El Ministerio de Universidades ya va haciendo algo, siquiera regular las juergas de los repetidores, todos como Nerones alcalaínos o banderilleros andaluces. Es decir, poner freno más al desmadre entreamericano que a la ignorancia patria. El Ministerio de Universidades no hacía nada, sólo había puesto una especie de buda ceremonial, el ministro Castells, presidiendo aquello como si presidiera un restaurante, sin cometido, sin movimiento y sin sentido.

El ministro de la cuota catalana viene de esa aristocracia ilustrada de allí que ya hace mucho que olvidó la ilustración por el linaje, y cree que su presencia es en sí pedagógica, inspiradora, iluminadora. Dijera tonterías o sólo dormitara, era como un Colón con peluca de Punset señalando con el dedo o la nariz el horizonte humano o transhumano, un poco como Junqueras. Pero el universitario seguía con los chupitos iniciáticos, el condón jónico y la chuleta retráctil, aunque, eso sí, cada vez más ignorante. De todo esto, sólo lo último no le resulta preocupante al Gobierno.

En la Universidad de sagas y parentelas, de tribunales de coleguis, de sobresalientes cum laude orlando burricies grecorromanas, de analfabetos funcionales doctos sólo en jerga de LinkedIn, lo que había que tocar sin duda era la iniciación con clepsidras de cerveza o con afeitado de pantorrilla de los novatos. O eso de que el título te lo firme el Rey, como si te concediera el Ducado de Empresariales y luego te signara con un espadón. De nuevo, las prioridades del Gobierno están entre el simbolismo y el papel de fumar para cogerlo todo, incluso para hacer con él directamente los diplomas. El universitario puede salir de la universidad totalmente amelonado, no ya sin poder construir un puente sino una frase, pero no puede salir tocado por la umbra fascistoide del sello real ni por el trauma de que un tuno te haga beber por un embudo.

El Gobierno se preocupa más por la moral y por la paz de la juventud que por su conocimiento y su futuro, como los curas

Yo no sufrí novatadas, quizá porque la mía era una universidad pequeña de provincia pobre y todos estábamos allí para estudiar, no para experimentar, como pasa en las películas americanas. O quizá porque aquella escuela de peritos industriales era un sitio para frikis antes de que existiera la palabra friki, y parecía hecha ya de mecanos y quimicefas. O sea que lo mismo era el gamberrete fiestero el que se sentía acosado por tanto Pitagorín. Pero supongo que entre la salvajada y el tiquismiquismo tembloroso siempre hay sitio para el ritual más o menos báquico o quevedesco o tunante, ahora que estamos perdiendo todos los rituales de paso y quizá por eso ya no se valora ni el esfuerzo, ni la madurez, ni la voluntad, ni la experiencia. No tuve ceremonia salvaje, así que diría que mi iniciación fue si acaso ese encontrar el equilibrio entre el álgebra y el bar, aquel pequeño refugio que parecía una cantina de soldados con calculadora. Algo así como ese equilibrio debe de ser la sabiduría, pero cuando la vivencia, el peligro, la osadía, la idea y la heterodoxia; cuando todo eso y más, en realidad, está proscrito o acunado para que nadie se haga daño ni se ofenda, ya sólo queda ese diploma de papel de fumar.

Tenemos universidades más antiguas que las catedrales, que yo creo que en sus pórticos ya aparecía algún tuno viejo tocando el laúd o levantando un copón, pero ya no es que la tradición sólo parezca moho, sino que la pedagogía ya sólo es mimo y el conocimiento sólo es moralina. Copiar, por ejemplo, no fue nunca recomendable ni salió gratis (salvo para algunos ínclitos políticos), lo que pasa es que ahora hay un afán desmesurado de constancia de esa sanción moral, como si el Gobierno quisiera dejar su obsesión por la corrección política en una especie de código de Hammurabi. Ni se podía copiar ni se podía acosar a nadie, pero ahora quedará constancia de que el Gobierno se preocupa por eso más que por nada, que se preocupa más por la moral y por la paz de la juventud que por su conocimiento y su futuro, como los curas.

El ministerio de Universidades ya hace algo, y es poner vigilanta a las juergas y a las miradas, como vigilantas de baile parroquial. Uno no tuvo muchas juergas universitarias, ni hice chuleta más que una vez (y fue en latín, en BUP), pero, la verdad, se me iba la mirada hacia alguna melena o pierna trigueña. Pienso que lo mismo el Ministerio ya ha dispuesto que se midan esas miradas con la exactitud y la dedicación con que nosotros medíamos el periodo de un péndulo. Será más importante, incluso, esa mirada pendular que la física de las estructuras, así que el país se caerá pero no la virtud progre.

Se puede entrar en la Universidad sin saber hacer ecuaciones de segundo grado y se puede salir sólo tocando la quena o diseñando pancartas inclusivas. Nuestras universidades alcalaínas, salmantinas, platerescas, engoladas, que parecen aún llenas de pillos con espadín, se están 'americanando'. Y no me refiero a que terminen en esa universidad de porro y césped de fauno, de fraternidad entregriega y toga de John Belushi, que ahí al menos hay aprendizaje. Me refiero a terminar siendo ese sitio donde uno pasa unos años aprendiendo a no ofender a nadie y a cazar a quien te ofenda, y del que sales sólo con ese diploma de papel de fumar de awake o de melón. El Ministerio de Universidades ya se ha puesto en marcha para esto. Y con tanta seriedad que hasta el ministro buda ha estremecido por fin su ombligo de estatismo, sopor y lamparones, que ha resoplado como el espiráculo de una ballena.

El Ministerio de Universidades ya va haciendo algo, siquiera regular las juergas de los repetidores, todos como Nerones alcalaínos o banderilleros andaluces. Es decir, poner freno más al desmadre entreamericano que a la ignorancia patria. El Ministerio de Universidades no hacía nada, sólo había puesto una especie de buda ceremonial, el ministro Castells, presidiendo aquello como si presidiera un restaurante, sin cometido, sin movimiento y sin sentido.

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