Susana Díaz anda por los pueblos de Andalucía con camisetilla y mucho acento (el acento a veces se gradúa como el abrazo). Está en unas primarias de morir y de besar y de llamar a todos “canijo”, o sea compadre, colega, quillo. Susana siempre ha sido campechana y pegajosilla como una reina castiza, pero no conquistaba a los militantes con zalamerías ni retórica, sino con hechos, pactos, cosas tangibles y fungibles que ella parecía llevar siempre encima, como las piruletas de los pervertidos. Aún le quedan, aunque no tantas como a Sánchez, que ya va sólo con caramelos y gabardina. Lo que pasa es que el presidente es alguien que no tiene partido, sino camarilla, y además ha perdido ya ese caprichoso favor que los dioses otorgan a los guapos. Susana puede parecer que sólo vende papeletas de una rifa o que va por los pueblos encalando, pero el sanchismo está nervioso. Tienen a un candidato que es un mandado y saben que Andalucía no va a funcionar como otra pianola de Iván Redondo.

El sanchismo está asustado porque Susana tira de arrumaco pero sobre todo se la imagina tirando de agenda, de listín y de almanaque. En Andalucía los favores están escritos aún como en papeles de Fausto mientras que Sánchez e Iván Redondo sólo piensan con videoclips. Quiero decir que en el PSOE andaluz el sector crítico, el antisusanismo, apenas eran cuatro (quizá uno solo) que andaban enamoriscados de Sánchez como de un cura con guitarra y que nunca tocaron ni manejaron poder, gente, presupuesto ni nada, si acaso algún pregón. Ya ha pasado tiempo desde que Sánchez iba en un Peugeot de pobre y de bueno, como copiado de Sor Citroën, pero Andalucía es grande y es vieja, y Susana no era sólo Susana sino un PSOE de 40 años de barcaza imperial, antiguos clanes patricios y pactos escritos con runas.

Susana, o más bien el viejo PSOE andaluz, basa su poder en los pactos inmemoriales, un poco como Odín. Y uno sigue sin creerse que el sanchismo haya llegado con su guitarra, su flequillito y sus diapositivas de excursiones, sin más, y se haya apoderado de toda aquella religión socialista, de aquella observancia de tradición, gremio y diezmo. El PSOE andaluz siempre fue como un reino insular, como un planetoide más allá del propio partido y del propio socialismo, algo que funcionaba por inercia, a base de ganar, repartir y llorar y reír a la vez, y donde nadie se atrevía a meterse. El sanchismo, sigue creyendo uno, no tiene gente para sustituir todo eso. Puede ir montando alguna fiesta parroquial, inaugurando alguna franquicia de Sánchez o de Iván Redondo, pero en la “cultura” del PSOE andaluz (Susana emplea esa palabra mucho) no dejan de parecer franquicias de pollo frito de Kentucky.

En Andalucía no había sanchistas y por eso ahora sólo puede haber, si acaso, conversos, con toda la sospecha y la literatura de los conversos"

En Andalucía no había sanchistas y por eso ahora sólo puede haber, si acaso, conversos, con toda la sospecha y la literatura de los conversos. Así es percibido un poco Juan Espadas, el rival oficialista de Susana en las primarias, un socialista sevillí, un señor municipal como un autobusero municipal que encima nadie conoce cuando pasa de Dos Hermanas. En Málaga o Almería, Espadas les debe de parecer Ronald McDonald. Y yo creo que desde el sotanillo de la Moncloa también lo ven así, como que están plantando por toda Andalucía hamburgueserías con Cadillac, de las de hamburguesa con batido, como negocio o capricho o jukebox de Iván Redondo. Eso, que Espadas haya pasado del calentito (que en Sevilla significa churro) a ser una bolera con hotdogs que pone Madrid, no debe de gustarle mucho al viejo PSOE orgulloso, autosuficiente y jamonero.

Susana sigue por los pueblos, con su pañuelo de encalar y su acento tornasolado, diciendo quizá lo de siempre, pero es que a lo mejor la gente prefiere lo de siempre. Sánchez sólo tenía para ofrecerle al PSOE andaluz dinero y victoria. Dinero, aunque sea de las ruletas europeas, aún tiene. Es la victoria de lo que se empieza a dudar. Su aura de ganador se ha perdido, como si a un San Pancracio de cocina le hubiera comido la aureola un ratoncito. Ya no es el triunfador, sino el gafe. Ya no es el mesías de una socialdemocracia moderna, sino un vendepeines de quien nadie se fía porque nunca dice lo mismo. Ya no es un nuevo líder para el partido, sino alguien que tiene al partido como cajita de empolvarse. Ya no es Andalucía como granero de votos, sino como cristobita de Iván Redondo. Ni como joya de la corona socialista, sino como la baratija que podría servir un día para algún intercambio con los indepes. 

En Ferraz están preocupados, diría uno si Ferraz pintara algo. Sánchez e Iván Redondo están preocupados, quiero decir, porque puede que no salgan las cuentas. Juan Espadas parece Monchito, Sánchez parece grogui en su sonrisa, como un James Bond atropellado por una lancha, y Susana parece la de siempre. Todavía dirán que Susana representa el pasado y los ERE, pero es que el PSOE andaluz es el del pasado y el de los ERE. En Andalucía no había sanchistas y no puede haber tantos conversos, o al menos tantos conversos que no se puedan volver a convertir con otro deslumbramiento. Sobre todo si lo que Sánchez les ofrece es sólo su estampita y su desprecio mientras Susana va hablándoles uno a uno, llamándolos “canijo” y sacando su grueso cuaderno de ditero con números y glorias de Deuteronomio y de pacto de sangre.

Susana Díaz anda por los pueblos de Andalucía con camisetilla y mucho acento (el acento a veces se gradúa como el abrazo). Está en unas primarias de morir y de besar y de llamar a todos “canijo”, o sea compadre, colega, quillo. Susana siempre ha sido campechana y pegajosilla como una reina castiza, pero no conquistaba a los militantes con zalamerías ni retórica, sino con hechos, pactos, cosas tangibles y fungibles que ella parecía llevar siempre encima, como las piruletas de los pervertidos. Aún le quedan, aunque no tantas como a Sánchez, que ya va sólo con caramelos y gabardina. Lo que pasa es que el presidente es alguien que no tiene partido, sino camarilla, y además ha perdido ya ese caprichoso favor que los dioses otorgan a los guapos. Susana puede parecer que sólo vende papeletas de una rifa o que va por los pueblos encalando, pero el sanchismo está nervioso. Tienen a un candidato que es un mandado y saben que Andalucía no va a funcionar como otra pianola de Iván Redondo.

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