“Si no se mueve, Ciudadanos está muerto”, dice Ana Belén Ramos que le dicen los críticos del partido de Inés Arrimadas después de la catástrofe sufrida por ese partido en las elecciones catalanas, tras reconocer también que el que se arriesgue hoy a plantear un acercamiento al PP estará igualmente muerto a ojos de la dirección del partido. Y tienen razón en las dos afirmaciones pero sobre todo en la primera porque la realidad es que la formación política que nació en 2006 en Barcelona para oponerse al imperio de las tesis nacionalistas en la vida política catalana y que disfrutó de un creciente apoyo de los españoles cuando dio el paso a a política nacional, está agonizando ahora mismo.

Y de nada vale la resistencia de su líder Arrimadas y su apuesta desesperada por devolverle la vida a quien está exhalando ya sus últimos suspiros y sólo alienta gracias a los dirigentes de ese partido que forman parte de los distintos gobiernos de coalición con el PP que operan en distintas comunidades autónomas y ayuntamientos españoles.

La suma de dos miserias no hace nunca un buen capital

Y, sin embargo, puede que aún no sea el momento de embarcarse en un proceso de fusión que, aunque parezca inevitable en un futuro más o menos próximo, que lo parece, podría resultar prematuro ahora mismo además de estéril para las pretensiones de los dirigentes de ambos partidos.

Con esa fusión deseada por los críticos de Cs y directamente anhelada por la dirección nacional del PP, se trataría de refundar una formación política de más amplio espectro que fuera capaz de recuperar los votos perdidos por la derecha y por la izquierda por ambas formaciones.

Pero es pronto. De momento, el Partido Popular tiene que digerir el fracaso estrepitoso sufrido en Cataluña, fracaso que se hace más hiriente por el hecho de que ni uno solo de los más de 900.000 votos perdidos por la formación naranja haya ido a engrosar el cesto electoral de los populares que, para mayor inri, han perdido incluso 76.000 de los apoyos que obtuvieron en las elecciones de 2017.

En esas condiciones, ningún de los dos partidos estaría en disposición de rentabilizar electoralmente para el futuro la suma de dos fracasos tan recientes.

Siendo una verdad que nadie discute a estas alturas que la derecha fragmentada no tiene ninguna opción de disputarle el poder al Partido Socialista, no es menos cierto que la suma de dos miserias no hace nunca un buen capital.

El PP tiene una larga tarea por delante que el abandono de su sede nacional no le va a acortar ni a resolver. Tiene que estructurar un programa solvente de centro derecha y tiene que ser capaz de transmitírselo a un electorado ahora mismo ayuno de fuerzas en las que depositar su confianza, si exceptuamos a Vox, que recoge el voto de los más irritados con el actual Gobierno.

Pablo Casado necesita, antes de ponerse en conversaciones productivas con Albert Rivera, con Villegas, con el andaluz Marín o con la mismísima Arrimadas poner a punto un programa atractivo en lo económico y en lo político además de ofrecer al electorado un armazón ideológico amplio pero firme en el que puedan caber fácilmente los planteamientos de un partido, Ciudadanos, que nació con una clara vocación liberal pero al que una serie de errores graves le han ido llevando, elección tras elección, al cuarto de las escobas de la política española.

Y el partido naranja necesitaría hacer tres cuartos de lo mismo aunque hay que reconocer que esa tarea le será más difícil en este tiempo sin convocatorias electorales a la vista porque carece del arraigo territorial del que sí goza el PP, que puede abordar su renovación de abajo arriba en los congresos locales, provinciales y autonómicos que tiene pendientes.

Ciudadanos tiene que resolver primero sus cuitas internas y comprobar hacia dónde pretende ir Arrimadas y con qué cartas pretende seguir participando en el juego político. La impresión que da es que las cartas se le han caído ya de las manos y no tiene con qué hacer ninguna clase de apuesta.

Pero de momento sigue siendo la líder del partido y es, además de una excelente parlamentaria, una pieza muy relevante y de alto valor en la identidad de la formación.

Ésa es la primera batalla que tienen delante, los críticos y los oficialistas.

Sin tenerla resuelta, la opción de que se vayan sumando, de uno en uno o de cinco en cinco al Partido Popular ni beneficiará a Ciudadanos, que aparecerá como el barco que se hunde y del que saltan los que pueden, ni beneficiará al PP, que contará con unos cuantos políticos relevantes más entre sus filas pero no podrá sacar rédito alguno de lo que ya no sería una fusión sino una absorción vergonzante.

Si Vox sigue creciendo al ritmo que lleva, todo pacto PP-Cs resultará insuficiente por muy necesario que sea para intentar alcanzar el poder

Por eso ahora es muy prematuro abordar una posible fusión porque nada de eso se ha conseguido a estas alturas en ninguno de los dos partidos.

Primera tarea, la de recomponerse políticamente, cosa que ya digo que podrá hacer con mucha más facilidad PP que Ciudadanos. Y una vez conseguido eso en la medida de la posible, entonces sí estudiar una fórmula para sumar sus fuerzas e incrementar así sus opciones de crecer en apoyos electorales.

Con todo y con eso, si Vox sigue creciendo al ritmo que lleva, todo pacto PP-Cs resultará insuficiente por muy necesario que sea para intentar alcanzar el poder en el futuro.

Y ése sí que será un problema porque los de Santiago Abascal no parecen tener de momento la intención de juntar meriendas con los dos partidos del centro derecha español. Bien es verdad que la formación verde apoya los gobiernos de coalición en autonomías y en ayuntamientos y que el discurso de Pablo Casado en aquella moción de censura que pareció planteada más contra el PP que contra el Gobierno no derivó en ningún caso en la ruptura de los acuerdos existentes. Y ése es un dato que conviene tener muy presente porque es significativo.

Quizá el tiempo vaya limando las duras aristas que existen hoy entre los tres partidos y lleguen a alcanzar algún tipo de pacto de convivencia pacífica y productiva antes de las próximas elecciones generales.

Si no fuera así, ya se pueden ir despidiendo todos ellos, sobre todo Pablo Casado, de poner un pie en La Moncloa.   

“Si no se mueve, Ciudadanos está muerto”, dice Ana Belén Ramos que le dicen los críticos del partido de Inés Arrimadas después de la catástrofe sufrida por ese partido en las elecciones catalanas, tras reconocer también que el que se arriesgue hoy a plantear un acercamiento al PP estará igualmente muerto a ojos de la dirección del partido. Y tienen razón en las dos afirmaciones pero sobre todo en la primera porque la realidad es que la formación política que nació en 2006 en Barcelona para oponerse al imperio de las tesis nacionalistas en la vida política catalana y que disfrutó de un creciente apoyo de los españoles cuando dio el paso a a política nacional, está agonizando ahora mismo.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí