Ahí sigue la nieve, que ya no es nieve sino un engrudo de nieve y hielo, de cielo y porquería, de alcornoques y sal, el agua sucia y la esponja sucia de los pies sucios de toda la ciudad. Madrid no se deshiela en cascadas y gorgoritos de pájaros, esto no es la primavera de Parsifal ni la de los dibujitos, con las florecillas rompiendo la nieve como un polluelo el cascarón. La nieve no la quita el sol ni la quita el Ayuntamiento, los dos como dioses lejanos o impotentes en sus carrozas. Además, le añadimos nuestra basura, le ponemos encima bicicletas y sillas al revés, mallas de gallinero y cajas de melocotones, como arte moderno. La civilización surgió del deshielo, pero aquí nadie sabe qué hacer con la nieve después de hacerse el selfi o de darle a la campana del coche de bomberos como en el tiovivo.

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