En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Pedro Sánchez, señorito de colchón de agua de la España multinivel, reparte dinero húmedo de mojasellos y recibe a presidentes con jofaina.

El Convento de San Esteban, de un último gótico ya de arenisca, de un renacimiento heredado de arena, que es donde Sánchez ha decidido celebrar su conferencia de presidentes o su lavatorio, hizo que enseguida se me apareciera el comienzo de Leyenda del César visionario, de Umbral. A la conferencia, antes que ponerle conferencia y presidentes, había que ponerle un gran y santo escritorio de generalillo, de los que vienen con un convento o toda una ciudad conventual sólo para dar sombra. La conferencia se ha avisado tarde, como si fuera un entierro, los presidentes apenas van a tener tiempo para pensar ni para hablar, pero Sánchez ama tanto hacerse monumentos que le ha prometido a Urkullu nuevos impuestos sólo para que salga en esa foto de atrio o de chimenea.

En una Salamanca sarcófago de teólogos y cuartel de estudiantes, gloria y decadencia de un Imperio parado en piedra como una ola de piedra, Pedro Sánchez, generalillo radiofónico y endeble, llama a los presidentes con campanazos como el que llama a los camareros chasqueando los dedos. Hay un orden del día de dos puntos, y cinco minutos para que intervengan las autonomías apenas con una redondilla para la ocasión, porque no habrán tenido tiempo ni preparación para más. Parece poca sustancia para tanta monumentalidad, pero Sánchez no quiere escuchar a presidentes con apremios y quejas, sólo quiere ese monumento envolviendo o alimentando su presidencialidad como las manos ojivales de aquella novia del poema de Gerardo Diego. La conferencia no servirá de nada seguramente, pero el discurso de Sánchez sonará con un eco sagrado y primigenio, como agua encuevada en la pila bautismal.

A una Salamanca cofre de catedrales y bordada por plumines llegarán los presidentes con desagrado o con la jofaina, excepto Aragonès, que no estará, y Urkullu, que no viene a pedir ni a celebrar sino que viene contratado como un organista.

Antes del acto sacramental de Salamanca, Urkullu tendrá con Sánchez su reunión bilateral, o sea seria, larga y sin botafumeiro, para concretar nuevos impuestos. Sólo después de pactar esto, Urkullu aceptó ir a la conferencia, o sea que es el único que llega ya con el jornal, aplauda o no, toque o no el órgano con pies y manos, con esa cosa de telar de Dios que tienen los órganos de iglesia.

Puede parecer que a Sánchez (quiero decir al contribuyente) le sale así demasiado caro el retablo salmantino, pero creo que empieza a pensar que se le puede caer la catedral encima en cualquier momento si le falla demasiada gente, como si se le derrumbaran arbotantes. Cuando le falló Biden en aquel paseíllo como de cojo de misa, Sánchez tuvo que inventarse luego que venía de Estados Unidos convertido en Superman o en Justin Bieber. Que le falle Aragonès se entiende y hasta conviene en esta nueva etapa en la que lo iremos viendo volverse moderado y hasta católico si hace falta. Pero Urkullu es un socio rocoso que ya empezaba a cimbrear y a molestarse por las mascarillas y mascaradas de Sánchez, y su hueco se iba a notar demasiado en la sillería de Salamanca, como un muerto de El nombre de la rosa.

A Sánchez sólo le queda pagar misas de señor conde o tuiteros que le llamen guapo

A Sánchez quizá sólo le queda pagar misas de señor conde o pagar tuiteros que le llamen guapo o le pidan hijos de una manera cateta y desbragada, como a Jesulín. Con el dinero de Europa creo yo que podrá pagar muchas bulas y simonías, así que lo de Urkullu tampoco es tanto para lo que puede sacar en Salamanca, allí en ese convento con el rosetón de la luz de Dios iluminándolo como si fuera un juego de vinajeras.

Sánchez tiene que buscar superpoderes y rituales para que le suplan la falta de gobernanza, igual que el cómic suple las carencias del adolescente y el oro flamígero suple las carencias de la teología. Ya el año pasado hizo su conferencia en San Millán de la Cogolla y aquello dio unas hermosas y pastorales fotos como de pórtico de apóstoles o de refectorio de Zurbarán, fotos en realidad como de excursión a Silos, pero Sánchez no pretende más que una espiritualidad de suvenir y una política de suvenir. Como cuando hizo aquel retiro con sus ministros en Quintos de Mora, confundiendo esa espiritualidad de la política con buscar perdices.

Sánchez parece que sólo repite el mismo ritual, que es casarse consigo mismo en un banquete carísimo y sangriento, apaciguado de ceremoniosidad y silencios. En una Alcalá salmantina de capucha de piedra y sombras crucíferas, en una Salamanca alcalaína de tinteros de plata como el pupitre de Dios, Pedro Sánchez, señorito de misa y propina, toca el arpa de polvo de las vidrieras y reparte España como trinchando a la Santísima Trinidad.

En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Pedro Sánchez, señorito de colchón de agua de la España multinivel, reparte dinero húmedo de mojasellos y recibe a presidentes con jofaina.

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