Pablo Iglesias nos viene a decir que él llegó al Gobierno como un poetilla con su jaula de libros, sus guantes sin dedos y su flor carnívora de libertad; que allí constató que el poder estaba en otro sitio, entre Chamartín y Zúrich más o menos, y que ahora él vuelve para avisarnos de la mentira con voz de psicofonía y ojeras de purgatorio, como un espectro con velón. En realidad, lo que quiere decir Iglesias no es que la democracia no tenga el poder, sino que el poder que él desea no está en la democracia. Esta democracia de cortinglés, o lo que se imagine Iglesias que es, lo ha colocado en el Gobierno, siquiera después de largos ritos palmípedos de apareamiento, y a pesar de sus 35 escaños frioleros. Pero eso a él le parece poco. Eso a él lo que le lleva a pensar es que la “voluntad popular” está secuestrada. Eso y que él, como vicepresidentísimo, no pueda desplumar a Florentino (o a usted, o a quien quiera) hasta dejarlo sólo con el calzoncillo, el liguero de calcetines y el esparadrapo en la boca.

Iglesias no es el pueblo que ha entrado por fin a los salones del poder como un ratoncito flaco a la cocina, por una cerradura de ratoncito y con un harapo de ratoncito. Iglesias no ha completado el viaje platónico de la caverna a la Verdad y de vuelta al mundo, el viaje del filósofo, primero iluminado y luego iluminador. La verdad es que Iglesias no es el pueblo, ni aunque se vista como un ratoncito con hatillo; la verdad es que hasta lo de Platón terminaba en una dictadura de barbudos de ropa anchota y sandalia, y eso ya nos da una pista; y la verdad es que el outsider advenedizo y demagogo nunca llega al poder para mejorar la democracia, sino para sustituirla. Por esto mismo tiene que decir, antes que nada, que la democracia no lo es, y que él lo ha visto por las entretelas del poder como por las entretelas de los papados.

Sólo los bobos, los fanáticos y los interesados confunden la libertad con la omnipotencia (hasta Sartre dijo que “la libertad es lo que hacemos con lo que se nos hace”). Cuando Iglesias, durante esa entrevista llena de brumas y voces de cántaro, como de barquero entre el Hades y el pueblo, quiso quitar democracia a nuestra democracia lo que hizo fue llamarla “democracia limitada”, como si no fuera precisamente una función principal de la democracia poner límites. Límites, sobre todo, al poder. Límites al Gobierno, que no está en un Olimpo de maderitas, Tapies y sofás de armiño; límites a Florentino (al pobre Florentino lo cojo siempre como a Tío Gilito porque parece Tío Gilito pero con un polvero y un futbolín), Florentino que no puede comprar casi nada importante en realidad (no puede comprar esta frase, igual que Iglesias tampoco puede prohibirla, de momento); límites incluso a la “voluntad popular”, que ni siquiera con toda su popularidad podría terminar colgando de las farolas ni de los bieldos a los marqueses, a los curas, a los ferrallistas o a Florentino, el pobre, que a lo mejor es un poco de todo eso.

En realidad, lo que quiere decir Iglesias no es que la democracia no tenga el poder, sino que el poder que él desea no está en la democracia

La democracia es que todos tenemos límites, que son los derechos de los otros. Especialmente esos derechos que ni las mayorías “democráticas” o gritonas o pinchudas pueden ignorar, sobrepasar o pisotear. Por eso no todo es mayoría bruta, sino que hace falta ley. La democracia no es que la mayoría haga lo que le plazca, sino, al contrario, que ni siquiera la mayoría pueda hacer lo que le plazca. Menos aún un señor que se dice pueblo por ir con un jerseicillo pasado por una joroba de pobre como si fuera lotería o ropa de hípster. Nótese cómo esta gente, cuando no puede hablar de mayoría aritmética, habla de “mayoría social”. Ellos ni siquiera reclaman al final la mayoría “democrática”, sino una mayoría ponderada en la historia, en las clases o en la sangre; una mayoría cualitativa, censitaria, aristocrática verdaderamente, esa mayoría que no es otra que la que queda después de excluir del juego a los que no piensan como ellos.

Iglesias no cree, por supuesto, que él sea mayoría, que para eso sólo hace falta saber contar, sino que es la totalidad. Exactamente igual que los independentistas. Que los demás estén fuera de la democracia o fuera del pueblo es una obviedad si defines a los tuyos como democracia o como pueblo. El poder, pues, no ha sido hurtado a la “mayoría democrática” ni a la “voluntad popular”, sino al cuerpo revolucionario, el único legitimado para ejercerlo, o sea la clase o la raza o el partido. Por eso Iglesias tenía que defender a Puigdemont, porque vienen a ser lo mismo, unos hermanos hirsutos en esa hermandad, ese negocio y esa perversión de la “democracia” que ya sabemos perfectamente de dónde viene y adónde va.

Pablo Iglesias nos viene a decir que él entró en el Gobierno con sus alpargatas de pies de pueblo y su tintero de sangre de pueblo y que con él el pueblo vio por primera vez ese cuartito decadente del poder, todo vicio y bidés. No, él no ha visto la democracia arrebatada al pueblo, porque además el pueblo no existe. Simplemente, ha visto la democracia que no controla. Y no la controla porque aún hay límites, y es así como debe ser. En otra historia de hermanos arquetípicos, los Karamazov, se dice aquello de “si Dios no existe, entonces todo está permitido”. Como ha dicho Žižek, y alguno más, es justo al contrario: si Dios existe, es cuando todo está permitido. En su nombre, claro. Igual, en la democracia “ilimitada”, todo estaría permitido, en su nombre, claro. Esta “democracia” perversa es la de Iglesias, no la de Florentino, el pobre.

Pablo Iglesias nos viene a decir que él llegó al Gobierno como un poetilla con su jaula de libros, sus guantes sin dedos y su flor carnívora de libertad; que allí constató que el poder estaba en otro sitio, entre Chamartín y Zúrich más o menos, y que ahora él vuelve para avisarnos de la mentira con voz de psicofonía y ojeras de purgatorio, como un espectro con velón. En realidad, lo que quiere decir Iglesias no es que la democracia no tenga el poder, sino que el poder que él desea no está en la democracia. Esta democracia de cortinglés, o lo que se imagine Iglesias que es, lo ha colocado en el Gobierno, siquiera después de largos ritos palmípedos de apareamiento, y a pesar de sus 35 escaños frioleros. Pero eso a él le parece poco. Eso a él lo que le lleva a pensar es que la “voluntad popular” está secuestrada. Eso y que él, como vicepresidentísimo, no pueda desplumar a Florentino (o a usted, o a quien quiera) hasta dejarlo sólo con el calzoncillo, el liguero de calcetines y el esparadrapo en la boca.

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