Este año de la peste los políticos han tenido que celebrar o soportar el aniversario de la Constitución al aire libre, como una clase de gimnasia en diciembre. Ante los leones del Congreso, que eran como recios jugadores de rugby agarrando su bola en el frío, Sánchez y su gobierno parecían una clase pasándose el balón medicinal en fila. Que aquella puerta apenas se use tiene su razón, y es que la simbología de esas columnas jupiterinas, de ese umbral de Templo de Salomón y de esos leones que guardan la democracia como un tesoro de dragón es demasiado abrumadora. Sánchez parecía un falso romano del Coliseo e Iglesias creo que miraba de reojo por si un león se le echaba encima como una gárgola viviente o un animal mágico y protector de tumba egipcia. Ni siquiera hacía falta pensar en lo que Sánchez y sus socios están haciendo. Quiero decir que ya era una profanación eso de estar allí en esa escalinata como ejercitándose con el hula hoop.

La Constitución ya es algo así, algo que se saca a la calle como una banda de música o algo que se saca al invierno como una novia patinadora. En realidad la Constitución no es sagrada, ni está hecha de piedra como la Puerta de Alcalá, perchero de Madrid según Gómez de la Serna. El peligro, ahora que cumple 42 años y va teniendo edad como de madrastra, no es que la Constitución se convierta en algo macizo, inamovible y supersticioso, que sus letras capitulares se confundan con las de la Biblia o El Quijote. Al contrario, el peligro, como el de toda la democracia, es que se termine convirtiendo en algo líquido o incorpóreo, en otro significante vacío.

Ante los leones del Congreso, que eran como recios jugadores de rugby agarrando su bola en el frío, Sánchez y su gobierno parecían una clase pasándose el balón medicinal en fila

Recuerdo cuando Iglesias agitaba en sus manos una Constitución pequeñita e imperativa, como una tarjeta roja, en su vuelta homérica a la política después de haber sido algo así como padre mitológico y gorrionero de todo su pueblo mitológico y gorrionero. Ahí estaba, agitándola como un banderín, cogiendo lo que le parecía bien a la vez que acusaba a todo el sistema, a todo ese Régimen del 78, de ser una cosa corrupta y una conspiración de Franco y Florentino a través de Gento. Esta Constitución ya es, pues, algo sin significado, que simplemente toma la forma de lo que se proyecta sobre ella, sean derechos sociales u opresión de una monarquía franquista o goyesca con podredumbre de sello viejo.

Iglesias y los suyos pueden fingir que defienden una Constitución más pura o fiel (igual que una democracia más pura o fiel), pero la verdad es que niegan cualquier posibilidad de Constitución. Es decir, no ya ésta por estar hecha de piel de momia de Franco y tal, sino cualquiera, excepto la vacía. Lo que Iglesias dice defender de la Constitución son opiniones particulares, previas e independientes de la Constitución, y que a veces ni están allí, como que el Estado tenga que darnos una casa a todos. A la vez, niega lo fundamental de la Carta Magna, o sea el marco que define y asegura el imperio de la ley. Es lo que significa pretender que la subjetividad o el interés políticos, como en el caso catalán, estén por encima de los tribunales. Pero con la Constitución vacía no hay contradicciones. Se puede rellenar incluso con su negación. El Día de la Constitución hasta lo hace más solemne.

Ante los leones del Congreso, que eran como recios jugadores de rugby agarrando su bola en el frío, Sánchez y su gobierno parecían una clase pasándose el balón medicinal en filaEl peligro no es que la Constitución se nos convierta en latín, sino que ya la están utilizando sin significado, sin contenido, como mera ponchera de una democracia hecha cáscara y ceremonia. Y es que nadie ya, ni los más ásperos totalitarismos, se atreven a desprenderse de la tranquilizadora apariencia de democracia (vean a Maduro llamando a votar). La Constitución la mienta Echenique como entre truenos, o la mienta Sánchez como entre relinchos, mientras están intentando acabar con la independencia del poder judicial o extasiando a Bildu con la posibilidad de su república roja y de su España rota. No sabemos con qué mecanismo legal se haría esto, aparte de la revolución, pero es igual, no por ello van a dejar de pregonar la Constitución, cada vez con una carroza más grande, esta vez todo el Palacio del Congreso como un gran trineo por una Carrera de San Jerónimo que parecía un glaciar.

Todos celebraban el día, la Constitución o al menos su nombre legitimante. Incluso los revolucionarios se gustaban bajo las cañoneras inversas del Congreso. Los leones son en verdad cañones dados la vuelta, con el bronce de dentro para fuera y erizado de vida, cambiando la violencia por el contrato social, que eso es la Constitución. Yo no podía evitar acordarme de Slavoj Žižek, cuando contaba cómo el final de la Novena de Beethoven había sido utilizado igual por nazis que por soviéticos que por europeístas. Y sin variar la letra de Schiller. Hasta la humanidad y la fraternidad se pueden convertir en significantes vacíos, es cuestión de definirlas de manera que incluyan nuestros prejuicios y excluyan a los enemigos.

Allí estaba la Constitución, usada ya no por los que no la comparten o no la acatan, sino por los que le han dado la vuelta. La cantan sin leerla, la enarbolan sin obedecerla, la arrojan sin dejar de despreciarla. Allí estaban todos, o casi todos, alrededor de la gran simbología legitimadora y habilitante del día. El triunfo completo del cinismo y del vacío hubiera sido ver a Bildu figurar allí, respetar su fila de majorettes e incluso defender, como Iglesias, una Constitución más pura o fiel, llena en realidad de un espíritu social y de una concordia entre los pueblos ibéricos que fue retorcida por el franquismo españolista. Imagino a Sánchez asintiendo, ahora que Sánchez tiene una cara más hecha a asentir y a entender, desde que le han salido o le han puesto mechones canosos, como de ginecólogo guapo. Ahí, al frío recio, bajo graderíos y simbología olímpicos, expulsados ya el fascismo y las múltiples derechas, por fin estarían los auténticos atletas de la democracia, los auténticos defensores de la Constitución, incluso contra la Constitución.

Este año de la peste los políticos han tenido que celebrar o soportar el aniversario de la Constitución al aire libre, como una clase de gimnasia en diciembre. Ante los leones del Congreso, que eran como recios jugadores de rugby agarrando su bola en el frío, Sánchez y su gobierno parecían una clase pasándose el balón medicinal en fila. Que aquella puerta apenas se use tiene su razón, y es que la simbología de esas columnas jupiterinas, de ese umbral de Templo de Salomón y de esos leones que guardan la democracia como un tesoro de dragón es demasiado abrumadora. Sánchez parecía un falso romano del Coliseo e Iglesias creo que miraba de reojo por si un león se le echaba encima como una gárgola viviente o un animal mágico y protector de tumba egipcia. Ni siquiera hacía falta pensar en lo que Sánchez y sus socios están haciendo. Quiero decir que ya era una profanación eso de estar allí en esa escalinata como ejercitándose con el hula hoop.

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