus no sabía nadie como vencerlo pero un hospital se hace y ya está. Ayuso levanta este hospital igual que Trump levantó su muro, como respuesta mecanicista, simple y posible a un problema que no es mecanicista ni simple, y puede que incluso sea imposible.

El hospital Isabel Zendal ha sido inaugurado con zonas cerradas y algún grifo o tubo colgando, como esos cuartos de baño que quedan a la vista en un bloque derrumbado. Ayuso lo ha paseado pasando revista a las camas vacías como si fueran sidecares vacíos. Todo está vacío pero no tanto esperando gente como sentido. No está claro qué personal tendrá, ni de donde saldrá, porque la presidenta madrileña ya dijo en Telemadrid que ella no se ocupa de esas cosas, sólo de cosas presidenciables. O sea, se ocupa del bulto del hospital y, en el día de la inauguración, de que las camas estén bien dispuestas como losetas, pero no tanto de que allí dentro vaya a haber luego enfermos o médicos de verdad o quizá sólo maniquíes en esas camas de descoyuntar maniquíes que parecen siempre las camas de hospital.

Ayuso pensó en levantar ese Piramidón como monumento megalítico o como edificio profiláctico en sí mismo, como se levanta una catedral contra el pecado

El hospital de pandemias o emergencias ya es un hospital apocalíptico desde el nombre, pero el Apocalipsis es una cosa que se puede aprovechar pocas veces, como el arca de Noé. Quiero decir que el Apocalipsis luego pasa, o te coge en obras mientras los enfermos o los muertos van al ambulatorio del barrio o al viejo hospital ya con las paredes enfermas y verdes de un sovietismo posfranquista, y al final ese otro hospital nuevo y limpio como una pescadería nueva y limpia se queda ahí igual que una obra olímpica de una olimpiada que nunca tuvimos. Ese hospital no puede funcionar como hospital normal, así que lo sostendrán como monumento ideológico o como glorioso fracaso futbolero o si acaso como un exceso previsor, como si en Madrid tuvieran lista una fragata médica por si hay diluvio. El hospital está ahí para la próxima pandemia como para la próxima olimpiada, parece decir Ayuso como ante una gran piscina vacía.

Antes que ese hospital morrocotudo y caprichoso como un castillo hinchable, hubieran hecho falta otras cosas. Todavía hacen falta, pero son cosas que no llenan la vista tanto como un gran Piramidón de ciencia y cuarzo, vistoso y a lo mejor hasta inútil, como una cofia de enfermera. Cosas como contratar rastreadores, o más personal sanitario, o mejorar la atención primaria, esos centros de salud que el virus convirtió de repente en un triste y lento socorro de monja, con lluvia en la cola, en los pulmones y en la escudilla. Mientras el hospital se construía rápido y en el aire, como si fuera una plataforma petrolífera, Madrid soportaba los peores números de Europa. Ahora que ya está terminado o casi terminado y huele a librería de Ikea recién montada, lo mismo las inyecciones se las tienen que poner entre sí los seguratas. Algo, ya ven, no se ha calculado bien.

Madrid está controlando mejor el virus ahora porque también ha ido equivocándose antes que nadie, con esa prisa enfurruñada de Ayuso por todo. Este hospital se inaugura ahora recogiendo uno de esos errores del pasado. Ayuso pensó en levantar ese Piramidón como monumento megalítico o como edificio profiláctico en sí mismo, como se levanta una catedral contra el pecado. Pura superstición del supersticioso o puro oficio de sumo sacerdote. También las catedrales están vacías al principio y sólo se van llenando de Dios y de luz con el tiempo.

Ayuso quizá piensa que este hospital aparatoso y hueco como una escayola se irá llenando con el tiempo, con zumo y enfermedad, como se llena una bolsa de orina. El Piramidón de Ayuso, caro no por caro sino por lo que no se hizo con ese dinero, servirá para la próxima ola, para la próxima pandemia, para la próxima generación quizá, para la posteridad de los mecenas y los faraones. Mientras, sólo lo habitan lujosamente fantasmas con ruedines, albañiles emparedados y políticos de rotonda municipal.

Ayuso ya tiene su Piramidón, que es como llamaban en Madrid al hospital Ramón y Cajal, emergido como de la cantera de un faraón, enorme y enterizo, entre la ciencia y la magia. Aquello fue muy criticado por grande, caro, raro y lejano, pero luego allí se hicieron vanguardia, investigación y hasta milagros de santo que no era santo, sino el cabezón de Ramón y Cajal que llenaba todo el jardín o todo el horizonte como si el cielo sólo fuera una moneda. El hospital de Ayuso se diría que también se ha levantado para la posteridad, y lo que parece ahora es un piso piloto al que sólo van enfermos y médicos invitados o futuros, como matrimonios invitados o futuros.

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