Los independentistas vuelven a llamar a la unidad, como si vinieran de otra cosa, como si no hubieran estado gobernando o desgobernando desde 2017 el caos catalán, las instituciones como palomares llenos de argollas amarillas, las calles con las caras de los presos como sudarios de cristos gitanos, las escalinatas del martirio y la propaganda como escalinatas de Odesa. Parecen felices de estar donde estaban, en el bucle melancólico, en el luto lascivo, en el negocio familiar de vender el paraíso que siempre se retrasa. No va a cambiar nada, ni en Cataluña ni en la Moncloa. Sólo cambia que Sánchez está más cerca de acabar con PP y Cs y de quedarse solo en su colchón de Lorenzo Lamas.

Los catalanes han salido a votar en medio de la peste para quedarse justo en el mismo sitio, lo que demuestra su bravo y repetido esfuerzo en el fracaso. Que en vez de aquel Cs de 2017, efervescente, casi glamuroso, esté Illa con un abrigo grande y acordeón de llorar, como Fofó, apenas supone cambiar un figurante. El Parlament seguirá siendo ese Titanic anegado hasta las lámparas donde se celebran carnavales indepes y juegos goyescos de la gallinita ciega, sin más repercusión ni más esperanza. ERC y Junts pedirán amnistías y mesas de negociación sombrías e interminables como mesas de Ciudadano Kane, pero eso ya lo estaba pidiendo Rufián, como un niño pesado que pide pipí, desde que comenzó este viaje en el tren de la bruja o en brazos de Frankenstein. Y por lo que respecta a Sánchez, su colchón de agua o de champán en la Moncloa depende de los que ha dependido siempre. 

Nada ha cambiado, salvo que los indepes ahora saben dónde termina la aventura, o sea pidiendo desde el trullo la amnistía y un filete decente

No ha cambiado nada, salvo que ahora hay muchas más ganas de salir de la cárcel y a lo mejor toda la república y todo el procés se quedan en eso, en un pase de pernocta o en un indulto magnánimo, un perdón como franquista, como a Jesús Gil. Un perdón para que Junqueras pueda volver a salir en la tele hablando de derogar el imperio de la ley como el que hace dulces de convento (ayer salió en La Sexta así, como preparando torrijas de leche independentistas) y para que los presos hagan giras como hombres bala con la estelada de capa. Indultos y alguna ventaja económica, lo suficiente para que vaya sobreviviendo lo suyo, o sea esa patria interminable, muy arada una y otra vez por lentos bueyes patrióticos y santos, como bueyes de San Isidro.

Quizá baste con eso, con dejarles que tengan para alimentar la industria del nacionalismo, TV3, las universidades que funcionan como seminarios de la causa, los funcionarios activistas, las élites endogámicas, los subvencionados por beber el vino o cantar la copla de la tierra (el nacionalismo sí que es un PER), y toda esa decadencia con visado de obediencia. Vamos, lo que viene siendo el independentismo desde la ocurrencia de Mas. Pero el referéndum pactado es tan imposible como siempre, su nueva república europea es tan ingenua como siempre, y sus amenazas son tan de plástico como siempre. Lamentablemente, su acoso al disidente también será el de siempre, pero eso no se puede cambiar dándole la razón al nacionalismo totalitario.

Nada ha cambiado, salvo que los indepes ahora saben dónde termina la aventura, o sea pidiendo desde el trullo la amnistía y un filete decente; y que Puigdemont está cerca de dejar de ser santo patrón o pretendiente artúrico (ya habría otro President legítimo), y que Sánchez está acabando con sus enemigos a pesar de presentar como una estrella de Las Vegas a un ministro de El gabinete del doctor Caligari. Otra cosa que no ha cambiado es eso, que gestionar no importa, por eso Cataluña se repite, y por eso puede ganar Illa, que sólo le daba a la pianola de la funeraria, y por eso el otro triunfador, Garriga, se equivocaba con el presupuesto de la Generalitat en un orden de magnitud 3, o sea en mil veces su valor.

A Garriga, por cierto, un tertuliano de TVE lo ha llamado “como lo diríamos de toda la vida, un negro”. Uno se queda con ese fracaso del eterno retorno catalán, pero ese tertuliano remarcaba ese otro fracaso de que la ultraderecha les haya robado el primer negro presidiendo un grupo parlamentario allí, como si les arrebataran el primer catalán en la Luna. La verdad es que su Mandela o su Rosa Parks ya eran Junqueras, Puigdemont y demás. El indepe ya se siente racializado, ya se ve como el negro antillano de un español antillano, por eso equiparan la autodeterminación de las patrias interesadas o sentimentales con la lucha contra la esclavitud. La verdad es que el racismo catalán, ferrusoliano, hubiera metido antes a un andaluz. Yo, por un momento, pensé que Pilar Rahola, también presente en la tertulia (es inevitable que la TVE plural se parezca a la TV3 plural), iba a hacer notar que ERC ya tiene a Rufián para la cuota.

Nada ha cambiado, en fin. Todo se repite, con más contumacia que melancolía. Cataluña se queda igual porque votar a un señor con su tristeza de paraguas siempre vuelto, como Illa, o a un icono legionario como Garriga, no ha movido nada sustancial. Volvemos a estar en eso de presionar a un Sánchez que da largas con su tipín de torero, y que puede seguir haciéndolo hasta que, quizá, un sobrevenido patriotismo le lleve a convocar elecciones antes que entregar España a los secesionistas, o una voltereta semejante. He mencionado en alguna ocasión que el proceso constituyente o deconstructor que quieren Podemos, cierto PSOE republicano y quizá los indepes, podría ser una opción para Sánchez. Pero hoy sólo me parece que, en toda la política, sólo mandan la pereza, la costumbre y el pelusón.

Los independentistas vuelven a llamar a la unidad, como si vinieran de otra cosa, como si no hubieran estado gobernando o desgobernando desde 2017 el caos catalán, las instituciones como palomares llenos de argollas amarillas, las calles con las caras de los presos como sudarios de cristos gitanos, las escalinatas del martirio y la propaganda como escalinatas de Odesa. Parecen felices de estar donde estaban, en el bucle melancólico, en el luto lascivo, en el negocio familiar de vender el paraíso que siempre se retrasa. No va a cambiar nada, ni en Cataluña ni en la Moncloa. Sólo cambia que Sánchez está más cerca de acabar con PP y Cs y de quedarse solo en su colchón de Lorenzo Lamas.

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