Ya no sabía uno siquiera dónde estaba Puigdemont, en su torreón lleno de teteras como una vieja loca o acechando para nada desde los escoberos del Parlamento Europeo, como el niño jugando al escondite del que se han olvidado todos. Pero aquí está ya, otra vez en las noticias, llevado y traído por abogados, guardias y jueces extranjeros con pinta de alguacilillos de toros o de casa de comedias, como si hubieran detenido a don Gil de las calzas verdes. Tiene que hacerlo así, supone uno, con jaleo, tuna y corrala, porque si no sólo nos viene a la mente su tristeza de novia abandonada en el torreón, con los suspiros prendidos en imperdibles y la trenza como arpa. Se fugó fingiendo que se iba de vinos, lo han detenido ahora en Cerdeña cuando iba a una cosa de coros y danzas, y en la tele siempre parece que lo lleva una banda de chirimías. O sea que más que polémicas o pleitos, uno diría que alrededor de Puigdemont sólo hay cabezudos de fiesta de pueblo, un poco lo que es él.

Alrededor de Puigdemont sólo hay cabezudos de fiesta de pueblo, un poco lo que es él

Ya está aquí de nuevo Puigdemont, que ha caído en una trampa que le han puesto con bailes regionales, que es que no se puede tener más mala idea. Hace unos días no era nadie, apenas la silla vacía que quedaba en la mesa de negociación como en la mesa de la suegra, apartado del “diálogo” y apartado de los presupuestos como ya lo habían apartado del blues de la cárcel. Pero ahora es un mártir de paellada, un héroe caído al ir a tocar la pandereta patriótica como el tamborilero del regimiento. 800 grupos folclóricos catalanes actúan en Cerdeña, algo que uno imagina entre una fiesta de hobbits y el Sínodo de Constantinopla de la cultura catalana. De allí se han llevado a Puigdemont como con el cucharón o el palitroque en la mano, para ser arrastrado ante sanedrines, prefectos y romanos de lata, un poco mesías y un poco estraperlista de algarrobas. Mucho mejor que ser la flor mustia de Waterloo.

Puigdemont vuelve a ser alguien, es lo que importa, más que lo que vaya a decidir ahora un juez o un carabinero de por allí. La idea de que hay una Justicia europea a este nivel es falsa. Sólo hay una especie de diplomacia policial bastante mal pactada, bastante mal redactada y no mucho mejor gestionada, y que nos condena a un constante conflicto de protocolos como un engorroso y casi ridículo conflicto de mayordomos. La Europa fallida también es esto, que un juez de Cerdeña o de Schleswig-Holstein no pueda asegurarnos la entrega de un prófugo más que un juez de Irán o las Islas Caimán. Menos aún justicia universal… Y sí, digo prófugo, porque estar a disposición de un juez belga o de un juez cubano no es estar a disposición de la justicia que te reclama, o al menos lo es tanto como meterte en un baile de embajada, en una discoteca de rusos o en el Consejo de Seguridad de la ONU a buscar justicia.

Puigdemont vuelve a ser alguien, pues, mientras Europa sigue con sus tiempos de mayordomo (es lo que ocurre cuando hay tanto castillo, y la Unión Europea sigue siendo una colección de castillos). Yo creo que eso es lo que quería él, volver a ser un referente, una noticia, un líder combativo siquiera en un combate de panderos o baile de cintas, porque todo a su alrededor se había parado. Me refiero a que Europa no va a otorgarles la independencia entre fanfarrias de feria medieval o música de botijos, ni en Cerdeña ni en ningún otro sitio, pero los mayordomos van a tardar todavía en ponerse de acuerdo sobre la prevalencia de las leyes como de los ducados o los tocados. Mientras, Puigdemont está cansado de ovillar pelusa y morriña en su aposento con dosel y virginal, de ser confundido con las escobas en el Parlamento Europeo y de ver cómo ERC se lleva los telediarios y se va a llevar los dineros de la retirada. Pero ahora la represión del Estado hace que lo detengan cruelmente en su fiesta tirolesa, como en su boda, y hasta Aragonès ha tenido que ir allí como con mantilla para hacerle a su íntimo enemigo el besapié en su pie enfermo y nevado de mesías o bailarín tirolés.

Ni Puigdemont ni el independentismo tienen otra salida que la que ya se ha visto y ya se conoce, el banquillo o la melancolía. Para que siga la fantasía, que no es tanto la consecución de la independencia como el negocio de manejar la fantasía misma, ERC ha optado por esa mesa de negociación como una mesa de María Antonieta, todo peluca y pastelería. Puigdemont, en cambio, ha optado por dejarse detener por esos romanos de lata, desmayándose sobre ellos con su aparatoso disfraz de fallera/dolorosa de lo catalán, con mucho desparrame de granos de oro, cornetas de oro y cubiertos de oro desclavados. Incluso ha animado de nuevo a la vía unilateral, que es como si llamara a la Legión de los suyos como venganza por el atropello a su persona. Contra la mesa del paripé, Puigdemont tiene su martirio y su apocalipsis de paripé.

Ya no sabía uno siquiera dónde estaba Puigdemont, y ahora lo vemos de nuevo en la romería del sufrimiento, casi donde al principio. O sea que ni tan mal, como dicen los jóvenes. Ya se ha escapado de Cerdeña escondido bajo un pellejo de vino y todo volverá a empezar. Lo mismo, quién sabe, su paripé aguanta más que el de la mesa.

Ya no sabía uno siquiera dónde estaba Puigdemont, en su torreón lleno de teteras como una vieja loca o acechando para nada desde los escoberos del Parlamento Europeo, como el niño jugando al escondite del que se han olvidado todos. Pero aquí está ya, otra vez en las noticias, llevado y traído por abogados, guardias y jueces extranjeros con pinta de alguacilillos de toros o de casa de comedias, como si hubieran detenido a don Gil de las calzas verdes. Tiene que hacerlo así, supone uno, con jaleo, tuna y corrala, porque si no sólo nos viene a la mente su tristeza de novia abandonada en el torreón, con los suspiros prendidos en imperdibles y la trenza como arpa. Se fugó fingiendo que se iba de vinos, lo han detenido ahora en Cerdeña cuando iba a una cosa de coros y danzas, y en la tele siempre parece que lo lleva una banda de chirimías. O sea que más que polémicas o pleitos, uno diría que alrededor de Puigdemont sólo hay cabezudos de fiesta de pueblo, un poco lo que es él.

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