El Ministerio de Igualdad ya era una casita de chocolate, una fiesta de almohadas, un té de muñecas, una siesta de señoritas en pololos como las de Escarlata O’Hara. En el Ministerio de Igualdad, lo recordarán, a Irene Montero le montan cumpleaños como los de Winnie the Pooh, los subordinados le traen tartas con arcoíris, le cantan alrededor de una trona tan oficial como el coche oficial o el sueldo oficial, y le cepillan el pelo que le cae por los torreones. O sea, que el ministerio ya le hace de niñera a Montero, con lo que eso de que pueda tener a una alta asesora ministerial para cuidarle a los churumbeles a uno le parecería poca novedad. El ministerio es apenas eso, apenas tiene eso, apenas suena, al agitarlo, a tupper baby, a regalo de amigo invisible, a costurerito de boda, a suspiro de tarde de hacerse trenzas. O sea, que qué va a hacer un alto asesor sino cogerle un alto moño a la ministra o a su bebé. Es eso o recortar unicornios.

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