“Un marxista algo perverso convertido en psicópata”. Así se definía Pablo Iglesias en un grupo de Telegram con amigos del partido, el mismo grupo en el que confesó que a Mariló Montero “la azotaría hasta que sangrase”. La conversación tuvo lugar en agosto de 2014. En esa conversación se define a sí mismo con más detalle: “No me gustan los niños, ni la familia, ni pasear por el parque, ni vestir bien, ni que me paren las viejas, ni que franquistas asquerosos me digan ¡ole tus cojones! Además, con la política de mayorías me pasa lo mismo que con el sexo de mayorías, que no me la pone dura”.

Dos años después acosaba a un periodista de El Mundo en un acto de la Complutense al que acusó públicamente de escribir noticias “que no tienen por qué ser verdad para prosperar en su periódico”. Meses antes respondió a la pregunta de una periodista de El Español refiriéndose a su “precioso abrigo de pieles” para ridiculizarla. Ya entonces, hace cinco años, a Eduardo Inda empezó a llamarle “Don Pantuflo”.

Siendo vicepresidente del Gobierno, lejos de asumir la responsabilidad del cargo, aumentaron sus ataques a los periodistas; incluso en rueda de prensa desde Moncloa llegó a decir que “hay que naturalizar el insulto“ en referencia a los periodistas y nombrando explícitamente a Esteban Urreiztieta, Javier Negre, Eduardo Inda o Vicente Vallés, al que se refirió en una entrevista como “presunto periodista”.

Estados Unidos se vio obligada a publicar su nombre en el informe anual sobre derechos humanos y libertades esenciales en el mundo, detalla en el que Iglesias “amenazó con enviar a prisión a un periodista por publicar información comprometedora sobre su partido, especialmente sobre su financiación”.

Sin ninguna duda, España, su soberanía popular y el Estado de Derecho están mejor sin Pablo Iglesias en un cargo público, y Europa respira más tranquila

Hoy que ha vuelto a la trinchera guerracivilista, que es donde mejor se encuentra, no ha dudado en llamar a Ana Rosa Quintana "portavoz de la ultraderecha" y mantener su acoso sistemático a la prensa, señalando a periodistas que luego reciben infinidad de amenazas en redes sociales tras su señalamiento público.

Este Pablo Iglesias y no otro es el que hace pública una carta en la que le amenazan de muerte, una de las muchas que ha recibido. Esta decide publicarla en redes y divulgar su contenido íntegro, con fotografía incluida, entorpeciendo así la labora de investigación policial.

Iglesias es uno de los políticos más protegidos de España. Primero fue la Policía Nacional y luego la Guardia Civil quienes protegieron a su persona, su familia y su casa, hasta instalaron la famosa garita en la puerta de su chalet. Incluso en numerosas ocasiones cerraron al paso de vehículos y personas la calle donde vive. Curiosamente la mayoría de los guardias civiles allí destinados son ascendidos en tiempo récord a sargentos.

Son muchas las casualidades en esta reciente amenaza, por ejemplo que la empresa subcontratada por Correos que supuestamente cometió el error de no detectar las balas de su carta amenazante ha recibido 54 contratos del Estado por valor de 35 millones de euros solo desde que Sánchez e Iglesias están en el Gobierno. O que fallen tres escáneres, o que se quiera echar el muerto a un simple empleado dando carpetazo al asunto.

¿Dónde esta el Iglesias que hacía escraches a Rosa Díez en la facultad? El que defendía en su programa de Hispan TV que “Mao Tse-Tung era astuto, decía que el poder nace de la boca de los fusiles, y así sigue siendo” o en La Tuerka “a mí me gusta quien moviliza al ejército para decir a los mercados cuidado, las pistolas las tengo yo”.

¿Qué le ha ocurrido a ese revolucionario de Iglesias, que ahora rodeado de guardaespaldas se amilana por unos cartuchos de Cetme y como una plañidera va contándolo por las televisiones? Es el miedo. El miedo a desaparecer de la escena pública, como esta a punto de suceder. El que pretendía dar el sorpasso a toda la izquierda, se fue del gobierno antes de que Sánchez le echara por exigencias de la Unión Europea y se irá de la Comunidad de Madrid el 4 de mayo por decisión de las urnas.

Sin ninguna duda, España, su soberanía popular y el Estado de Derecho están mejor sin Pablo Iglesias en un cargo público, y Europa respira más tranquila.

En una ocasión Juergen Donges, asesor de Angela Merkel, preocupado por el ascenso de Podemos en nuestro país, llegó a decir “En Alemania también nos vino uno, contándonos cosas bonitas, y se decía: bueno, a este Hitler ya le calmaremos”.

“Un marxista algo perverso convertido en psicópata”. Así se definía Pablo Iglesias en un grupo de Telegram con amigos del partido, el mismo grupo en el que confesó que a Mariló Montero “la azotaría hasta que sangrase”. La conversación tuvo lugar en agosto de 2014. En esa conversación se define a sí mismo con más detalle: “No me gustan los niños, ni la familia, ni pasear por el parque, ni vestir bien, ni que me paren las viejas, ni que franquistas asquerosos me digan ¡ole tus cojones! Además, con la política de mayorías me pasa lo mismo que con el sexo de mayorías, que no me la pone dura”.

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