Septiembre es el enero del verano, el mes en el que una parte de la vida termina y otra está a punto de empezar. También ahora los propósitos almacenados esperan para ser cumplidos. Sin duda es uno de los dos meses más extraños del año. El primero es enero. Ese periodo del año que no es ni viejo ni nuevo, en el que todo parece comenzar sin haber terminado aún. La sensación apenas dura dos días. Nueve meses más tarde llega septiembre. También es un tiempo extraño, pero menos. Es el mes en el que todos regresan, en el que la normalidad se abre paso para convertirse pronto rutina.

El eco del verano persiste hasta que la llegada de compañeros de trabajo culmina, el intercambio de historias veraniegas se agota y la puesta a punto de los retornos escolares y las reaperturas de casas y demás logísticas domésticas se completa. En una semana, todo olvidado.

Y qué decir del septiembre de un recién jubilado dispuesto a emprender su renacer particular, el comienzo de la nueva vida que siempre soñó

Hay septiembres y septiembres. No, no todos son iguales. El de un niño poco se parece al de un adolescente cansado de la vida o al de un joven ilusionado con su entrada a la Universidad. Tampoco el de una madre o un padre sin hijos al que sí los tiene. Y qué decir del septiembre de un recién jubilado dispuesto a emprender su renacer particular, el comienzo de la nueva vida que siempre soñó y que rara vez termina por hacerse realidad como lo imaginó.

En septiembre nada es lo que parece. Empezando por su nombre. Debía haber sido el séptimo mes, el ‘julio’ de nuestro calendario, como establecieron los romanos. El calendario Gregoriano que Julio César decidió cambiar. Su ‘calendario Juliano’ situó a Septiembre más atrás, en el puesto nueve, de donde no se ha movido. Septiembre no es Julio pero tampoco es verano -salvo para los meteorólogos y los amantes de las estaciones-, verano como el de verdad. En realidad septiembre es otra cosa. Ahí está incomodando, convertido en un verano ‘low cost’ y sin llegar a ser un otoño como Dios manda. Debería reservarse una estación sólo para el; ‘Septerano’ o ‘Septoño’, qué sé yo…

Septiembre se rumia casi de golpe cuando agosto avisa de que está a punto de agotarse. Lo suele hacer de sopetón, casi sin avisar y mientras los chiringuitos y los pueblos aún bullen para callar pronto de golpe. El verano se mide muchas veces por las fiestas populares y San Antolín suele ser la campana del calendario que suena incómoda para recordar que todo termina.

Es a partir de entonces cuando el rito se activa, cuando los reportajes periodísticos repiten cansinos y sin imaginación el consabido… ‘Eeel finaaaalll, del veranoooo, llegóooo… y tú paaartiraaas…’. Cierto es que aún funciona.

Esa suerte de ‘huidas a Egipto’ domésticas aún se producen en muchos puntos y carreteras

En los septiembre de 2021, y en los de 2020, 2019, 2018… Ya no se ven esos regresos de familias completas con el coche repleto, bicicletas, perro e hinchables incluidos. Ahora los vehículos son más amplios y las familias más reducidas. Pero esa suerte de ‘huidas a Egipto’ domésticas aún se producen en muchos puntos y carreteras.

Las casas de verano se siguen cerrando cual fortín ante el riesgo de ataques de tropas bárbaras. Hoy la amenaza son más los okupas que los ladrones. Las maletas se vuelven a recomponer en un ‘Tetris’ imposible, jugado marcha atrás, para encajar los muchos kilos más de ropa y elementos varios que entre idas y venidas ha acumulado el verano. Hacer las maletas de ida suena a ilusión y alegría, hacerlas de regreso a gritos, tristeza y nervios.

Casi tres meses después los niños comienzan a imaginar cómo será el nuevo curso. Los mayores lamentan el retorno a ese ambiente laboral asfixiante y a la resignación del reencuentro en la oficina. En el coche, los rezagados repasan entre acusaciones de dejadez y olvidos qué libros le faltan a la niña, qué calzado le quedaba por comprar al pequeño y qué elemento del uniforme o de la ropa de la clase de gimnasia aún se podrá aprovechar pese al estirón veraniego. Mientras, en la ventanilla, el atasco que apenas avanza no impide otro clásico; que él, que ella, aún suspiren por ese amor de verano que empieza a ser ya historia y va camino de Londres.

Y en los medios, volvemos a repetirnos. Que si el estrés postvacacional, que si el coste de la ‘vuelta al cole’, que si el balance de visitantes del verano, que si el curso que le espera a Sánchez, a Casado… (Y sí, al son del Dúo Dinámico y su ‘Amor de Verano’, lo volveremos a escuchar, téngalo por seguro. Así llevamos desde 1963…).

Ese regusto al regreso al trabajo cuando todos los demás ya han olvidado la paella de Salou, las playas de Euskadi o las aventuras en Marruecos

El gris es el color que nace del negro y el blanco. Septiembre lo es, cierto que con más proporción de este último. Así al menos lo es para la mayoría. Pero existe otro septiembre. Este es azul, ilusionante y es el que más se hace esperar. Lo disfrutan sólo unos pocos. Son esa minoría que ha aguantado al resto sus vacaciones de julio y agosto trabajando tras la barra de un bar, en el hotel del pueblo, en la panadería o en la redacción de un periódico. A menudo este septiembre no comienza el día 1. Tampoco tiene el atractivo de los días interminables de julio, ni el sol de agosto o el bullicio de muchos lugares de veraneo, pero lo compensa de otras maneras: carreteras sin atascos, playas casi desiertas, destinos vacacionales y turísticos sin aglomeraciones y el mar en su esplendor de olas y mareas. Y más barato. Y de remate, ese regusto al regreso al trabajo cuando todos los demás ya han olvidado la paella de Salou, las playas de Euskadi o las aventuras en Marruecos y la piel morena sólo resiste en las fotos del móvil.

En septiembre suelen ocurrir muchos momentos clave en la vida de un hombre o una mujer. Es tras el verano cuando se inician muchas etapas. Las laborales son habituales. El primer empleo, el cambio de puesto de trabajo o, en el peor de los casos, el inicio de la sensación más amarga cuando no hay empleo al que regresar. Estrenarse en el paro es también una experiencia dura que a menudo se vive en septiembre. Los cambios de casa, de colegio, el acceso a la Universidad o el traslado a otra ciudad…

Muchas cosas suceden en este mes nacido para ser el séptimo pero degradado al noveno lugar del calendario. Ya está aquí, un año más. Es el mal trago que la mayoría pasará y la minoría esperaba paladear. Un mes denostado pero que provoca, como pocos, alteraciones en vidas, almas y corazones y sólo por ello merecería una estación. ¡Viva el Septerano!