El dinero de Europa lo va a repartir Sánchez directamente, con sus manos atiborradas de anillos como de cacahuetes, como un reguetonero con gafas de Elvis y chorreras de tangas desde el techo solar de su limusina. Esto al Consejo de Estado no le ha parecido muy ortodoxo ni muy justo, así que le ha pegado un buen palo en su informe. Pero el sanchismo no trabaja con la realidad, sino con palabras. María Jesús Montero, con su boquita de cascabel, con su manga de mago o de comadre para palabras o pañuelos anudados, enseguida ha aclarado que “nunca se podría calificar un informe del Consejo de Estado como demoledor puesto que la tarea del Consejo de Estado es siempre constructiva”. Sí, no es que sea menos feo que el dinero vaya a volar desde la limusina monclovita como gorras del revés, como oro de champán, como polvo de ángel, como dólares de liguero, como pestañas o lentejuelas alibeluladas. No, la cosa es que el Consejo no puede ser demoledor. Así que no será para tanto.

Allí se quedó Montero con gran gozo teológico en el alma, como un San Anselmo con su argumento santo y circular como una torta de anís, ante sus palabras y pañuelos anudados ya caídos y revueltos encima de la mesa, como una mascletá reventada o el asesinato de un mimo. No nos tenemos que preocupar de que el Consejo de Estado haya advertido del “descontrol”, haya manifestado su “preocupación” por la falta de rigor presupuestario, por la “eliminación de mecanismos de control” a la hora de decidir adónde y a quiénes va ese dinero, ni de que eso pueda llevar a una posible impugnación ante el Tribunal Constitucional o a que la UE nos lo eche todo para atrás. No nos tenemos que preocupar de que 70.000 millones, que deben servir para reconstruir este país que se va cayendo como la tapia abombada de un cementerio rebosado, sean manejados igual que una lista de boda, que lo mismo Sánchez ha metido ahí hasta una yogurtera y un colchón de relevo, que el suyo va pareciendo ya un palo de gallinero. No nos tenemos que preocupar de nada de esto porque el Consejo es constructivo, y una cosa constructiva no puede ser malévola.

Sánchez tendrá en su mano altramucera todo el dinero, todo el poder para hacer no reconstrucción, sino política, la política más importante, que es la de repartir favores para luego cobrarlos

El decreto de fondos europeos llegó hasta su votación, Vox se abstuvo en mitad de una tormentosa locura de amor, celos, viudedad y muerte (el fin de Trump, o sea), y se aprobó sin que se conociera ese informe tan constructivo con sus peros tan constructivos. Ninguna de las recomendaciones se incluyó, ninguna de sus constructivas preocupaciones fue atendida. El decreto quedaba así poroso y confortable, como una lana para nidificar, presto a recibir al amiguismo, al clientelismo, al colchonismo sanchista. El comité que decidirá el destino del dinero será como ese comité científico del virus, hecho de esqueletos con bata a los que Sánchez y Redondo les movían las mandíbulas; las reglas y baremos seguirán los azares del momento como el Gobierno ha ido siguiendo los azares del virus, y Sánchez tendrá en su mano altramucera todo el dinero, todo el poder para hacer no reconstrucción, sino política, la política más importante, que es la de repartir favores para luego cobrarlos.

El dinero se podrá ir para los colegas, para los socios, para los dobladillos de la gente de gran dobladillo, para un adoquín de la CUP o para una incubadora indepe, para acogotar al adversario o llevarlo a la “moderación”, porque no va a haber más control que la libretita de Sánchez y el turno ante él, decisivo, mortal, inapelable, como ante un portero macarra de discoteca o Jabba el Hutt. Todo esto lo advertía el informe del Consejo de Estado, pero es un informe que no puede ser demoledor porque en la esencia de este organismo está el ser constructivo, que a uno le parece tan absurdo como decir que está en su esencia ser ojival. Pero eso nos decía María Jesús Montero, que deja siempre en el aire y en el hopo ese enfado y ese enmarañamiento perenne suyos, pero también inseguridad, como la profesora que está dando una asignatura que ni le gusta ni domina, y acaba metiendo la metafísica en la contabilidad y el catecismo en la mineralogía.

El informe del Consejo de Estado no podía ser demoledor para el Gobierno. Los ponía colorados, los dejaba en pelota, mostraba sus vergüenzas y señalaba su mano larga y su ancho embudo, pero no era demoledor. El informe no podía ser sino constructivo, cosa que nos da igual porque ahí quedó, en la papelera de la Moncloa, especie de gran papelera atómica en la que desaparecen los vaticinios de Simón, los muertos de la pandemia que parecen simple compost, los parados de la nueva normalidad, los contenedores ardiendo como carretas del Oeste, el insomnio de gusiluz de Sánchez y todas las noticias y entrevistas del presidente desmintiéndose o troleándonos. El caso es que Sánchez repartirá el dinero europeo como un Melchor borrachuzo o un ruso de sabadete. Lo digo, por supuesto, como algo constructivo. E igualmente inútil.

El dinero de Europa lo va a repartir Sánchez directamente, con sus manos atiborradas de anillos como de cacahuetes, como un reguetonero con gafas de Elvis y chorreras de tangas desde el techo solar de su limusina. Esto al Consejo de Estado no le ha parecido muy ortodoxo ni muy justo, así que le ha pegado un buen palo en su informe. Pero el sanchismo no trabaja con la realidad, sino con palabras. María Jesús Montero, con su boquita de cascabel, con su manga de mago o de comadre para palabras o pañuelos anudados, enseguida ha aclarado que “nunca se podría calificar un informe del Consejo de Estado como demoledor puesto que la tarea del Consejo de Estado es siempre constructiva”. Sí, no es que sea menos feo que el dinero vaya a volar desde la limusina monclovita como gorras del revés, como oro de champán, como polvo de ángel, como dólares de liguero, como pestañas o lentejuelas alibeluladas. No, la cosa es que el Consejo no puede ser demoledor. Así que no será para tanto.

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