La reunión del pasado miércoles entre el presidente del Gobierno y el presidente de la Generalitat ha tenido dos efectos inmediatos que favorecen por igual a Pedro Sánchez y a su equipo, cosa que no le ocurre a su interlocutor.

Uno, que la división en el seno del independentismo se ha agudizado tras el órdago lanzado por Jordi Sánchez contra la celebración de esa mesa de diálogo, lo cual resulta muy conveniente en términos generales para cualquier defensor de la unidad de España.

Y dos, que el PSOE tiene ya amarrado por el cuello a Pere Aragonés, una vez que se ha quedado solo en ese simulacro de mesa y ya no puede hacer otra cosa que tirar para adelante y tratar de obtener durante la negociación de los Presupuestos alguna conquista llamativa que refuerce su posición ante la opinión pública independentista.

Aragonés está ya en el saco de los socialistas y no le será fácil salir de él, sobre todo ahora que cuenta con sus únicas y solitarias fuerzas. Eso explica el entusiasmo del PSOE y sus desmedidos y francamente humillantes elogios hacia el presidente de la Generalitat.

Decir que Pere Aragonés ha crecido medio metro como líder es el juicio propio de quien se siente superior

Dejando aparte la interpretación malévola que se derivaría de una traducción literal de la afirmación, decir, como han dicho, que Pere Aragonés ha crecido medio metro como líder es insinuar que hasta el martes pasado no daba la talla y que únicamente por haber puesto pie en pared ante el reto de Jordi Sánchez ha incrementado su categoría política hasta un nivel digno de consideración. 

Es el juicio propio de quien se siente superior, digamos el profesor experimentado, y celebra con condescendiente satisfacción los progresos de uno de sus pupilos. “No me defiendas así, compadre” ha debido de pensar el presidente de la Generalitat ante un elogio tan cargado de ácido, de disolvente.

Independientemente de lo desafortunado de la expresión tratándose de quien se trata, la conclusión política de esta reunión mano a mano Sánchez-Aragonés es que se han estrechado claramente sus lazos como socios para lo que queda de legislatura y definitivamente ante la aprobación de sus respectivos presupuestos.

Eso significa que el Gobierno tiene asegurados los 13 votos de ERC en el Congreso y que el presidente de la Generalitat podrá contar a su vez con los 33 votos del PSC, que le resolverían la papeleta si es que los necesitara por el abandono -o amenaza de abandono- del apoyo de Junts, que ahora mismo está dispuesto a negarle a Aragonés incluso su simbólico papel institucional como representante de todos los catalanes, como ayer mismo declaró públicamente la dirigente de JxCat Elsa Artadi: “No representa a Cataluña, sólo a ERC” dijo claramente.

Se avecinan, pues, tiempos tormentosos en el seno del gobierno catalán. Consciente de ello, Aragonés ha intentado atraer a sus posiciones al vicepresidente Puigneró, de JxCat al que ha prometido que su partido tendrá algo que decir en esa mesa de diálogo, no se sabe por qué vía.

Está intentando echar agua a un fuego que se ha desatado ya en el seno de su gobierno pero no es seguro que consiga apagar el incendio. Los de Puigdemont ya se están dando cuenta de que su jugada se les está volviendo en contra tanto interna como externamente y van a querer recuperar su perdida reputación entre el independentismo a base de ganarle a Aragonés todas las batallas que se planteen de aquí en adelante en el seno de la Generalitat. Es un duelo a muerte.

Así las cosas, es cierto que el presidente de la Generalitat se ha garantizado el apoyo de Sánchez, el primo de Zumosol, en la aprobación de las cuentas públicas de Cataluña, pero también lo es que a cambio se ha enajenado muy seriamente la ya escasa tranquilidad con que iba sobreviviendo en el palacio de Sant Jaume.

El ganador absoluto a corto plazo de este primer movimiento es sin duda Pedro Sánchez, que se ha asegurado el apoyo a sus Presupuestos a cambio de bendecir una mesa de diálogo sin contenidos, sin compromisos y sin plazos. La jugada le ha salido redonda.