La calidad democrática de España es baja, piensa el vicepresidente del Gobierno. Para avalar su tesis este fue el argumento que utilizó ayer en el Congreso de los Diputados: "No es normal que Cifuentes se vaya de rositas y que Hasel entre en la cárcel".

Lo que no es normal es tener como vicepresidente a un político que no cree en la separación de poderes y que, de forma constante y creciente, pone en cuestión el Estado de derecho.

Grupos radicales han creado el pánico en las calles de algunas ciudades de Cataluña y ayer en Madrid en protesta por el ingreso en prisión del artista. En Vic intentaron el asalto a la comisaría, donde acorralaron a los Mossos. Destrozaron escaparates de comercios, quemaron vehículos y contenedores e hirieron de consideración a varios agentes.

"¿50 policías heridos? Estos mercenarios de mierda se muerden la lengua pegando hostias y dicen que están heridos"

Es uno de los tuits de Hasel por los que ha sido condenado. No es, desde luego, el más cruento, pero es una muestra del odio que el rapero y su tribu destilan hacia la Policía. Las manifestaciones reclamando la libertad de Pablo Rivadulla Duró (leridano de 33 años), que es el nombre real de Hasel, no son pacíficas, no pueden serlo, terminan siempre en bronca porque sus promotores buscan sin disimulo provocar violencia.

"¡Merece que explote el coche de Patxi López!"

Las letras de los raps de Hasel no son más que un montón de basura que apela a los más bajos instintos. No hay ideología, sólo hay odio.

"No me da pena tu tiro en la nuca, 'pepero'. Me da pena el que muere en una patera. No me da pena tu tiro en la nuca, 'socialisto'. Me da pena el que muere en un andamio".

También se acuerda Hasel de Federico Jiménez Losantos, de quien dice que fue un error que Terra Lliure le dejara vivo. O de José Bono, al que desea que alguien le clave un piolet, como a Trotsky.

Para el vicepresidente del Gobierno no es normal que Hasel ingrese en prisión. El delito de odio, en su opinión, debe quedar reservado para los franquistas. Lo demás es pura y simplemente libertad de expresión.

El vicepresidente del Gobierno volvió a cuestionar la democracia española: "Mientras Cifuentes se va de rositas, Hasel entra en la cárcel"

Una libertad de expresión, que, aparte de los fachas, tiene también su límite en aquellos periodistas que se atreven a publicar noticias que tienen que ver con posibles casos de corrupción de su partido. A esos se les señala con el dedo acusador de La Última Hora, el panfleto de su ex asesora Dina Bousselham. O bien a través de las campañas de tuiter del ejército de trolls capitaneado por Pablo Echenique.

Es una libertad de expresión que da un poco de miedo. Tanto como esas hordas de bárbaros encapuchados que siembran el terror en las calles.

En realidad, Pablo Iglesias nunca ha creído en la democracia tal y como la entendemos la mayoría de los ciudadanos. La gente, de la que el líder de Podemos se erige en supremo portavoz, es un grupo cada vez más pequeño de personas que, quizás con buena intención, creen todavía que este partido quiere gobernar para repartir la riqueza.

El vicepresidente del Gobierno no condena los actos violentos de los defensores de Hasel, porque para él este rapero es todo un símbolo, un mártir de la causa: le encarcelan porque se mete con el sistema, mientras a Cifuentes los jueces la dejan en libertad.

"Pienso en las balas que nucas de jueces nazis alcancen".

El recurso a la violencia es algo connatural a los partidos totalitarios. Como analizó con demoledora precisión Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, hay elementos comunes entre el estalinismo y el nazismo: ambos buscan eliminar todas las restricciones para el ejercicio del poder por parte del Estado, y la violencia es el mecanismo por el que se alecciona y disciplina a las masas.

Cuando Hasel fue detenido el pasado martes gritó ante las cámaras: "Nunca nos callarán. Muerte al Estado fascista". En eso, también el rapero parece estar en línea con lo que piensa nuestro vicepresidente: la calidad democrática de España tiene mucho que mejorar.

La calidad democrática de España es baja, piensa el vicepresidente del Gobierno. Para avalar su tesis este fue el argumento que utilizó ayer en el Congreso de los Diputados: "No es normal que Cifuentes se vaya de rositas y que Hasel entre en la cárcel".

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