La carne, pecado de fraile grueso, sudando entre la molinera y el lechón;la carne, vicio que hizo del Infierno un asador, con su Diablo vacuno, una vaca que asa hombres como ironía final de los dioses; la carne, cielo de los gordos y de los flacos, hermanados en la misma nube de sangre encebollada; la carne, palacio de salchichas colgantes de los pobres, longaniza emparrada de Jauja, morcilla de Sangonereta por la que se llega a la muerte como en su negra y larga barca egipcia; jamón medicinal con tenderos como don Santiago Ramón y Cajal, jamón de la paz como una pipa de la paz, jamón de gorrón como miel roja de oso lento y ladrón, jamón como el arpa noble de la casa noble de los nobles, jamón como cucaña imposible o como el loncheado del padre en la casa del humilde; chuletones y entrecots como marimbas de caníbal, cochinillos girando como venados del bosque de Sherwood, como fiestas de botín de forajido. La carne, que es mala como la vida y nos la quiere quitar Garzón, ya estreñido o ahíto.

La carne, Freud con cuchillo y oveja, sexo que tiene que llamarse carne para ser pecado en vez de Sagrada Familia, carne que se condena como el sexo para que sólo coman los que cuentan con bula o para que tengan un ministerio los que sólo tienen tontería. Los puritanos, que sólo son viciosos que han decidido que la crueldad les satisface más que el propio vicio, nos están quitando todo, pero además para nada. Ese jamón con pezuña y anca de bronce negro, que se merece en la cocina un baldaquino de bronce negro como el de San Pedro, hace mucho más por la salud que una ensalada sólo de apio y raquitismo, y más que todos los veganos naturópatas, cataplásmicos y homeopáticos. No se puede pesar toda la carne como basura o como veneno y dejar que esos zahoríes de la zanahoria, con su intestino como un hormiguero lleno de hojas, queden de héroes de la salud y del planeta por producir faquires anémicos y cagarrutas de tierra.

Los puritanos, que sólo son viciosos que han decidido que la crueldad les satisface más que el propio vicio, nos están quitando todo, pero además para nada"

Estos puritanos, que recetan gachas y bicicletas para los demás, pero luego se zampan chuletones como de los Picapiedra y viajan en jet como si
viajaran en alfombra mágica; estos puritanos, decía, odian el placer y el tocinillo de la vida, a menos que los administren ellos. Garzón no es que no coma carne, que ya ha dicho que le gusta poco hecha, sangrante de cuchillo sacrificial imagina uno, carne incluso revolucionaria, como la carne de El acorazado Potemkin. Yo creo que lo que pasa es que le gusta decirle a la gente lo que puede hacer o no hacer con su hambre, con su cuerpo, con sus ganas de sopeo o concupiscencia; le gusta que le tengan que pedir su permiso, su visado de burócrata de silla alta para lo que pase en los salones o las alcobas, como a un cura. No es que uno no pueda comer carne o ponerse grilletes de felpa, es que ellos te tienen que decir en qué circunstancias, con qué intenciones y con qué protocolos. Sólo ellos pueden decirte cómo comer y cómo fornifollar, y sólo ellos pueden castigarte o premiarte según aceptes o no el menú. Dicen que lo hacen por el bien social o el bien cósmico, pero yo creo que lo hacen sólo por puro vicio, vicio de mirón o de cilicio.

Nos están quitando todo, y para nada. La carne es mala, o lo suficientemente mala para hacer esta campaña de lechuguino en vez de hacer campaña contra la leche cruda o la cristaloterapia o el propio veganismo que te vuelve enfermizo y tonto como un brócoli, y que ocasionaría un desastre ecológico global si se generalizara, como una especie de plaga humana de langostas. Más que la vaca, es el maíz que alimenta a la vaca lo que dispara la huella de carbono, pero no se hace campaña contra el maíz, dios maya y antiimperialista. Hasta la energía nuclear ayudaría contra el cambio climático (con algunas optimizaciones), pero nuclear es palabra tabú, como bistec o guapa. Yo creo que, simplemente, la carne es tabú por razones ideológicas, como a veces lo es por razones religiosas (Marvin Harris diría que al final son razones mucho más mundanas y económicas que teológicas). Si en tu ministerio, además, sólo se oyen grillos, pues es más fácil que uno se decida a emprender esta campaña contra la vaca real o sólo contra el estampado de vaca, como un payaso de rodeo enloquecido.

No se puede pesar toda la carne como basura o como veneno y dejar que esos zahoríes de la zanahoria, con su intestino como un hormiguero lleno de hojas, queden de héroes de la salud y del planeta"

La carne, el Diablo muerde muslos y torreznos. La carne es lo que tenemos para no ser un halo con lira, la carne es lo que nos recuerda lo que somos, que amamos carne y que comemos carne porque somos carne, es la sinceridad brutal de nuestra naturaleza, desideologizada, purificada, o sea insoportable para el que todo lo ideologiza, insoportable para el fanático, en fin. Además, está lo que tiene la carne de símbolo de España, otra palabra prohibida. No es ya el carnicero, el ganadero, el turista de jamón goyesco, el mesón con lechazos vitruvianos y jarretes como martillos de Tor, es que la carne es la entraña de España, toro despellejado, comido y totemizado. Quizá se prohíbe la carne como se prohíbe el torero.

La carne, corazón de una España en realidad de patata. La carne es nuestro cielo de hambre y nuestra mesa de hambre, esa carne que comemos ahora es toda la carne que le faltaba a don Quijote en los huesos y al dómine Cabra en la olla. La carne, eterna cesta de chorizos de pueblo, pájaro del sueño del Carpanta español, hambre inacabable como la de la mili, jamones redentores de Morena clara, radiografía de Rorschach de nuestra alma, de nuestra ambición, de nuestras faltas, de nuestra lujuria, de nuestra humanidad, todo ahí como un sacrificio romano en un plato. La carne, nos quieren quitar la carne que tenemos y la que nunca tuvimos. Nos quieren quitar la carne los que están ahítos, aburridos y encruelecidos, como el que les arranca las alas a las moscas y a lo mejor, después, se las come.

La carne, pecado de fraile grueso, sudando entre la molinera y el lechón;la carne, vicio que hizo del Infierno un asador, con su Diablo vacuno, una vaca que asa hombres como ironía final de los dioses; la carne, cielo de los gordos y de los flacos, hermanados en la misma nube de sangre encebollada; la carne, palacio de salchichas colgantes de los pobres, longaniza emparrada de Jauja, morcilla de Sangonereta por la que se llega a la muerte como en su negra y larga barca egipcia; jamón medicinal con tenderos como don Santiago Ramón y Cajal, jamón de la paz como una pipa de la paz, jamón de gorrón como miel roja de oso lento y ladrón, jamón como el arpa noble de la casa noble de los nobles, jamón como cucaña imposible o como el loncheado del padre en la casa del humilde; chuletones y entrecots como marimbas de caníbal, cochinillos girando como venados del bosque de Sherwood, como fiestas de botín de forajido. La carne, que es mala como la vida y nos la quiere quitar Garzón, ya estreñido o ahíto.

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