Lo que distingue a la propaganda de la política es que la primera busca atraer a los ciudadanos en base a aspiraciones (una sociedad más justa, mejor preparada, y cosas por el estilo); mientras que la segunda consiste en la aplicación práctica de esas mismas ideas (lo que al final se reduce a subir o bajar impuestos, aumentar o recortar el gasto público, etcétera). La propaganda es un instrumento de la política, pero nunca puede sustituir a la política, que es la que permite, para bien o para mal, cambiar ciertas cosas. Eso como mucho.

El gobierno de Pedro Sánchez es esencialmente propagandista. Y eso se debe a dos cosas: que el presidente es ideológicamente ecléctico; y, en segundo lugar, que tiene a su lado a un experto en imagen y comunicación, Iván Redondo, al que le ha dado una capacidad de actuación que no tiene ni la vicepresidenta primera del Gobierno, mal que le pese a Carmen Calvo.

El mismo día en que el jefe de Gabinete del presidente publicaba en El País un artículo avanzando la presentación el próximo jueves por parte de Sánchez de un documento -un nuevo impulso, diría él- titulado España 2050, Pere Aragonés y Jordi Sánchez anunciaban un acuerdo para la conformación de un gobierno independentista en la Generalitat, que tiene como eje fundamental la convocatoria de un referéndum de autodeterminación.

¿Seguirá siendo Cataluña parte integrante de España en 2050? Para los independentistas la respuesta a esta pregunta es clara: No ¿Y para el presidente del Gobierno? No lo sabemos. Probablemente, él tampoco lo sepa, porque, aunque crea que sí, lo primero que va a hacer es intentar convencer a ERC para que se siente a negociar en una mesa de diálogo en la que los independentistas van a plantear como condición sine qua non la fijación de una fecha para ese soñado referéndum de autodeterminación.

El Gobierno, de manera tramposa e ilusoria, quiere que los ciudadanos hagan abstracción del presente y que se centren en el futuro, que, como dice Redondo en su artículo, "es lo único que se puede cambiar".

Para que un proyecto de cambio profundo sea creíble es básico un amplio consenso entre el Gobierno y el principal partido de la oposición. Algo incompatible con la manera de entender el poder de Sánchez

Mientras que la mayoría de los ciudadanos está preocupada por la evolución de la pandemia, la situación económica o de cosas más prosaicas aún como si van a poder pasear por la playa sin la obligación de llevar mascarilla, el Gobierno nos invita a mirar hacia adelante, a la España de 2050. Sin duda, un país mucho mejor de lo que es ahora.

Hace referencia Redondo en su artículo a la Oficina de Prospectiva creada por Adolfo Suárez en 1976, quizás como un guiño al centrismo perdido tras el pacto con Unidas Podemos. Pero es un mal ejemplo. Las buenas intenciones del líder de la UCD se estrellaron con una realidad mucho más dura y acuciante: cinco años después de constituir la Oficina monclovita, Armada, Milans y Tejero dieron un golpe de estado que estuvo a punto de devolvernos a la dictadura. La prospectiva no les permitió ver la perspectiva.

A veces mirar demasiado lejos nos lleva a tropezar en la piedra que tenemos bajo nuestras narices.

Lo que hace poco creíble la España 2050 que nos presentará el presidente el próximo jueves no es lo ambicioso de sus objetivos, ni siquiera que el documento contenga todos los tics de la propaganda más burda (como, por ejemplo, que los expertos que lo han elaborado sean 100: ¿por qué no 85 o 37?). No, lo que hace que ese documento nazca muerto, por muchas gráficas a todo color que incluya, por muy sabios que sean sus padrinos, es que carece de lo básico para construir un proyecto de futuro sólido. Lo que le falta es consenso.

Para que un cambio social sea real, la primera condición que requiere es que sea fruto de un pacto social y político amplio. Como sucedió con la Constitución de 1978. Pero eso es algo con lo que este gobierno está reñido. A Sánchez lo que le preocupa ahora es cómo volver a engatusar a ERC para que sus 13 escaños no le fallen cuando los necesite.

La España 2050 no se podrá construir sin un acuerdo con el principal partido de la oposición, el PP, al que Sánchez se empeña en situar en la frontera de la democracia. Sería estupendo que ERC, JxC o el PNV compartieran un modelo de país, un modelo para esa España molona de 2050, más competitiva y más justa. La cuestión es que esos partidos, con cuyo apoyo gobierna Sánchez, no quieren compartir nada que tenga que ver con una idea común de España; lo que quieren es irse de España, aunque algunos lo digan de boquilla.

Mientras que el gobierno y el PSOE no asuman que debe llegar a grandes pactos de Estado con el PP, pensar cómo será la España de dentro de treinta años es humo. No tiene nada que ver con la política. Sólo es propaganda. Además, algunos puede incluso que hayamos muerto para entonces.

Lo que distingue a la propaganda de la política es que la primera busca atraer a los ciudadanos en base a aspiraciones (una sociedad más justa, mejor preparada, y cosas por el estilo); mientras que la segunda consiste en la aplicación práctica de esas mismas ideas (lo que al final se reduce a subir o bajar impuestos, aumentar o recortar el gasto público, etcétera). La propaganda es un instrumento de la política, pero nunca puede sustituir a la política, que es la que permite, para bien o para mal, cambiar ciertas cosas. Eso como mucho.

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