Pablo Iglesias, ya sin coleta ni cargo ni futuro, se arrastra por el infracolumnismo como Juncal se arrastraba por los tabernones de pepito, café con leche y tragaperras de cerezas con serrín, entre la cojera gloriosa y la pena de los limpiabotas. Iglesias decía que los medios de comunicación privados atacaban la libertad de expresión, pero ahora es multicolumnista, es pluriempleado de ese contubernio como un pluriempleado aquiescente de José Luis López Vázquez, y escribe a cuatro manos como un tito que plancha a cuatro manos. Ahora va a colaborar también en Ara y Gara, y la verdad es que, si uno quiere escribir contra el Poder en Cataluña y Euskadi, éstos son desde luego los sitios que corresponden a un rebelde y a un valiente. Yo creo que al final Iglesias ha entendido mejor que nadie lo de las puertas giratorias.

Pablo Iglesias es ahora un plumilla melancólico que se buscó él mismo, por gusto, la melancolía, y es un torero de tardes pasadas que ni siquiera fueron tardes de gloria, sino sólo de fracaso, porque fracaso es declararte inútil o aburrido o harto de política siendo vicepresidente del Gobierno y de los telediarios. El fracaso es un género literario, o sea que podría ser interesante verle hacer una glosa a su coleta como a un exvoto de pastorcita o a una pierna cortada de ballenero o de combatiente. Lo malo, claro, es que Iglesias no sabe escribir. Tiene un estilo como de opositor a cura revolucionario, si eso existiera, o de ligón de megáfono o de litrona, que yo creo que es lo que fue siempre, incluso sentado en su cátedra de tapetillo o de duro suelo estudiantil o de chapa de ruló. Tampoco sabe argumentar más allá del refrán de clase, de la falacia mitinera y del obrerismo pintado como una mella falsa o un Baltasar falso. Pero uno supone que si puede ir de demócrata siendo todo lo contrario a un demócrata, puede ir de columnista siendo todo lo contrario a lo que debería ser un columnista.

Si puede ir de demócrata siendo todo lo contrario a un demócrata, puede ir de columnista siendo todo lo contrario a lo que debería ser un columnista

Pablo Iglesias es ahora una estrella del infracolumnismo, que es eso de que alguien firme una columna como un sostén, por ser fetiche, sin saber ni escribir ni pensar. No deja de ser coherente, eso sí, porque también fue una estrella de la infrapolítica. Iglesias no nos va a descubrir nada nuevo en sus artículos, ni siquiera otra prosa diferente a ese rapeo de simplezas y guillotinas, esos tablaíllos suyos que siempre terminaban en piñata de ricos y poderosos (los ricos y poderosos del nacionalismo catalán o vasco, que ya eran sus aliados y ahora además son sus señoritos, no los contaba, ay). Quiero decir que uno lee a Iglesias con algo de melancolía pegajosa, como leería un Interviú antiguo. Es como si volvieran a contratar a Marisol para un póster, que a lo mejor eso tiene su peña porque resulta enfermizo pero vivificante.

Pablo Iglesias quiere volver a hacer ahora sus tesis del odio y de la salvación cuando ya explotó todo lo que daban el odio y la salvación, tanto que se declaró inútil para seguir en la política. Sí, se había quedado sin nada, como el que se queda sin voz o sin zurda. Quiere volver, decía, y además por escrito, que significa hacerlo más desnudo, más solo, más frágil que con un coro de secuaces y falsos menestrales detrás. Por eso sus malos le quedan más cadavéricos, sus fritangas más pastosas, sus servidumbres más cristalinas y sus eslóganes más increíbles. No, el españolismo rancio no es más rancio que el catalanismo rancio, ni la izquierda tuvo nunca de aliados a los nacionalismos hasta que se quedó sin lucha de clases y tuvo que sustituirlo por lucha de pueblos e identidades, concepto tan retrógrado que llega hasta Herder y sus secuelas totalitarias. Y si lo ilustras con una Luger, no parece un ataque sino un suicidio.

Pablo Iglesias escribe peor que habla, pero aún piensa peor que escribe, y todo eso en una columna es la muerte. Iglesias podría ser un caso de pura compasión, para que el betunero te deje veinte duros por tu columnita como por un natural con servilleta. Pero para eso necesitaría haber tenido alguna gloria que le quedara en la cadera, aunque fuera la cadera rota, con más arte por estar rota, como algo griego. Pero no, Iglesias no está de vieja gloria sin gloria, ni de rebelde que se venga en el plumín de lo que no pudo hacer en el Consejo de Ministros, cosa que lo acusaría, aún más si cabe, de ser un inútil en ambos trabajos. No, Iglesias está de pura puerta giratoria, está de agradaor de sus señoritos de la comuna Frankenstein. Quizá es lo único que puede hacer alguien que no sirve para político y no tiene intención de volver a ser profesorcillo, pero quiere ganarse la vida con el artisteo de eso mismo. Iglesias es mocatriz de lo suyo.

Pablo Iglesias, ya sin coleta ni cargo ni partido ni futuro, se arrastra de agradaor, cosa que se nota no por lo que dice, que es lo que ha dicho siempre, sino por dónde lo dice. Está de valiente y de rebelde y de poeta con las pistolas detrás, con el poder detrás y con el dinero detrás, así que ya ven el mérito y la casta. Todo es capitalismo de amiguetes hasta que los amiguetes capitalistas te subvencionan la trinchera, todo es manipulación hasta que te montas tu panfleto, todo era Vallekas hasta el chalé, todo es democracia mientras la democracia sean los tuyos, todo es odio excepto lo que odias tú, y en ese plan. Al artículo sobre el posible gobierno del PP con Vox le ponían de ilustración una Luger con sello pepero, así que uno está deseando ver cómo se ilustra su primer artículo en Gara, ese periódico lápida, o en Ara, ese periódico aspa. Pablo Iglesias nunca fue político, sino agitador. Pero siempre fue pedagógico, siquiera por contraposición. La democracia sin votos, la república con todo lo público sometido a una ideología, los presos políticos que deben quedar libres por decisión precisamente de los políticos... Esas gloriosas contradicciones, cuánto aprendimos de ellas... A lo mejor, después de todo, me gusta que siga y que además lo escriba, o sea que arrime la taleguilla y deje los verdaderos cuajarones del pensamiento, la sangre que es la escritura, que no es igual que rapear en el atril del Gobierno o del telediario. A lo mejor merece ser ese Juncal neocomunista e inverso que haga que nunca se nos olvide la espantá de las falacias populistas, ni la horripilante cuadrilla del sanchismo. A lo mejor no está mal que la comuna Frankenstein nos siga patrocinando esta joya que no le cuesta más que algún pepito y alguna moneda rebotada entre el jackpot y los altramuces.

Pablo Iglesias, ya sin coleta ni cargo ni futuro, se arrastra por el infracolumnismo como Juncal se arrastraba por los tabernones de pepito, café con leche y tragaperras de cerezas con serrín, entre la cojera gloriosa y la pena de los limpiabotas. Iglesias decía que los medios de comunicación privados atacaban la libertad de expresión, pero ahora es multicolumnista, es pluriempleado de ese contubernio como un pluriempleado aquiescente de José Luis López Vázquez, y escribe a cuatro manos como un tito que plancha a cuatro manos. Ahora va a colaborar también en Ara y Gara, y la verdad es que, si uno quiere escribir contra el Poder en Cataluña y Euskadi, éstos son desde luego los sitios que corresponden a un rebelde y a un valiente. Yo creo que al final Iglesias ha entendido mejor que nadie lo de las puertas giratorias.

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