Sánchez no va a poder limitarse al indulto y a la reforma del delito de sedición, que desde la propia palabra ya suena a excomunión, a decapitación o a sangría de barbero, todo demasiado medieval. Adaptar nuestro franquismo de mazmorra y muñeca Wendolin a las avanzadas tesis políticas, filosóficas y morales del nacionalismo va a requerir otros esfuerzos. Por ejemplo, habría que considerar el mangazo como delito de opinión. Los indepes tienen en su lista de represaliados, que es como una lista de mártires de caldero, a 57 investigados por el Tribunal de Cuentas. Por supuesto, están ahí por sus opiniones, concretamente por la opinión de que el dinero de todos era más bien sólo suyo. El derecho a mangar es otro derecho de los pueblos, otro derecho humano que nos descubren. Son como Mandela, pero con ganzúa, saco y soplete.

Vamos a tener mucho trabajo aquí, trabajo legislativo, filosófico, humanístico y hasta de albañilería si nos tenemos que adaptar a la nueva era de la democracia indepe. A lo mejor es a esto a lo que se refiere Ábalos cuando habla de esas investigaciones del Tribunal de Cuentas como “piedras en el camino”. Ábalos sabe de eso porque es un adelantado a la democracia, como a los aviones. El edificio franquista en el que aún vivimos está hecho de lápidas grises y cálculos de riñón de funcionario tecnócrata, como los pantanos y los ministerios de la Castellana, y eso va dejando mucha piedra en los caminos y en las lentejas.

Dejar la democracia de los indepes, fluyente y sin barreras, con derecho a todo y prisa de todo, como un pueblo llevado por su riada de barro

Para contentar a los indepes y a Ábalos habría que demoler toda esa piedra como un águila de piedra. También los tribunales, todos de piedra, con sus magistrados como la Dama de Elche. Quitar toda la piedra y dejar la democracia de los indepes, fluyente y sin barreras, con derecho a todo y prisa de todo, como un pueblo llevado por su riada de barro. Los indepes buscan ahora por esos tribunales enchufes y apellidos de castellano viejo y derechaza de piedra heráldica, pero eso no es lo principal. Y no me refiero a que en Cataluña haya, alrededor de las administraciones y el dinero, aún más enchufes de piedra como aldabas de piedra y aún más apellidos atados con cadena de piedra de catedral. Me refiero a que, en realidad, lo principal es que la única piedra en el camino, gigantesca, imponente, es la ley.

La piedra que se le mete en el zapato al sandalio Ábalos, la piedra que les hace cólico de madrugada y orzuelo llorón a los indepes no es un tribunal u otro, no es un juez u otro, no es un funcionario u otro. La piedra es la ley. Toda la supuesta democracia que reivindica el independentismo es que no haya ley, cosa que la hace imposible como democracia. No hay manera de meter en una democracia que el uso de lo público y el decidir y el expresarse sean derechos sólo de una ideología o de un grupito sentimental, folclórico o bullanguero. Sánchez puede dar sus indultos como bendiciones papales, puede limitar la sedición a que Puigdemont salga en tanque con puro en la boca y redecilla en la cabeza como si fuera Telly Savalas, pero para conceder lo que quieren los indepes tendría que demoler la democracia como una represa y eso son muchas piedras en el camino de cabras de Ábalos.

Quieren, por encima de esa fantasía que sólo ha votado el 25% del censo en Cataluña, el poder de la arbitrariedad y la tranquilidad de la impunidad

Los tribunales, con su piedra antigua y casi marítima, como de tumba del Cid, no son nada por sí mismos. Aunque los indepes (y Sánchez) sueñen con meter a los suyos y sacar a los otros como estatuas de piedra, la auténtica piedra en el camino es la ley, es la democracia. Los indepes no quieren democracia, y la prueba es que ya hay democracia, incluso para defender y hasta conseguir la independencia. Ellos quieren la satisfacción inmediata e ilegal de un sueño pastoril, el sueño de unos pocos que no es que se sientan ni mayoría ni minoría, sino la totalidad, una nación encarnada como en descendientes de Noé (algunos lo parecen verdaderamente). Y quieren, incluso por encima de esa fantasía que sólo ha votado el 25% del censo en Cataluña, el poder de la arbitrariedad y la tranquilidad de la impunidad. Esto es casi más importante que el mítico referéndum: es lo que les permite extender su fantasía por la fuerza, por el chantaje, por la bronca, por el engaño o por el aburrimiento.

No, no hay manera de hacer legal ni democrático el mangazo patriótico ni esa libertad de obedecerles o perecer. Lo suyo sólo puede seguir adelante, y de hecho así ha funcionado, aboliendo la democracia en favor de dogmas canturreados por una autoridad mitológica, más profetas que políticos, y usando todos los recursos robados a lo público. Al menos, esto de que los investigados por el Tribunal de Cuentas se consideren también mártires ideológicos devuelve el meollo a donde siempre estuvo, al dinero, más mitológico todavía que la patria.

No, no hay manera de meter esta barbarie en la democracia. Los que dicen que algo hay que hacer olvidan que esto, contentarlos, apaciguarlos, darles dinero y darles la razón, es lo único que se ha hecho hasta ahora, y ahí seguimos. Lo que nunca se ha intentado en Cataluña es que la ley sea ley sin atajos, sin apaños y sin vista gorda, que la democracia sea democracia sin la supremacía de una ortodoxia incontestable y anumérica, y que, como en todas partes, choquen con las piedras todas las veces que intenten atravesarlas a cabezazos.

Sánchez no va a poder limitarse al indulto y a la reforma del delito de sedición, que desde la propia palabra ya suena a excomunión, a decapitación o a sangría de barbero, todo demasiado medieval. Adaptar nuestro franquismo de mazmorra y muñeca Wendolin a las avanzadas tesis políticas, filosóficas y morales del nacionalismo va a requerir otros esfuerzos. Por ejemplo, habría que considerar el mangazo como delito de opinión. Los indepes tienen en su lista de represaliados, que es como una lista de mártires de caldero, a 57 investigados por el Tribunal de Cuentas. Por supuesto, están ahí por sus opiniones, concretamente por la opinión de que el dinero de todos era más bien sólo suyo. El derecho a mangar es otro derecho de los pueblos, otro derecho humano que nos descubren. Son como Mandela, pero con ganzúa, saco y soplete.

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