
El diputado de ERC, Oriol Junqueras, junto al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados.
Lo más relevante del informe del Tribunal Supremo es que para Sánchez significa lo mismo que para los indepes: nada. Sí, el Supremo ha hablado como desenrollando su lenta lengua de moqueta, pero ni Sánchez ni el independentismo le conceden a eso más importancia ni autoridad que el desfile de un cabezudo o el campanazo de una colegiata. Una vez que el Supremo ha descartado razonadamente cualquier justificación para el indulto, lo que queda ya es sólo la intención de imponerse o enmendar al tribunal, ese inaceptable «recurso de alzada», como dice el documento, que se presenta ante Sánchez como ante un soberano con mastín o ante un Salomón en albornocito. Lo llame «venganza» o sólo «castigo», Sánchez está diciendo lo mismo que los indepes: que el Tribunal Supremo es como un gran cascanueces represor, una máquina franquista de dar mazazos. Y él va a colocarlo en su lugar, o sea la basura, como un feo y viejo reloj de cuco.
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