Cuba, aquí, sigue siendo como el oriente comunista de pies desnudos y cestillos, de bicicletas voladoras y barbas acebolladas como cúpulas, o sea un cuento que aplaca la miseria y la tiranía con romanticismo de lamparitas mágicas. Aquí el comunista era sobre todo sovietista, y por la acerería, la imprenta o la viña nos salían paisanos con bigote ruso y sotana, como curas de Lenin o San Cirilo. Pero esto era para el proletariado de verdad, gente de sabañón y apero. Luego, el izquierdismo fetén, universitario, rebelde de padre franquistón y primeras películas francesas, tiró más para la revolución cubana, que estaba entre la política y las vacaciones, que era un comunismo de oasis, de postal, sin tundra y sin orejeras, un comunismo arremangado y de cocotero que parecía edénico frente al comunismo de galera metalúrgica de la URSS.

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