Teresa Rodríguez ha reconvertido su izquierdismo ortodoxo, ferroso e inflexible en andalucismo confuso, coral y ojival, o en eso está. No es muy complicado hacer regionalismo amable con lo andaluz, que siempre parece un regionalismo como de Chanquete, con barquito utópico, budismo de caña de pescar y tomates calientes cogidos a pares de la mata, como por un Jesús siempre con la parábola de hambre para su público de hambre. Andalucía es pobre y sólo quiere dejar de ser pobre, no es igual que esos otros que quieren apartarse del África de España como en una barcaza de Cleopatra, maciza de algún oro anacrónico de un Colón catalán. La Arbonaida, la estelada de Andalucía, sólo parece, como mucho, una bandera con lágrima tatuada. El andalucismo, regionalismo renegrido que viene de pobres renegridos y zumos renegridos, claro que parece amable. Otra cosa es que entre anticapitalistas asamblearios y plateros de chorritos morunos salga algo coherente o útil.

Teresa Rodríguez, demasiado salvaje para Podemos (demasiado salvaje para la política seguramente), se ha ido hacia el andalucismo y, a la vez, lo que quedaba del andalucismo se ha ido hacia Teresa. El nuevo proyecto de Adelante Andalucía parece hecho de muchos retales y grecas, pero quizá sólo está hecho de necesidades. Teresa es un político que necesita una nave, siquiera esa nave varada entre huertos galileos y cañizos abandonados, ese barco de Chanquete del andalucismo. Por su parte, el andalucismo, ya sólo melancólico como una noche en el desierto, con su Arbonaida y sus estrellas tartésicas como estrellas de Bagdad o de Belén, un Belén de ese San José con babuchas que parece Blas Infante; el andalucismo, decía, quizá se ha dado cuenta de que podía renacer pero necesitaba más políticos de combate que poetas de los brocales.

Teresa, con las hachas de un izquierdismo tan puro que ni siquiera consideraba el poder como objetivo suficiente

El antiguo Partido Andalucista fracasó como fracasó IU o sigue fracasando Podemos, por hacer iglesias de un solo hombre y por venderse al PSOE a cambio de ferias de la tapa o despachos de azafatos y azulejos. Es justo lo que ya sabe la gente que no hará nunca Teresa, tribu rebelde que le salía a Podemos por el Amazonas del Guadalquivir, con las hachas de un izquierdismo tan puro que ni siquiera consideraba el poder como objetivo suficiente. Teresa es más ambiciosa, aún quiere cambiar el mundo de abajo arriba, en contra de la física y quizá de la naturaleza del ser humano y de la política. Incluso de la naturaleza de la propia izquierda, que siempre ha terminado invirtiendo la pirámide de sus masas y sus revoluciones hasta que todo lo sostenía sobre su dedo el líder carismático, como un equilibrista de monociclo. Teresa parece que es incorruptible, pero, claro, a costa de una radicalidad como dulcinista que no sé si convencerá mucho al andaluz más sentimental que revolucionario.

No, no es complicado hacer un regionalismo amable con lo andaluz. Andalucía es pobre por todos los lados de la historia y de la ideología: castigada por el absolutismo, excluida de la industrialización por los señoritos latifundistas, ignorada por el franquismo que vestía allí de generales a sus santos, o al revés, pero se llevaba la manufactura a otros lugares curiosamente muy antifranquistas; y luego, ya en democracia, explotada por el socialismo folclórico y camastrón del PSOE. Blas Infante, a pesar de amaneramientos orientaloides y otras ridiculeces bombachas, al menos acertó al fundamentar ese suave nacionalismo andaluz en el sufrimiento y la injusticia. Ni la sangre, ni la tierra prometida o invadida, ni la historia gloriosa por inventada, ni un idioma de silbos o de querer ser francés sin serlo. No, simplemente esa sensación de incompletitud en la historia y la justicia. Y eso no es lo mismo que ir avasallando con tu poder y hasta con tu acento.

Andalucía es pobre, eso es lo fundamental, lo ha sido con los de un lado y con los del otro, lo ha sido mientras la cruzaban los siglos y los cometas y las modas

Yo creo que en Adelante Andalucía aún no saben qué van a ser ni qué van a hacer. Eso sí, tienen un logo como una vela fenicia y más allá, ya, una confusión o un combate aún por venir entre indigenismo jornalero, anticapitalismo de ruló, orfebrería del Guadalquivir y a lo mejor esa gloria de premios nobel y minería de la historia que solemos poner por delante para ocultar que seguimos siendo pobres. Sí, porque Andalucía es pobre, eso es lo fundamental, lo ha sido con los de un lado y con los del otro, lo ha sido mientras la cruzaban los siglos y los cometas y las modas. Andalucía es pobre y ni Aleixandre ni Juan Ramón ni Lorca ni Picasso ni Velázquez ni Averroes ni Séneca, ni el sol ni las tapitas ni el salero nos salvan de eso. Mucho menos el anticapitalismo, que es como si la herida histórica de Andalucía la tuviera que curar esa otra herida histórica de la izquierda. De momento, he visto a Teresa Rodríguez arrojar el flamenco como un yunque ideológico y, claro, meterse con el centralismo de Madrid, como si Madrid pudiera hacer otra cosa que estar en el centro. Además, el centralismo de Madrid no es nada comparado con el de Sevilla o el de Jerez, lo aclaro para los guiris.

Es fácil hacer regionalismo amable con lo andaluz. Incluso sería fácil hacer un regionalismo útil. Seguramente ni siquiera es necesario ser un romántico con el piano acampanado o andalusí de Blas Infante como si fuera el de Felipe Campuzano. No se trata de conquistar el norte con gitanillos sometidos a la ortodoxia, ni el Congreso con otro Rufián de La Viña, ni Madrid con su Atocha como una Venecia que enamora y ahoga andaluces. Tampoco se trata de competir en odio o en hartura o en presencia insufrible con Cataluña. Se trata de que Andalucía es pobre y sólo quiere dejar de ser pobre, que ya va siendo hora. Y no sé qué podrá hacer al respecto, con asambleísmo, con chorritos o con jondura, alguien que era salvaje hasta para Podemos.

Teresa Rodríguez ha reconvertido su izquierdismo ortodoxo, ferroso e inflexible en andalucismo confuso, coral y ojival, o en eso está. No es muy complicado hacer regionalismo amable con lo andaluz, que siempre parece un regionalismo como de Chanquete, con barquito utópico, budismo de caña de pescar y tomates calientes cogidos a pares de la mata, como por un Jesús siempre con la parábola de hambre para su público de hambre. Andalucía es pobre y sólo quiere dejar de ser pobre, no es igual que esos otros que quieren apartarse del África de España como en una barcaza de Cleopatra, maciza de algún oro anacrónico de un Colón catalán. La Arbonaida, la estelada de Andalucía, sólo parece, como mucho, una bandera con lágrima tatuada. El andalucismo, regionalismo renegrido que viene de pobres renegridos y zumos renegridos, claro que parece amable. Otra cosa es que entre anticapitalistas asamblearios y plateros de chorritos morunos salga algo coherente o útil.

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