No habrá más estado de alarma, momento que uno imagina, después de tanto tiempo, como si en cada ciudad partiera un trasatlántico retenido, con su grave sirena de voz de ballena y las cubiertas llenas de globos y sombreros. Al menos, eso parece dar por hecho Sánchez, aunque no sabemos los motivos. Es como cuando anuncia el fin de la pandemia como si fueran los Sanfermines de cada año. O como cuando Simón dice que no habrá más de algún caso diagnosticado, o que la variante británica será anecdótica, como un lord con paraguas en Benidorm. Sánchez no pronostica ni calcula, sólo decreta el futuro más soleado. Ese futuro no se cumple y tiene que decretar otro igual de fallido, pero, mientras, al español ya se le ha olvidado todo, por pereza o por borrachera de ideología. ¿Qué alternativa hay al estado de alarma si llega una cuarta ola? Qué más dará. El objetivo no es el virus, sino el mensaje, ese mensaje como de agencia de viajes al que sólo le falta Sánchez bebiendo de un coco.

De aquí al 9 de mayo no sabemos cómo estaremos, pero Sánchez ha pensado que el estado de alarma, que antes era imprescindible y lo convertía como en capitán de bomberos, ahora cansa y lo convierte en carcelero o padrastro. Lo que ocurre con la política de Sánchez es que los medios suelen ser fines, y con el estado de alarma no iba a ser diferente. Más que otra cosa, la finalidad del estado de alarma fue primero que el país sintiera la alarma en las carnes y el liderazgo de Sánchez tocando una campanilla y mandando sobre generalones como panoplias. Luego, cuando ese liderazgo terminó en fracaso, el estado de alarma fue como el aeroplano en el que Sánchez voló para dejar a las autonomías metidas en polémicas, competiciones y culpas. Ahora, el objetivo parece ser que el país se sienta liberado de su encierro por un rescatador trepador de almenas y tejados, ese Zorro de grácil guayabera que es Sánchez.

No digo que el estado de alarma no haya servido contra el virus, sino que lo principal era que le sirviera a Sánchez. Sánchez nunca ha pensado en alternativas legislativas al estado de alarma, en herramientas nuevas e incluso mejores que no hicieran necesario ese generalato de zepelín suyo, primero mandando desde los telediarios y luego sobrevolando los escombros. Y ha sido así porque la finalidad del estado de alarma, fuera podio o burladero, era como digo el propio estado de alarma. Que termine ahora en mayo, el día previsto, justo y medido como terminaría un soneto épico y presidencial, por supuesto no es una decisión científica, sino política y, si acaso, estética. Las vacunas pueden faltar o pudrirse, el virus puede retoñar, mutar o rebrotar en la primavera como ronchones, y es imposible de saber, pero eso no importa. Importa que Sánchez termine la pandemia con su rúbrica, su estado de alarma bien rematado en tiempo y forma como un bordado de oficiala o una instancia de burócrata.

No digo que el estado de alarma no haya servido contra el virus, sino que lo principal era que le sirviera a Sánchez, que nunca ha pensado en alternativas legislativas al estado de alarma

Si Sánchez ha dicho que el “objetivo” es que no haya más estado de alarma, seguro que no lo habrá, así engorde el virus como girasoles o nos invada esa nueva y temible cepa japonesa desde la tortilla churrigueresca que es la Plaza de España de Sevilla. Los objetivos de Sánchez siempre se cumplen, independientemente de la realidad, de ahí que el virus no deje de ser derrotado como el Coyote que decía yo el otro día. Si hay cuarta ola, Simón la llamará “olita”, o se culpará a Ayuso, que dicen que es el mal con ojos de sargazos aunque en los bares de Madrid ya la tienen puesta en chapa o en cristal pintado, como una señorita antigua que anuncia Mirinda o La Revoltosa.

Ya no habrá más estado de alarma y eso significa, casi únicamente, que ya no habrá toque de queda, esa gran medianoche de Cenicienta para curritos y para botelloneros tras la que la ciudad quedaba bajo plásticos de sombra y pasos de guardias y de estatuas de glorieta. Según María Jesús Montero, los demás horarios y restricciones los pueden seguir gestionando las autonomías para que Sánchez no se manche los botines. Todo esto, al final, iba sólo de poner una hora de regreso. Seis meses de estado de alarma, con las libertades en asterisco, sólo para cerrar las ciudades bajo su gran toldo de crepúsculo o su capota de taxi. Parece poca cosa, pero ya digo que el estado de alarma le servía a Sánchez más que a la ciencia y a la esperanza. Se acabará el estado de alarma, sonando quizá a portazo de castillo, y ni Sánchez ni los demás tenemos muy claro qué ocurrirá después. Pero lo primero en Sánchez es dejar en todo lo que dice el aura de profecía. No hará falta más estado de alarma, y no es que lo haya visto él reflejado en una tinaja de brujo ni en una curva infantilona de Simón, que es como esos dibujos con puntos de los pasatiempos. Es que Sánchez no pronostica el futuro, sino que lo dicta. La próxima vez, ya en el verano carnal y rizoso como un pubis, seguro que lo hará bebiendo del coco.

No habrá más estado de alarma, momento que uno imagina, después de tanto tiempo, como si en cada ciudad partiera un trasatlántico retenido, con su grave sirena de voz de ballena y las cubiertas llenas de globos y sombreros. Al menos, eso parece dar por hecho Sánchez, aunque no sabemos los motivos. Es como cuando anuncia el fin de la pandemia como si fueran los Sanfermines de cada año. O como cuando Simón dice que no habrá más de algún caso diagnosticado, o que la variante británica será anecdótica, como un lord con paraguas en Benidorm. Sánchez no pronostica ni calcula, sólo decreta el futuro más soleado. Ese futuro no se cumple y tiene que decretar otro igual de fallido, pero, mientras, al español ya se le ha olvidado todo, por pereza o por borrachera de ideología. ¿Qué alternativa hay al estado de alarma si llega una cuarta ola? Qué más dará. El objetivo no es el virus, sino el mensaje, ese mensaje como de agencia de viajes al que sólo le falta Sánchez bebiendo de un coco.

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