Iglesias se va, y esta vez no se va del Gobierno, ni se va a la guerra de Mambrú contra la tanqueta de Ayuso, sino que se va definitivamente de la política, del partido, de sus cargos, de sus dignidades, como un viejo embajador, dejando incluso su frac de otra talla allí de pie, ya para el museo de cera o para el entierro (su marcha ha parecido esa fantasía del propio funeral, un funeral como de Brézhnev). Iglesias abandona la política o más bien la política lo abandona a él. No es sólo que el obrero sea mal obrero y mal alumno y no le crea ni le vote, es que él pretendía ser el pueblo sin pueblo y la democracia sin votos (y sin ley, que es lo más importante). Así no se puede estar en democracia salvo que acabes con la democracia, cosa que no consiguió.
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