Salvador Illa abandona este martes el Ministerio de Sanidad en uno de los peores momentos de la pandemia y sin cumplir su compromiso de dar explicaciones sobre su evolución una vez al mes en el Congreso de los Diputados.

La sombra de la sospecha pesa sobre la negativa del Gobierno a modificar el decreto del estado de alarma que limita el toque de queda a las 22 horas. Moncloa quiere que las elecciones en Cataluña se celebren el próximo 14 de febrero, como estaba previsto antes de que la Generalitat decidiera, supuestamente por criterios sanitarios, aplazarlas hasta el 30 de mayo. El PSC podría perder con el aplazamiento el efecto que tendría en el resultado electoral el cambio de cabeza de cartel y ese interés concreto es el que siembra dudas razonables sobre la causa que lleva al candidato/ministro Illa a no modificar un decreto que, dando mayor capacidad a las comunidades autónomas, podría dar pie al retraso de las elecciones.

Pedro Sánchez parece decidido a seguir adelante y sólo una decisión contraria del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) echaría abajo su plan. Esa posibilidad, según fuentes consultadas por El Independiente, hay que desecharla: habrá elecciones el 14 de febrero.

Ayer hubo consenso entre los partidos políticos, incluido el que acompaña al PSOE en el Gobierno, a la hora de criticar la "escapada" de Illa. El ministro deja su cartera al día siguiente de que se supere el récord de contagios durante un fin de semana (93.822), con hospitales y UCI al borde del colapso y cuando la vacunación sufre importantes retrasos.

Todo ello no parece afectar al llamado efecto Illa. Es curioso que, según las encuestas, la deficiente gestión de la crisis del coronavirus no sólo no esté desgastando al ministro, sino que le esté reforzando.

El ministro de Sanidad se ha convertido en el enemigo a abatir, porque la única posibilidad de que haya un cambio real en Cataluña sería su victoria el 14-F

El problema que tiene la teoría monclovita del efecto Illa es que sólo funcionaría en el caso de que el PSC ganara las elecciones. Tanto si gana ERC como si gana JxC el independentismo mantendría su agenda y, con casi total seguridad, el gobierno de la Generalitat. Los republicanos serían el partido más perjudicado por ese hipotético efecto y, en ningún caso, permitirían un presidente socialista en el Govern si ellos son los ganadores en las urnas. No es lo mismo un tripartito capitaneado por un Montilla (con todo lo desastroso que fue aquel gobierno) que un tripartito presidido por un dirigente republicano, cosa que tampoco se contempla desde Moncloa.

El castillo de naipes se vendría totalmente abajo si alguno de los dos partidos independentistas logra el triunfo. Incluso no hay que descartar que gane JxC.

Hasta ahora, los sondeos no son concluyentes. Ayer, por ejemplo, La Razón publicaba uno de NC Report en el que daba como partido ganador a ERC con 33 escaños, seguido muy de cerca por el partido de Carles Puigdemont, con 32 escaños. El PSC sería el tercero en liza con sólo 25 escaños. Por su parte, El Español daba ganador a JxC (31-33 escaños), seguido por el PSC (30-31), casi empatado con ERC (29-31). El CIS, sin embargo, daba ganador al PSC con una horquilla de 30-35 escaños, mientras que ERC ocuparía la segunda plaza (30-31) y JxC sería el tercer partido más votado con una amplísima horquilla (20-27 escaños). Es decir, que en esos tres sondeos la horquilla del PSC ¡va desde los 25 escaños a los 35 escaños! Demasiado margen para apostar sobre seguro.

Con este panorama lleno de incertidumbre no se explica muy bien la euforia que se respira en el Palacio de la Moncloa. Será porque lo que ocurra en Cataluña no sólo será un examen para Illa, sino también para el presidente Sánchez.

Lo que sí tiene sentido es que desde el Gobierno se quiera evitar, en la medida de los posible, el peligro de que Illa dé un traspiés antes del 14-F. Y de ahí que se evite su comparecencia en un Pleno en el Congreso en el que la oposición, e incluso Unidas Podemos, irían a degüello contra el ministro.

El equipo dirigido por Iván Redondo detectó bien el hartazgo de una parte de la sociedad catalana de un procés cuya última estación, la independencia, no se cree más que el 10% de los catalanes y que, eso sí, ha provocado un deterioro de la convivencia y de la economía que llevará lustros arreglar.

Lo que se valora de Illa es su perfil institucional, su imagen de hombre tranquilo y pacificador. Pero ¿y su gestión? La herencia del independentismo al frente de la Generalitat es tan nefasta que hasta el magro balance de Illa como ministro de Sanidad parece aval suficiente.

En todo caso, la apuesta es arriesgada. Por mucho que a Illa se le apoye desde Moncloa y desde el aparato político y mediático que controla el Gobierno, las posibilidades de que el candidato del PSC no gane y, por tanto, no pueda echar de la Generalitat a los independentistas son muy elevadas. Pero, como suele decir el presidente, citando, aunque sin citar a Virgilio, "la fortuna sonríe a los audaces".

Salvador Illa abandona este martes el Ministerio de Sanidad en uno de los peores momentos de la pandemia y sin cumplir su compromiso de dar explicaciones sobre su evolución una vez al mes en el Congreso de los Diputados.

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