Faltan aún varios días, no menos de 10, para que sepamos si los magistrados devuelven a España al fugado de la justicia o, por el contrario, atienden los argumentos de su equipo de defensa y dan por bueno que, diga lo que diga el juez español Pablo Llarena, no procede detener a Carles Puigdemont a quien no se puede vulnerar su derecho, como parlamentario europeo, a viajar por cualquier país de la Unión.

Puede que el Tribunal Supremo vea burlada una vez más su petición de traer a nuestro país al prófugo para ser juzgado como lo fueron en su día sus compañeros de aventura secesionista, más tarde indultados por el Gobierno. Si eso fuera así, cosa nada improbable, el Alto Tribunal español se va a mantener firme en su empeño de administrar justicia le pese a quien le pese hasta que logre finalmente sentar a Puigdemont y demás huidos en el banquillo de los acusados.

Mientras eso sucede o no sucede, los efectos políticos de su detención por la Policía italiana se han hecho ver inmediatamente: los de JuntsxCat han vuelto a liderar no solo las protestas callejeras sino la posición política independentista frente a una Esquerra Republicana que se ha visto en la necesidad de recuperar la gesticulación dramática de la “resistencia del poble catalán frente a la represión del Estado español”. 

Y cuando pensábamos que ya se habían acabado, más que nada por el aburrimiento que provocan, las mismas ceremonias de honra y desagravio al heroico líder una vez, y otra, y otra, y otra más, volvemos a asistir a la enésima procesión de los líderes independentistas, esta vez a la isla italiana, para arropar de nuevo, apoyar, homenajear y entronizar en el altar del martirio al “molt honorable president” vapuleado por la saña de la justicia española en connivencia con la policía italiana

Y ahí hemos sabido que el presidente de la Generalitat ha viajado hasta Cerdeña para rendir homenaje al hombre al que detesta y que por mera cuestión de prudencia no vamos a decir al que odia, pero no estaríamos lejos de la verdad. 

Con ese movimiento y esa sumisión exhibida, Pere Aragonés pierde la escasa fortaleza política que le otorgó en las elecciones de febrero su muy ajustada victoria sobre su rival más encarnizado que era el partido de Carles Puigdemont, ante quien hoy se inclina y que a partir de ahora va a redoblar su apuesta por la confrontación sin matices, directamente por el choque con el Estado, apartándolo de paso del disputado liderazgo del movimiento de secesión.

Pere Aragonés pierde la escasa fortaleza política que le otorgó en las elecciones de febrero su muy ajustada victoria sobre su rival más encarnizado que era el partido de Carles Puigdemont"

La iniciativa secesionista ha pasado con eso a manos de JxCat que redoblará ahora sus críticas feroces al intento de Aragonés de iniciar la muy incierta senda de la negociación con el Gobierno con el propósito de alargar esa mesa de diálogo, que ellos llaman de negociación, al menos dos años.

En ese tiempo el presidente de la Generalitat esperaba mantenerse en el poder, acreditar un mínimo de gestión de los asuntos públicos de Cataluña, que llevan años abandonados y conseguir la aprobación de unos Presupuestos que le son imprescindibles para recibir los miles de millones que el Gobierno destinará a Cataluña procedentes de los fondos europeos.

Pero con esa gesticulación superlativa que ha acompañado el episodio de la detención de Puigdemont y que han secundado con pasión, seguramente contra su deseo pero temerosos siempre de que se les considere demasiado tibios en la representación épica de “la causa”, los de ERC han perdido la primogenitura y lo va a pagar en el futuro. Aragonés y los suyos van a ser los principales perjudicados del episodio de Cerdeña.

También a Pedro Sánchez se le complican las cosas porque, detenido Puigdemont, tenía muy poco margen de maniobra a la hora de hacer pública su postura de modo que dijo lo único que podía decir: que el prófugo tenía que volver a España para ser juzgado y cumplir la condena correspondiente. Es decir, se atuvo a las generales de la ley como no podía ser de otra manera.

Pero eso deja a su vez en muy incómoda posición a su interlocutor y aliado necesario en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, con lo que las negociaciones para asegurarse los votos favorables se le van a complicar sobremanera al presidente del Gobierno en la medida en que ERC va a tener ahora más que nunca el aliento acusador de los de Puigdemont en el cogote.

Con todo este panorama es obligado concluir que el único beneficiado por el episodio de la detención de Puigdemont es el propio Puigdemont, cuya presencia pública e imagen pretendidamente heroica iban en descenso imparable, y su propio partido que va a aprovechar la oportunidad de hacerse de nuevo con el liderazgo y controlar la marcha y desarrollo de la “lucha independentista” dentro de Cataluña.

Al otro lado de esta encarnizada batalla súbitamente recrudecida entre el independentismo esperan impasibles e implacables las instituciones democráticas de nuestro Estado de Derecho que antes o después acabarán ganando la partida. Es cuestión de tiempo.

Faltan aún varios días, no menos de 10, para que sepamos si los magistrados devuelven a España al fugado de la justicia o, por el contrario, atienden los argumentos de su equipo de defensa y dan por bueno que, diga lo que diga el juez español Pablo Llarena, no procede detener a Carles Puigdemont a quien no se puede vulnerar su derecho, como parlamentario europeo, a viajar por cualquier país de la Unión.

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